Bea estaba en esa celda, acabada y destruida.
Las paredes frías de piedra la rodeaban, y la oscuridad parecía abrazarla como un viejo amigo, uno que no deseaba tener.
El eco de sus pensamientos resonaba en su mente, un constante recordatorio de sus fracasos y de las decisiones que la habían llevado a ese lugar.
Su corazón, una vez lleno de ambición y deseos de poder, ahora latía con un peso de desesperanza.
Había perdido todo, y lo que era peor, había arrastrado a quienes más amaba en su caída.
Fue en ese momento, cuando la desesperación la envolvía como una niebla densa, que Mahi entró.
La figura de su rival, una mujer que había sido su sombra durante tanto tiempo, se dibujó en el umbral de la puerta.
Bea levantó la mirada, sus ojos se cruzaron con los de Mahi, y en ese instante, el aire se volvió pesado, cargado de una tensión palpable.
—¿Viniste a burlarte de mí? —preguntó Bea, su voz temblando entre el rencor y la tristeza. La amargura se filtraba en cada palabra, como un veneno q