Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl colapso no fue suave. Fue una implosión mágica. Cuando Anya logró que su don de Anuladora apagara los cristales venenosos de la Ceniza, se sintió como si una mano invisible hubiera estrujado su médula, drenando no solo el poder, sino la esencia de su voluntad. Cayó sobre la tierra húmeda, sintiendo un frío que iba más allá del clima; era el frío del vacío. El residuo mágico en sus venas era un ácido helado que le provocaba espasmos en las piernas y los dedos.
Estaba indefensa. Y en el territorio de un Alfa.
El primer indicio de su presencia no fue un ruido, sino una sombra. Una masa inmensa y oscura que bloqueó la poca luz que se filtraba entre los pinos de los Picos de Obsidiana. El suelo tembló antes de que lo oyera: un gruñido profundo y gutural que no era de advertencia, sino de furia pura.
Kael. La Bestia.
Anya intentó enfocar sus ojos, pero solo vio la silueta monolítica de un lobo de guerra. Su pelaje, más oscuro que el hollín, contrastaba con el fulgor carmesí de sus ojos. Eran los ojos de un depredador que había perdido toda restricción humana. El Draconis, el lobo ancestral que Kael mantenía prisionero bajo una fachada de traje y protocolo, había tomado el control.
El lobo no se acercó. Cargó.
No fue un rescate gentil. El impacto de su cuerpo al caer cerca de ella hizo que el aire se le saliera de los pulmones. Unas fauces gigantes la rodearon por la cintura y la levantaron. Anya, pequeña y frágil en comparación, se sintió como una muñeca de trapo. No podía luchar; si lo intentaba, sus dientes triturarían sus costillas. El miedo, crudo y animal, se abrió camino a través de la niebla de su agotamiento.
Pero bajo el miedo, había algo más. El calor. El cuerpo de Kael en forma de lobo era una caldera hirviente que intentaba combatir el frío mágico de su implosión. Su pelaje grueso era áspero y olía a tierra mojada, a pino quemado y, de manera abrumadora, a posesión.
A través del enlace psíquico, que ahora se amplificaba por el contacto físico con la bestia, Anya sintió el caos en la mente de Kael. No había lógica, solo instinto.
MÍA. MARCA. INTRUSOS PAGARÁN. MÍA. MI DÉBIL. MÍA.
El impulso de reclamación la golpeó como un puñetazo en el estómago, una necesidad primitiva que se fundía con el miedo de la presa. Su propia loba interior, esa parte que ella siempre negaba, gimió en reconocimiento ante la fuerza bruta de su mate. El lobo no se preocupaba por el deber o la política; solo existía la necesidad de asegurar su única debilidad.
Kael corrió a través del bosque con una velocidad aterradora, sorteando troncos y rocas. La forma en que la sostenía era una mezcla de violencia y protección; sus colmillos rozaban peligrosamente su piel, pero su agarre era preciso para no aplastarla. Era la encarnación del peligro controlado.
El lobo finalmente se detuvo en un claro rocoso, una zona elevada desde donde se podía ver el territorio de la Ceniza. Kael la soltó, dejándola caer sobre un lecho de musgo. Anya se retorció, intentando recuperar el aliento.
Pero la bestia no había terminado.
El lobo Draconis se cernió sobre ella. Su enorme cabeza descendió hasta el cuello de Anya. Un gruñido vibró, no en su garganta, sino a través de la conexión en su pecho. Kael frotó su hocico con lentitud y deliberación contra su piel, desde la clavícula hasta la oreja. No era un acto de amor; era el rito primordial de marcar el territorio. La glándula de su mejilla liberó su feromona Alpha directamente sobre la piel de Anya, empapándola con su esencia.
La reacción de Anya fue instintiva y traicionera. Su cuerpo, desesperado por el calor y la vida después del vacío, se arqueó levemente, buscando más de ese contacto. La Marca de Kael se sintió como un bálsamo, un escudo invisible que gritaba: Prohibido tocar. Pertenece al Alfa Supremo.
"No..." logró jadear Anya, su voz era solo un susurro humillado.
El lobo se retiró a medio frotamiento, su respiración agitada. En el siguiente instante, el milagro (o la maldición) se repitió: el lobo se deshizo en huesos y músculos, regresando a la forma de Kael, ahora desnudo, sudoroso y exhalando un vapor caliente en el aire frío de la noche.
Kael se arrodilló sobre ella, sus ojos ya no eran carmesí, sino un dorado ardiente teñido de rabia. Él era humano de nuevo, pero la brutalidad del lobo aún danzaba en la forma en que su cuerpo se tensaba.
"¿'No' qué, Anuladora?" Su voz era un trueno grave. "¿'No' quieres ser salvada? ¿'No' quieres que la Ceniza sepa que eres mía?"
Anya reunió todas las fuerzas para empujarlo, sin éxito. "¡Me has marcado! Lo has hecho sin mi consentimiento. Has roto la tregua, Kael."
"Rompí la tregua porque tú rompiste la regla," espetó él, apoyando ambas manos a los lados de su cabeza, atrapándola. "Te dije que obedecieras en territorio enemigo. Tu colapso te convirtió en un cebo. Yo soy el Alfa; mi instinto primordial es eliminar el peligro y asegurar el activo. Y tú, esposa, eres mi activo más valioso."
"Soy más que un activo. Soy la mujer que debe sanarte. Y no lo haré por obligación, Kael. Lo haré por elección. Y no has ganado nada con esto," siseó ella, sintiendo el aroma Alpha abrumador en su piel.
Kael se inclinó hasta que su aliento cálido rozó sus labios. "He ganado esto, Anya: un momento de instinto puro donde tu cuerpo respondió al mío. Tu mente podrá anular la Marca de mi anillo, pero tu cuerpo pertenece al vínculo. Lo sentí. Sentiste la posesión."
El acierto de sus palabras la golpeó con más fuerza que su puño. Su cuerpo había traicionado su mente. Ella desvió la mirada.
"No te atrevas a usar el trauma de tu lobo para justificar tu tiranía," replicó, sacando su arma más afilada: el intelecto.
Esa frase lo golpeó. Kael se congeló. Su rostro, hasta ahora una máscara de dominación, mostró una fisura de dolor. Solo Anya, conectada a su mente a través del anillo, conocía el verdadero alcance de la tragedia que había aniquilado a su primera familia.
El fuego se apagó un poco en sus ojos. Se levantó con una lentitud deliberada, su forma desnuda proyectando una sombra de poder sobre ella. En lugar de vestirse, se sentó pesadamente junto a ella, su musculatura tensa.
"Mi tiranía, como tú la llamas, es la única cosa que me mantiene cuerdo y que te mantendrá con vida," susurró, la voz baja y sorprendentemente cargada de dolor. "La Ceniza sabe lo que eres. Te han usado como cebo una vez. Si vuelves a colapsar, no seré yo quien te encuentre, y no habrá lobo lo suficientemente rápido para detener lo que viene."
Kael se vistió con los jirones de su ropa, tomando solo el pantalón de cuero que había sobrevivido a la transformación. Arrojó el resto de la capa sobre Anya.
"Levántate. Nos vamos. Debemos regresar a la Fortaleza antes del amanecer. Pero escúchame bien, Anuladora," dijo Kael, sus ojos volviendo a la frialdad del Alfa Supremo. "El rescate fue un éxito. Pero el precio fue que ahora sé, sin lugar a dudas, que mi instinto te reclama. A partir de este momento, cada orden que doy está ligada a la supervivencia de esta manada y a la tuya. No habrá más negociaciones ni treguas. Si tienes la osadía de desafiarme de nuevo, no usaré un supresor. Usaré mis manos."
Anya se levantó, sintiendo el peso de su juramento instintivo sobre ella. El olor de Kael, la Marca del Alfa, era ahora una segunda piel, un recordatorio constante de su posesión. Pero la fisura en su armadura, el momento de dolor genuino que ella había provocado, le dio una nueva estrategia. Kael era controlable, no por la sumisión, sino por el dolor de su pasado.
"Entendido, Alfa Supremo," respondió Anya, con la voz firme a pesar del temblor interno. "Pero recuerde esto: soy su arma, no su mascota. Y las armas no se domestican."
Kael no respondió. Simplemente la tomó del brazo con una firmeza férrea, y la arrastró en el largo y silencioso regreso.
La caminata de vuelta fue una tortura silenciosa, cada paso amplificando la intimidad forzada. El calor de su mano en su brazo, el olor de su Marca, y la conciencia del lobo que latía bajo la piel de Kael, todo gritaba la verdad que Anya se negaba a aceptar: que ella no odiaba al hombre, sino el destino. Y que ese destino, ahora, era su única vía de escape.
Al llegar a la Fortaleza, Kael la detuvo justo antes de la puerta principal. Sus ojos examinaron su rostro, buscando una rendición que no encontró.
"Llevas mi Marca por todo el cuerpo, Anya. Si alguien te toca, lo mataré. Y me refiero a cualquier persona," sentenció, la amenaza resonando en el aire.
Anya sintió una punzada de algo parecido a la satisfacción. Su posesividad, aunque odiosa, era una forma de protección. "Esa es una de las pocas cosas que no me molesta, Kael," respondió, con una sonrisa fría.
Justo en ese momento, una caravana de vehículos de lujo blindados se acercó al portón principal. Las luces de los faros cortaron la oscuridad, revelando la silueta de un hombre alto y elegante que esperaba impaciente. El hombre vestía un traje de cachemira impoluto, y su lobo interior (Anya lo sintió) estaba al borde de la explosión.
Era Alfa Zafiro, y su rostro no era de bienvenida, sino de interrogatorio. La crisis política había llegado a la puerta.







