Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 5: Sangre y Ceniza
La daga de plata era fría y ligera en mis manos, una ironía macabra.
Si la Plaga te toca, preferiría que te mataras tú misma antes de que te entregues a ellos.
La plata era tóxica para los licántropos. Kael Draconis no me había dado un arma de defensa, sino una póliza de seguro para la extinción. Si me capturaban, él se aseguraba de que yo no pudiera ser usada en su contra. Lo que me decía dos cosas: me valoraba inmensamente como activo, y no confiaba en mi capacidad de resistencia a la tortura.
Me puse la pesada capa negra de la manada Draconis. El emblema del dragón de tres cabezas se sentía como un uniforme de prisión. Deslicé la daga de plata en el interior de mi bota.
Al bajar, la suite se había transformado en un cuartel. Kael, ahora con una chaqueta de combate y guanteletes de cuero oscuro, hablaba en voz baja con Aris y otros dos Betas. La tensión era palpable, la furia silente del Alfa, contagiosa.
—Nos infiltrarán por el túnel de drenaje. Dos exploradores irán por el flanco oeste —escuché a Kael. Hizo una pausa y me miró—. Anya irá conmigo.
Aris parecía a punto de protestar, pero se mordió la lengua. Ningún Beta cuestionaba una orden de Kael, y mucho menos una que involucraba a su recién impuesta mate.
—Alfa, ¿no sería más seguro que se quedara en el búnker? Si la Ceniza la captura... —empezó Aris.
—La Ceniza la está esperando en la Puerta Norte. Si se queda aquí, la fortaleza será atacada. Conmigo, está bajo el único resguardo que el Consejo me permite garantizar —dijo Kael, y me di cuenta de que usaba la "Cláusula del Deber" como un escudo.
Antes de salir, Kael se acercó a mí, sus ojos dorados fijos en los míos. El vínculo, que yo había silenciado, no proyectaba ninguna emoción, pero la proximidad física era un asalto sensorial. Olía a cuero, a bosque frío y a poder puro.
—Si nos separan —susurró, con un tono que solo yo podía oír—, usa tu don. Busca la Ceniza. Encuentra la estática mágica. Es tu brújula.
—Y si te caes, yo corro —respondí, sin pestañear.
Su boca se curvó en una sombra de sonrisa. —Me gusta la idea de que la Anuladora escape. Haría mi muerte menos aburrida.
Nos movimos rápidamente. El patio de la fortaleza Draconis era un laberinto de piedra y niebla. Kael abrió una compuerta oculta cerca de los muros exteriores. Era un túnel estrecho, hediondo a tierra húmeda y musgo.
—Tú primero —ordenó Kael.
Entré en la oscuridad. El tacto de Kael en mi espalda, guiándome con una presión firme y constante, era casi peor que su fantasía. Me hacía sentir protegida, a pesar de que yo quería arrancarle el brazo.
El túnel nos llevó a un denso bosque de pinos, justo al límite del territorio de la manada Zafiro, la manada vecina.
—La Puerta Norte está a menos de medio kilómetro. Nos transformaremos ahora —dijo Kael.
Sus Betas ya habían comenzado la metamorfosis, sus huesos crujiendo y alargándose con sonidos húmedos y violentos. Era la primera vez que veía la transformación tan de cerca. No era una escena de gracia; era una explosión de biología brutal. En segundos, había cuatro lobos gigantes, más grandes que cualquier oso, con pelaje negro y ojos rojos como carbones encendidos.
Kael se despojó de su chaqueta. Sus músculos se tensaron hasta el límite.
—No te transformes, Anya —ordenó, sus ojos fijos en mí.
—Soy más rápida si corro.
—Tu olor de loba mixta es demasiado dulce y rastreable. Si corres como humana, el olor de la manada Draconis te cubrirá y te hará parecer una escolta, no una mate. Y mantente cerca. Si la Ceniza te toca, no podemos curarte.
Él no esperó mi respuesta. Kael se elevó en un rugido sordo. Su cuerpo creció, su columna vertebral se alargó y se quebró. En el momento en que se convirtió en el Alfa, era una bestia de un metro ochenta de altura en los hombros, un lobo oscuro con el pelaje tan negro que absorbía la poca luz de la luna. Era puro poder depredador.
Me quedé helada. Era imponente, aterrador, y completamente fascinante. Sus ojos dorados, ahora de un ámbar líquido, se fijaron en mí.
El Gran Lobo Negro gruñó una orden de movimiento y echó a correr. Yo lo seguí, aferrándome a la correa de la capa para no tropezar en la maleza. Los Betas nos rodearon, formando un círculo de protección.
Corrimos en silencio, el único sonido era el golpeteo sincronizado de las patas de lobo y mis botas contra la tierra.
A medida que nos acercábamos a la Puerta Norte, sentí la estática.
No era el leve zumbido del anillo. Era un dolor de cabeza palpitante, un campo de distorsión mágica que me golpeaba en la frente. La Ceniza del Eclipse estaba por todas partes.
—Alto —dije, jadeando, deteniéndome de golpe.
Kael se detuvo instantáneamente, el Gran Lobo girando su enorme cabeza hacia mí. Sus Betas se tensaron, listos para el ataque.
—La Ceniza —jadeé, señalando hacia adelante, aunque no veía nada—. Es fuerte. El aire está pesado.
Kael asintió con un gruñido. Confió en mí. Su confianza, no su posesividad, me desarmó.
Nos arrastramos hasta el borde de un claro. Allí estaba: la Puerta Norte, una simple barricada de troncos. Y atado a uno de los postes, el cachorro de diez años, llorando en silencio.
Pero no era el cachorro lo que me hizo temblar. Eran las trampas.
Había pequeños cristales azul ceniza esparcidos en un círculo perfecto alrededor del poste donde el niño estaba atado. Eran las trampas de los hechiceros de la Plaga. Cualquiera que se acercara, se expondría inmediatamente a la toxina que anulaba la curación.
—Hay Ceniza por todas partes. No podemos pasar por ahí —le dije a Kael en un susurro áspero.
Kael gruñó, un sonido bajo y frustrado. Él podía oler el peligro, pero yo podía sentir la magia.
—Voy a pasar —gruñó Kael en su forma lobuna.
—No lo harás. Te inmovilizarán. Si la Plaga quiere una Anuladora, no te matarán a ti; te herirán lo suficiente para que yo tenga que acercarme a curarte, y ahí nos cazarán a los dos.
De repente, una voz resonó en la oscuridad, amplificada por alguna magia sonora:
—¡Alfa Draconis! ¡Sabemos que la tienes! ¡Entrega a la Anuladora de Ceniza! O la cabeza de Thorne JR. rodará al amanecer. ¡Podemos oler el miedo del niño!
—Mierda —maldijo Kael en su mente. El vínculo silenciado me permitía escuchar solo la rabia superficial, no la profunda.
Kael se giró hacia mí, su enorme cuerpo proyectando una sombra aterradora. Me empujó con el hocico.
—La Ceniza está concentrada en el suelo. Pero no en el aire. Si puedes anular lo que te toca...
Entendí su plan. Un plan estúpido, imprudente y espectacularmente Alfa.
—No. Soy Anuladora, no impenetrable.
—Sí lo eres. El supresor te ha preparado. Tienes que cruzar el círculo y anular la Ceniza en cada cristal antes de que te toque. Tienes que crear un camino.
Me miró a los ojos, y por primera vez, no vi al mate ni al rey. Vi al guerrero que dependía de una compañera.
—No tienes elección. Eres la única que puede caminar sobre ese veneno. Y no podemos perder al niño.
Tomé una respiración profunda, apretando los puños. Si fallaba, no solo moriría el niño y Kael, sino que yo me entregaría al destino que me había negado toda la vida.
—Bien. Pero si llego allí, no me detendré hasta que la Plaga esté muerta.
Kael, el Gran Lobo Negro, asintió, su hocico rozando mi mejilla en un gesto de lealtad absoluta. Me estaba entregando su vida.
Me puse en pie, dejando atrás a los lobos. Avancé hacia la Puerta Norte, hacia el círculo mortal de cristales azul ceniza, sintiendo el corazón del Alfa latiendo de forma acelerada en mi mente silenciada. El destino de tres manadas dependía de mi capacidad para caminar sobre el veneno.







