Al llegar al bosque, dejaron a Eyssa encerrada en el auto, el motor aun zumbando suavemente mientras la naturaleza rodeaba el vehículo con su silencio ominoso.
La luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando sombras danzantes que parecían burlarse de la situación.
Heller, con el corazón en un puño, salió del auto y comenzó a caminar de un lado a otro, la ansiedad y la rabia ardiendo en su interior.
—Hijo —dijo Bea, su voz cortante, como el viento helado que soplaba entre los árboles.
Él miró a su madre con una mezcla de rabia y dolor en sus ojos, el conflicto interno desgarrándolo.
—¡Tú…! ¿Lo mataste? ¿Mataste a mi padre? —preguntó, su voz temblando, pero llena de acusaciones. Las palabras salieron de su boca como un grito de desesperación, cada sílaba impregnada de traición.
Bea lanzó un suspiro, poniendo los ojos en blanco como si el peso de la situación le resultara molesto.
—No seas tonto, Heller —respondió con desdén—. Tu padre ya no nos quería. Iba a elegir a Hester. ¿