Madeleine bajó las escaleras casi sin sentir los escalones bajo sus pies. Su corazón latía con fuerza, pero no de amor… sino de rabia, de desilusión, de dolor. Cruzó los pasillos del castillo como un torbellino, y los miembros de la manada no tardaron en notar la tempestad que se acercaba.
—¡Todos ustedes lo sabían! —espetó con la voz rota pero firme, enfrentándolos sin titubeos—. ¡Todos sabían la verdad y no dijeron nada!
Greta, Leo, Dorian y varios guerreros estaban allí, paralizados al verla irrumpir con los ojos rojos por el llanto y la respiración agitada. Greta dio un paso al frente, con la intención de calmarla.
—Madeleine, por favor…
—¡No! —gritó—. ¡No me digas que me calme! ¿Cómo pudieron? ¿Cómo permitieron que me enamorara de una mentira? ¡Ustedes me vieron cada día! ¡Sabían que yo no tenía idea de nada y no les importó!
Greta intentó acercarse a ella, pero Madeleine retrocedió con los puños apretados.
—Lo que Enzo siente por ti es real —dijo la mujer mayor con la voz serena