Mundo ficciónIniciar sesiónAnya, la Anuladora, posee un don peligroso: la capacidad de silenciar la magia, incluso el vínculo ineludible de la Luna. Cansada del destino forzado, ha pasado toda su vida negando la existencia de un alma gemela, decidida a vivir libre. Pero su secreto es un imán en un mundo al borde de la guerra. Kael Draconis es el formidable Alfa Supremo de la manada más poderosa, un hombre tan letal como oscuro, cuyo pasado trágico lo ha convertido en un tirano. Cuando la aterradora Plaga de la Ceniza amenaza con aniquilar a su gente, Kael ve en Anya no a su pareja, sino a su única arma de salvación. Con un acto de dominio despiadado, Kael la obliga a llevar La Marca del Alfa Prohibido: un anillo ancestral que los ata de por vida y expone las debilidades más profundas de él a su Anuladora. Ahora, Anya está atrapada en la fortaleza Draconis, forzada a una convivencia explosiva con el hombre que debería odiar, pero cuyo toque enciende un fuego que no puede apagar. Su unión es un campo de batalla donde la negación es la única defensa. Mientras el vínculo se profundiza con una química prohibida y el peligro de la Ceniza los obliga a unirse, Anya debe tomar una decisión: ¿Usará su poder para anular la marca y recuperar su libertad, o abrazará el destino impuesto para salvar al Alfa Oscuro que le robó la voluntad... y el corazón? Enemies-to-Lovers. Mate forzado. Un vínculo demasiado peligroso para amar.
Leer másCapítulo 1: La Cazadora de Ceniza
El aire en la cámara del Consejo de Alfas era una mezcla opresiva de cedro antiguo, poder concentrado y moho de secretos. Para mi nariz, que aún recordaba la limpieza del asfalto húmedo y el ozono de una tormenta eléctrica, era sofocante. Olía a jerarquía, y eso me provocaba arcadas.
Yo, Anya ‘Silas’ Volkov, estaba de pie en el centro exacto de la habitación, una mancha de resistencia en mi ajustada chaqueta de cuero negro y mis jeans desgastados, desafiando a una docena de hombres y mujeres lobo de sangre pura que me rodeaban. Eran la realeza del mundo licántropo, y me miraban como si fuera una cucaracha que se había colado en su banquete de cristal.
—Anya Volkov —tronó la voz del Alfa Theron, el decano de cabello gris, golpeando el pesado mazo contra la mesa de caoba—. Desde hace dos días, has sido retenida por desacato al Consejo Supremo. Has rehusado identificarte plenamente y tu presencia en territorio controlado ha activado alarmas mágicas que datan de la Primera Caza.
Respiré hondo, saboreando el desprecio en cada palabra. Los Alfas tenían un problema: no podían clasificarme. Mi padre fue humano, mi madre una loba renegada que me crio en el anonimato. Yo era una grieta en su perfecta y antigua cadena de mando.
—Mi nombre completo está en el archivo que les di. Silas es mi apellido legal humano. Volkov es mi nombre de nacimiento. No desacato. Simplemente me niego a reconocer una autoridad que mi madre, con razón, abandonó —respondí, con la voz firme a pesar del temblor interno.
Mis ojos recorrieron los rostros del Consejo, buscando una pizca de comprensión o, al menos, un poco de aburrimiento. Encontré solo la furia contenida que esconde el poder.
—Tu insolencia se acerca al nivel de traición, mestiza —siseó una voz desde las sombras, y mi cuerpo se puso en alerta máxima antes de que mi cerebro registrara el sonido.
Kael Draconis.
El lobo que no solo era un Alfa, sino el Alfa Supremo. Un título que lo ponía un escalón por encima de todos los demás, otorgándole poder sobre la vida, la muerte y los matrimonios forzados, si se lo proponía.
Me giré lentamente hacia él. Kael estaba de pie, inamovible, junto a una columna de obsidiana, como si la arquitectura misma del poder se hubiera materializado en su persona. No se había dignado a sentarse a la mesa. Era demasiado grande, demasiado intenso, para un mero asiento. Vestía un traje tan oscuro que absorbía la luz, pero nada podía atenuar el brillo letal en sus ojos dorados, que parecían la única cosa viva y peligrosa en esa sala mortuoria.
Su aroma me golpeó: ébano, humo frío y la feromona pura de la dominación. Era un olor tan potente que mi loba interior, la que yo mantenía encadenada y amordazada con mis hábitos humanos, arañaba mis costillas, gritando una mezcla de terror y deseo irracional. Mate. La palabra resonó en mis venas, y la odié. Odié el concepto, odié la biología que lo imponía, y odié a Kael por personificarlo.
—No tengo que ser leal a su jerarquía, Alfa Draconis, porque no soy parte de ella —repliqué, sosteniendo su mirada sin parpadear. El desafío era la única forma en que mi cuerpo sabía cómo respirar en su presencia—. La idea de una "pareja destinada" es una cadena. Soy libre y planeo irme de aquí tan pronto como me den una razón coherente de por qué no puedo.
Un murmullo de incredulidad recorrió la sala. Kael, sin embargo, permaneció en silencio. Solo una de sus cejas, perfectamente esculpida, se levantó en un gesto lento de desinterés soberano.
—Tu libertad ya no está en discusión, Anya Volkov —dijo él finalmente, y su voz era más un rugido contenido que un discurso—. Lo que está en discusión es la supervivencia de nuestra especie. Y la supervivencia dicta que tu peculiaridad sea asegurada.
—No sé de qué hablan —mentí, con un nudo frío en el pecho.
Kael se despegó de la columna. El movimiento fue tan fluido y calculado que sentí que el suelo se inclinaba. En tres zancadas largas, cruzó la distancia que nos separaba. Se detuvo a menos de treinta centímetros, y tuve que inclinar el cuello hacia atrás para mirarlo. Su sombra me cubrió. El aire se cargó de electricidad y mis vellos se erizaron.
—Mientes. Y lo haces mal. Has vivido toda tu vida sintiendo el zumbido del poder de la sangre. Cuando un hechicero lanza un hechizo o un vampiro usa su compulsión, tú lo sientes como una estática nauseabunda. Y lo más crucial: puedes apagarlo.
Su aliento cálido me rozó. La descripción era tan precisa que mi máscara de cinismo se resquebrajó. Era cierto. Siempre había vivido con ese zumbido, que desaparecía como por arte de magia cuando me enojaba o me sentía acorralada.
—¿Qué se supone que soy? ¿Una linterna?
Kael me ignoró, dirigiéndose al Consejo, pero sin dejar de mirarme a mí.
—Ella es una Anuladora de Sangre —la declaración fue una sentencia, no una explicación—. Su linaje mixto le ha dado la habilidad más rara y peligrosa de todas: la capacidad de detectar y neutralizar la magia que se basa en la sangre ancestral.
—Una Anuladora es una leyenda —dijo el Alfa Theron, nervioso—. No tenemos constancia de una en más de cinco siglos.
—Yo la he verificado —intervino Kael, su voz baja y cargada de una historia que no quería contar—. La noche que la encontramos, ella intentó huir. En el forcejeo, me apuñaló con una de esas pequeñas dagas humanas.
Sentí un rubor de vergüenza y triunfo. Sí, lo apuñalé. En el hombro.
—La herida tardó casi una hora en cerrarse. En su rabia, su habilidad se activó y, por un instante, me sentí como un mero humano. Su presencia y su poder anulan temporalmente mi habilidad de regeneración. Y, por extensión, la magia letal que utiliza nuestro enemigo.
El ambiente se volvió gélido. Sabía que la mención del enemigo era el verdadero anzuelo.
—Hablo de la Plaga de la Ceniza —continuó Kael, su rostro endurecido por un dolor antiguo—. Un aquelarre de hechiceros de sangre renegados que se han aliado con nuestros enemigos más oscuros. Están usando la magia de la sangre para neutralizar a nuestros Alfas y desmantelar el resto de las manadas. Mi manada, mi propia familia, fue diezmada por ellos hace cinco años.
La mención de su pasado trágico hizo que algo se tensara en su mandíbula. Había un hueco de dolor detrás de sus ojos dorados, un vacío que su dominio no podía llenar. Pero ese destello de vulnerabilidad solo duró un segundo.
—Ahora entienden por qué la necesitamos. La Plaga es letal. Ella es el antídoto. Ella es la única que puede acercarse a su magia sin que nos mate de inmediato.
Me crucé de brazos, desafiante. —Eso es un problema de lobos. Yo no soy un arma para usar en su guerra civil.
Kael sonrió, pero esa sonrisa no alcanzó sus ojos. Era fría y depredadora.
—Tienes razón. Eres nuestra mejor y única defensa. ¿Y cómo se asegura un arma valiosa, Anya? Se la encadena al poder. Se la convierte en un activo irremplazable.
El pánico se agitó en mi pecho, un aleteo oscuro y premonitorio.
Kael se giró hacia el Consejo, extendiendo el brazo para señalarme, como si estuviera presentando un objeto.
—El Consejo ha deliberado. Dada la urgencia de la Plaga de la Ceniza y la necesidad de mantener a la Anuladora bajo la protección y el control del linaje supremo, el destino ha sido modificado.
Se acercó a mí de nuevo, su cuerpo irradiando una intensidad que me hizo flaquear. Alzó mi mano izquierda, sus dedos envolviendo mi muñeca con una fuerza de acero.
—Anya Volkov, eres mi pareja destinada. Y para el amanecer, serás mi Luna de la Sombra. No es una propuesta. Es un decreto.
Antes de que pudiera gritar, antes de que el "¡Me niego!" pudiera salir de mi garganta, deslizó algo frío y pesado en mi dedo anular. Era un anillo de plata negra, grabado con el emblema de la Manada Draconis: dos dragones entrelazados. Al tocar mi piel, el metal se calentó instantáneamente, y sentí un crack eléctrico recorrer mi brazo hasta mi corazón, como si dos piezas de un rompecabezas genético se hubieran unido a la fuerza.
El vínculo me golpeó. No fue amor, ni dulzura. Fue la rabia pura del reconocimiento, una aversión instantánea que solo podía nacer de una conexión absoluta. Mi loba aulló, desgarrada entre el rechazo y la aceptación incondicional.
—¡Estás loco! ¡No puedes forzarlo! —grité, intentando retroceder.
—Observa cómo lo hago —susurró Kael, sujetándome firmemente. Me levantó en sus brazos con la facilidad con la que yo levantaría una almohada, ignorando mis protestas y las miradas atónitas de los Alfas del Consejo, que se limitaron a asentir con la cabeza ante el decreto de su líder.
Me sacó de la cámara y me llevó por pasillos oscuros y silenciosos de la fortaleza de Draconis.
—Me has atado con tu ley —siseé, mi voz baja y venenosa, aferrándome a su traje para no caer, odiando la forma en que el contacto se sentía tan malditamente correcto—. Te odio. Y lo que siento ahora es repulsión.
Kael se detuvo en medio de un amplio rellano. Me bajó al suelo, pero me acorraló de inmediato contra la fría pared de granito. Estaba tan cerca que sentí el latido de su corazón resonando en mi pecho, rápido y furioso.
—Te desprecio, Anya —respondió él, con sus ojos dorados brillando peligrosamente—. Pero el vínculo es un hecho. La ley, una necesidad. Y el acuerdo, absoluto. Para el mundo, somos un cuento de hadas. Una Luna que vuelve a su Alfa para salvar a la especie.
Su mano subió lentamente y tomó mi rostro, el pulgar áspero rozando la comisura de mi boca. Sentí el impulso de morderle.
—Así que vamos a fingir ser amantes, Luna —su voz era grave y profunda. El aire entre nosotros era tan denso que era difícil respirar—. Pero no olvides: para mí, no eres mi destino. Eres la única arma que tengo para proteger lo que queda de mi gente. Eres mi cautiva, y te mantendré justo aquí.
Estaba a punto de besarme para sellar su falsa declaración de amor frente a los dos guardias que nos seguían discretamente. Su boca se acercaba, lenta, dominante. El olor a pino y furia me nublaba el juicio.
No. No era su arma. Y no iba a ser su cautiva.
El impulso fue ciego, animal, una pura descarga de la loba renegada en mí. En el instante exacto en que sus labios estuvieron a punto de rozar los míos, moví la pierna y, con la puntería aprendida en años de vida humana en las calles, clavé mi rodilla derecha justo en la entrepierna del Alfa Supremo.
El golpe fue seco, devastador.
Kael Draconis se quedó inmóvil. Su respiración se detuvo, el aire se le escapó de los pulmones. Sus ojos, los hermosos y terribles ojos dorados, se abrieron de par en par, revelando una mezcla impactante de incredulidad, shock… y una intensa, gloriosa, furia.
No se encogió ni se dobló. Solo apretó los dientes, dominando el dolor con una fuerza de voluntad inhumana. Me tomó de la muñeca, su agarre un puño de hierro.
—Mala elección, Anya —dijo Kael, con la voz profunda, controlada, pero cargada de una promesa de represalia que me heló la sangre. Dio un paso hacia mí, aún más cerca, anulando el espacio personal—. El contrato de matrimonio entra en vigor a medianoche. Y ese contrato incluye una cláusula muy específica que te obliga, bajo pena de traición, a compartir mi cama. Ahora, enséñame si esa resistencia que tienes es solo verbal... o si puedes igualar mi fuerza cuando intente que cumplas tu primer deber como mi Luna.
Capítulo 44: El Corazón Oscuro del Nido del DragónPunto de Vista: KaelEl Nido del Dragón era una herida abierta en el sur del continente. Las cavernas de basalto, moldeadas por antiguas erupciones volcánicas, eran angostas, húmedas y traicioneras. El aire estaba saturado de polvo mineral y la desesperación de los que se escondían. Mi Disciplina luchaba por mantener el control en un entorno que era la antítesis del orden geométrico de Draconis.Avanzábamos en silencio absoluto. Éramos solo diez: Anya, yo, y ocho miembros de la Guardia de Élite, fantasmas vestidos de obsidiana. La estrategia era una locura controlada: usar la Compasión de Anya co
Capítulo 43: El Campo de Sal y la Primera SangrePunto de Vista: AnyaLa noche era una tela de terciopelo frío y húmedo sobre el continente. En el Salón de Mando Draconis, a cientos de kilómetros de la línea de fuego, el aire vibraba con una electricidad silenciosa, el zumbido de miles de corazones interconectados por la Disciplina de Kael. Pero lo que resonaba en mí no era Disciplina; era el grito primario de la Compasión enfrentándose a su destino.Estaba de pie junto a la terminal de comunicaciones, mis oficiales Ceniza en formación a mi espalda, una isla de calma en el océano de acero Draconis. Podía se
Capítulo 42: La Disciplina y el Peso de la Guerra TotalPunto de Vista: KaelEl Salón del Sol no era un lugar para la comodidad, sino para el poder. Sus paredes, construidas con bloques perfectos de obsidiana extraída de las profundidades de Draconis, absorbían toda la luz innecesaria, dejando solo la fría y geométrica fluorescencia de los paneles tácticos. Aquí, la Disciplina no era solo una ley, sino la propia arquitectura. Pero esta noche, la Disciplina se sentía menos como una herramienta y más como una armadura sofocante sobre mi alma.Acababa de ocurrir. Lyra, el último bastión
Capítulo 41: El Ataque en el Lamento y el Fracaso del OdioPunto de Vista: Lyra,El aire en la Montaña del Lamento era siempre frío, pero en el centro de mi fortaleza, cerca de los respiraderos geotérmicos, se sentía un calor artificial, un refugio para mi gente Ceniza. Sin embargo, ese calor no podía mitigar el frío de la duda que se había instalado en mi corazón.Había pasado un ciclo desde que Kael me había dado el ultimátum. Solo quedaban dos.Y había pasado medio ciclo desde que Marcus, la Mano de la Disciplina, regresó del destierro. Su informe, entregado por la propia Eris, no era un texto, sino un
Capítulo 40: El Ejecutor de la CompasiónPunto de Vista: MarcusEl hedor a miseria me golpeó antes que el viento. No era el olor limpio y frío de la nieve, sino una mezcla nauseabunda de enfermedad, ceniza húmeda y desesperanza. Las Tierras del Olvido. Un nombre adecuado para el cementerio de la Ley.Me detuve en la cresta, alzando la mano para detener la columna de cien carretas cargadas de provisiones. Detrás de mí, mis Guardias Draconis, cien figuras de acero y obediencia, esperaban en silencio. Su Disciplina era mi reflejo; su confusión, también. Jamás habíamos llevado pan a los traidores. Siempre la espada.La Compasión es la nueva espada, hab&ia
Capítulo 39: El Fuego Blanco Contra la DudaPunto de Vista: KaelLa ausencia de Anya no había sido de días, sino de unas pocas horas, pero el tiempo se había distorsionado. Mi estudio se sentía sofocante, el aire pesado con la Duda que el Exilio había inoculado en mi mente. El veneno no era que Anya me fuera infiel, sino que su Compasión —el motor de nuestra Unificación— fuera una herramienta estratégica, capaz de ser retirada o dirigida contra mí si la supervivencia de su gente lo dictaba.Ella me ve como el medio, no como el fin.La Le
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