Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 4: El Eco de la Obsesión
El pulso de Kael se había instalado en mi mente como una marea.
Estaba allí, bajo la seda fría de las sábanas. No en la habitación, sino en mí. La ola de deseo que había sentido no era una ilusión. Era la verdad brutal del Vínculo Prohibido: rechazo mental, pero una necesidad biológica abrumadora. Y lo peor, su fantasía violenta se repetía en mi subconsciente, proyectada por el anillo, cargada de su ira y su posesión.
Salté de la cama como si me hubieran quemado.
Tenía que apagarlo. Tenía que anularlo.
Me llevé las manos a las sienes, concentrándome. El click que había usado antes para anular el supresor químico era una defensa de último recurso, un cortocircuito. Pero ahora, tenía que usarlo para silenciar la voz más profunda de su ser: la del Alfa Supremo, el Rey Oscuro, reclamando a su mate.
Cerré los ojos, buscando la estática. El dolor, la posesión, la lujuria oscura que no era mía.
La encontré. No era un zumbido, era una corriente eléctrica, pulsando entre mi dedo (el anillo) y mi pecho (el vínculo).
Haz clic. Silencio.
Empujé mi mente hacia la Nada que era mi poder. La Anuladora no solo bloqueaba; ella vaciaba.
El pulso de Kael se detuvo.
Fue como si alguien hubiera cortado el cordón umbilical de una conexión psíquica. El silencio mental fue tan vasto, tan absoluto, que me sentí libre por primera vez desde que puse un pie en esta fortaleza. No sentía su ira, ni su deseo, ni la soledad de su pasado. Era solo Anya, por su cuenta.
Me vestí rápidamente, poniéndome mis jeans y una de las camisas sencillas que habían dejado para mí. Tenía que actuar mientras la conexión estaba silenciada.
Bajé la escalera de caracol tan silenciosamente como pude. Kael estaba exactamente donde dijo que estaría: recostado en el enorme sofá de cuero, con un vaso de licor oscuro en la mano. El fuego de la chimenea proyectaba sombras sobre su rostro, haciendo que se viera aún más peligroso y, para mi exasperación, increíblemente atractivo.
Estaba despierto. Me miró mientras mis pies tocaban la alfombra de piel de oso.
—Eres ruidosa para una loba entrenada —su voz era áspera, pero no furiosa. Había algo más.
—Estoy perfectamente en silencio. Y tú sabes por qué estoy aquí.
Kael se sentó, colocando el vaso en la mesa de café de mármol.
—¿El vínculo? ¿No te gustó mi fantasía? Debiste haberme atacado de nuevo. Al menos me sentiría satisfecho.
—Acabas de sentir un vacío absoluto. No tienes acceso a mí —dije, sintiendo una extraña satisfacción.
El Alfa sonrió, una curva lenta y casi dolorosa. —Sentí el silencio. Un terror absoluto, como si mi alma se hubiera ido a dormir. ¿Qué eres, Anya? ¿Una defensa natural contra el mate?
—Soy la razón por la que te sientes débil. Y no lo hice por ti. Lo hice por mi cordura.
Caminé directamente hacia la mesa, apoyándome en ella. —Ahora, hablemos del verdadero problema, Kael. Me dijiste que soy demasiado valiosa para morir en tu cama, lo que significa que me necesitas viva. El Consejo te forzó, lo que significa que la amenaza es inminente. Dime lo que sabes sobre la Plaga de la Ceniza.
Kael entrecerró los ojos. Su control sobre las emociones era legendario, pero mi presencia era una constante violación de su paz.
—Lo que te he revelado es más de lo que nadie, fuera de mi círculo más íntimo, sabe.
—Lo sé. Vi el cuchillo plateado. Vi la sangre de tu gente. Y sentí tu dolor. Te garantizo que, mientras el vínculo esté en silencio, no lo usaré contra ti. Soy tu única opción para anular la magia de la Plaga. Te daré mi cooperación, pero quiero saber exactamente lo que estamos enfrentando.
El silencio fue largo. Solo el crepitar del fuego llenó el espacio. Kael me escudriñó, buscando la mentira, buscando el truco, pero yo solo ofrecía la verdad brutal de una mercenaria.
—La Plaga de la Ceniza no es un grupo de lobos renegados. Es una milicia de cambiaformas y hechiceros que han descubierto cómo usar la Ceniza del Eclipse —comenzó Kael, y la frialdad de su voz me dio escalofríos—. La Ceniza es un residuo mágico que se produce solo en un Eclipse de Sangre. Los hechiceros de la Plaga la utilizan para crear supresores y toxinas que pueden bloquear la curación licántropa. Su objetivo es la extinción.
Hizo una pausa, tomando un sorbo del licor.
—Hace dos semanas, atacaron la manada Colmillo de Hierro. Los Alpha y Beta murieron. No por la fuerza, sino porque el ataque estuvo impregnado de Ceniza. Nuestra curación se anuló. Murieron como humanos, desangrados. Si esto se repite, el mundo de las manadas caerá.
—Y crees que mi poder de Anuladora, mi click mental, es la cura.
—No lo creo. Lo sé. El Consejo lo sabe. Los reportes de mis exploradores dicen que donde tú has estado, la Ceniza pierde su potencia. Tu habilidad no es solo anular la magia; es neutralizar la magia residual. Eres nuestro anticuerpo.
—Así que, o me caso contigo para proteger el arma, o te quedas sin defensa.
—Exacto.
—Bien. Necesito dos cosas, y las necesito ahora —dije, elevando mi barbilla. La dinámica entre nosotros había cambiado. Yo ya no era la presa, era el activo estratégico—. Primero: acceso a tu biblioteca y a los reportes de la Plaga. Segundo: debes decirles a tus guardias y al Consejo que eres tú quien me está domesticando, que soy una mate sumisa. No quiero que sepan que tengo el control mental sobre el vínculo. Cuanto menos sepan de mi poder, más seguro estoy yo.
Kael me miró con una intensa admiración a regañadientes.
—Estás negociando tu propia jaula.
—Estoy negociando mi libertad en el campo de batalla. Dime, Alfa, ¿qué harás para convencerme de que mi vida con la Plaga es peor que mi matrimonio contigo?
Antes de que Kael pudiera responder, la puerta de la suite se abrió de golpe.
Beta Aris entró como un relámpago, con el aliento agitado y los ojos llenos de terror. Se inclinó ante Kael, sin atreverse a mirarme.
—¡Alfa! Lo han hecho de nuevo. Los exploradores de la Guardia Nocturna han interceptado una transmisión codificada de la Plaga. Han tomado un rehén en la manada vecina.
—¿Quién es? —preguntó Kael, de pie en un segundo, su aura Alfa llenando la habitación.
—Es el hijo de Alpha Thorne. Un cachorro de diez años —informó Aris con voz temblorosa—. Y lo más grave: la transmisión reveló que usarán al niño como cebo. Lo han atado a la Puerta Norte de la ciudadela, la más cercana a nuestro territorio.
Kael cerró los puños, la rabia pura brillando en sus ojos. Podía sentir el temblor de su furia incluso con el vínculo en silencio.
—¿Cuál es la exigencia de la Plaga?
—Exigen que la manada Draconis les entregue a su Anuladora. O matarán al niño al amanecer.
Mis ojos se abrieron de golpe. Habían revelado mi identidad al mundo.
Kael me miró. Su mirada era fría, calculadora, completamente desprovista de la lujuria que había proyectado minutos antes. Él era el líder ahora.
—Aris, reúne a todos los Betas de asalto. Iremos a la Puerta Norte —ordenó Kael. Luego se volvió hacia mí, su voz baja y cargada de una amenaza brutal.
—Ahora el mundo sabe quién eres. Si salgo por esa puerta, la Plaga de la Ceniza te encontrará. No irás sola. El deber ha terminado, Anya. El matrimonio es lo único que nos salvará ahora. Vístete. Saldrás conmigo.
Y para sellar su orden, me arrojó algo. Era una capa de viaje pesada, negra y con el emblema de los Draconis bordado en el cuello. Debajo, deslizó un objeto: una daga de plata.
—Si la Plaga te toca, preferiría que te mataras tú misma antes de que te entregues a ellos.







