Heller quedó ahí, paralizado por un instante, hasta que un rugido de furia desgarró su garganta y lo hizo retumbar contra las paredes.
—¡Largo de aquí! ¡Quiero estar solo! —gritó con una rabia que parecía salir de lo más hondo de sus entrañas.
Irina dio un paso hacia él, intentando tocarle el brazo, consolarlo, pero la apartó de un manotazo brutal.
—¡Fuera! —escupió, con los ojos encendidos como brasas.
Bea se adelantó y, con un gesto frío, sujetó a Irina del brazo.
Al sacarla de la habitación, apretó con fuerza, tan fuerte que la joven gimió de dolor.
—Más te vale que me ayudes a destruir a Hester y Eyssa —le susurró entre dientes, con un veneno mortal en cada palabra—. Si el camino de mi hijo al trono se arruina por culpa de esa loba, será tu culpa… y lo pagarás caro.
El corazón de Irina se encogió. Un sudor frío le recorrió la espalda, y solo pudo asentir en silencio.
El miedo la encadenaba.
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En la habitación de Hester, el aire estaba cargado de tensión y deseo.
Eyssa entró tamb