Capítulo 3
No importaba cuánto subieran los demás, Lucas siempre ofrecía más. Estaba dispuesto a pagar lo que fuera con tal de quedarse con Amor.

El rostro de Mariana perdió todo el color.

—Lucas... —su voz le temblaba—. ¿De verdad tienes que hacerlo? Desde niña nunca te pedí nada. Solo esta vez... te lo suplico. Devuélveme la obra de mi madre.

Aquella cerámica era el tesoro más preciado de su madre; en vida se lo había repetido una y otra vez. Mariana la había buscado durante años.

Pero Lucas, con el semblante tranquilo, respondió:

—Lo siento. A Helena le gusta.

La mano de Mariana se aflojó, vencida.

Aunque había heredado la fortuna de los Oliveira, en efectivo jamás podría competir con el poder económico de Lucas.

La pieza terminó en manos de Helena.

—¡Gracias, Lucas, me fascina! —exclamó ella, emocionada, abrazando la obra.

Pero en un descuido se le resbaló.

¡Crash! La cerámica se estrelló contra el suelo y quedó hecha pedazos.

***

La pieza más querida de su madre, hecha trizas.

Con los ojos enrojecidos, Mariana recogió los fragmentos y los llevó a su habitación, empeñada en recomponerlos pedazo a pedazo.

Apenas lograba darle forma cuando una criada entró con apuro:

—Señorita, la señorita Silva está en la puerta, de rodillas. Dice que quiere pedirle perdón. Jura que no se levantará hasta que usted misma baje a decirle que la perdona.

Mariana, con el rostro endurecido, ni siquiera levantó la vista:

—No la recibo.

Pasó un rato y empezó a caer un aguacero.

De pronto, Lucas irrumpió con gesto sombrío.

—¡Mariana, estás exagerando!

El hombre que siempre aparentaba calma ahora tenía fuego en los ojos.

—¡Helena lleva una hora bajo la lluvia! Solo tienes que salir y decirle que la perdonas. ¿Tan difícil es?

Mariana detuvo por fin las manos con las que intentaba unir los trozos de cerámica.

—Fue ella quien decidió arrodillarse —dijo con voz cortante—. Rompió la obra de mi madre, ¿y todavía tengo que salir a consolarla yo?

—¡Tú...! —Lucas quedó sin palabras.

En ese momento, su asistente entró corriendo.

—¡Señor Ramos, la señorita Silva se ha desmayado!

—¿Qué?

A Lucas se le puso la cara seria, con los ojos llenos de rabia.

De reojo alcanzó a ver a Mariana, todavía inclinada sobre la mesa, tratando de recomponer los pedazos de cerámica. Entonces, ciego de furia, de un manotazo arrojó al suelo lo que ella había armado con tanto esfuerzo.

—¡Mariana, no tienes corazón!

Sin esperar respuesta, salió de prisa, tomó a Helena en brazos y se la llevó bajo la lluvia.

Mariana quedó mirando los fragmentos, ahora hechos polvo, y las lágrimas que tanto había contenido por fin se desbordaron.

¿Ella, sin corazón?

Tantos años detrás de él, esperando una mirada, una palabra... ¿y qué obtuvo a cambio?

En la otra vida, la muerte.

En esta, el mismo desprecio.

¿Quién era, al final, el verdadero cruel?

Se secó las lágrimas, recogió uno por uno los pedacitos del suelo y, con firmeza, se dijo a sí misma: Lucas, no voy a volver a amarte. Ni un poco.

***

Decidida a romper cualquier vínculo, Mariana empaquetó todos los regalos que había recibido de Lucas y los envió de vuelta a la familia Ramos.

Regalos que, en realidad, nunca habían sido pensados por él: eran elecciones apresuradas de sus asistentes, presionados por los padres.

Solo conservó una pieza: el anillo de los Ramos, una joya heredada demasiado valiosa como para devolverla por correo.

Pensaba entregárselo en persona.

Pero al llegar al hospital, justo antes de entrar en la habitación de Helena, se detuvo. Desde adentro escuchó su voz:

—Lucas, no me trates tan bien... tengo miedo de acostumbrarme. El día que te cases, no voy a saber cómo soportarlo.

Mariana, a través del cristal, vio la expresión conmovida de Lucas. Él alzó la mano, como si quisiera abrazarla, pero se contuvo.

Al final, solo le acarició el cabello con ternura.

—No digas tonterías. Aunque me case, siempre voy a estar contigo.

Los ojos de Helena se iluminaron... hasta que escuchó lo que vino después:

—Eres como mi sobrina. Yo seré tu tío toda la vida, cuidándote siempre.

La decepción le ensombreció la mirada.

—¿Solo un tío? ¿Y cuando tengas hijos de verdad, qué va a pasar conmigo?

—No habrá hijos —respondió Lucas sin titubear.

Helena lo miró, sorprendida:

—¿Cómo que no?

Él bajó la voz y fijó la mirada en ella, con los ojos cargados de sentimientos reprimidos.

—Ya hecho que preparen anticonceptivos de largo plazo. Cuando me case, Mariana los tomará todos los días. Así que no habrá descendencia.

Y añadió, con una promesa que a Mariana le quemó por dentro:

—Helena, siempre voy a ser tu tío. Toda mi herencia será para ti. No tienes nada de qué preocuparte.
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