Al día siguiente, cuando Eyssa abrió los ojos, lo primero que vio fue a Hester a su lado.
Durante unos segundos permaneció inmóvil, observando su perfil, esa serenidad en su rostro que pocas veces dejaba mostrar al resto del mundo.
El corazón de Eyssa comenzó a latir con fuerza, y dentro de ella, su loba ronroneó con un estremecimiento profundo, reconociéndolo sin dudas.
No había engaño, no había error.
Él era su pareja destinada.
Era como si la propia Diosa Luna se hubiera inclinado hasta su oído para susurrarle la verdad: “Él es tuyo, y tú eres suya”.
El vínculo ardía en lo más hondo de su pecho, un lazo invisible que la encadenaba a él para siempre.
Cuando Hester abrió los ojos y la miró, una sonrisa genuina curvó sus labios, y Eyssa supo que él también lo sentía.
—Buenos días, loba mía —murmuró con esa voz profunda que erizaba su piel.
Ella apenas pudo asentir, tan emocionada que sus ojos se humedecieron. Lo amaba ya sin remedio.
La calma de ese instante fue interrumpida por el ll