Mundo ficciónIniciar sesiónTras tres años de un matrimonio frío y lleno de sombras, Isabel Valdez lo perdió todo: a su esposo, a su hogar y a sí misma. Humillada por la aparición de Valeria, el gran amor del pasado de Santiago, y destruida por las mentiras que marcaron su vida, cayó al abismo. Pero del dolor nació una nueva mujer. Seis años después, Isabel regresa transformada en una eminencia internacional, rodeada de poderosos que se disputan su influencia. Lo que nadie imagina es que su camino volverá a cruzarse con el de Santiago… y esta vez, él no tendrá más opción que depender de ella. Entre traiciones, secretos y pasiones que se niegan a morir, Isabel se enfrentará al hombre que la quebró, ya no como la esposa dócil de antes, sino como la exesposa más codiciada, en busca de la venganza que la vida le ofreció, pero el amor y la venganza son dos sopas de la misma mesa…
Leer másMi marido, con quien llevo tres años casada, por fin tiene un hijo… pero no es mío.
Esa noche yo estaba en la cocina, revolviendo una olla de sopa de pollo con champiñones, la favorita de Santiago.
En tres años, había pasado de ser un desastre en la cocina que quemaba hasta los huevos fritos, a convertirme en una esposa que conocía al dedillo todos sus gustos.
Afuera de la ventana, el crepúsculo teñía el cielo mientras las luces de la ciudad comenzaban a encenderse.
Mi celular se iluminó con un mensaje de su asistente:
«Sra. Valdez, el Sr. Santiago llegará esta noche en el vuelo de Nueva York, alrededor de las ocho».
Miré la hora: las 7:10. Todavía había tiempo.
Él llegaría a casa justo cuando la sopa estuviera a la temperatura perfecta.
Dejé la sopa calentándose a fuego lento y subí a cambiarme.
Me puse un vestido de seda color lila que a él le gustaba y me maquillé con cuidado.
Tres años de matrimonio, y aún conservaba esa emoción inicial, esperando cada reencuentro.
A las 8:40, escuché el motor del coche en la entrada.
Caminé hacia la puerta con una sonrisa que había practicado innumerables veces. Pero en cuanto se abrió la puerta, mi sonrisa perfecta se congeló.
Santiago estaba allí, con un atisbo de cansancio entre las cejas y el traje colgando del brazo. Pero no estaba solo.
A su lado había una mujer que había visto en fotos antiguas.
Valeria, su exnovia, a quien había amado con locura y luego odiado con pasión.
Tenía el cabello largo hasta la cintura, vestía un abrigo color beige y rasgos delicados, pero sus ojos, como los de un ciervo asustado, se aferraban a él.
Y lo más doloroso: el niño que sostenía en sus brazos.
Tenía unos cuatro o cinco años, sus ojos eran casi idénticos a los de Santiago.
—Isabel —dijo Santiago, con un tono impasible—, déjanos pasar.
Me aparté mecánicamente, viendo cómo este «trío» surrealista entraba en lo que era mi hogar con Santiago.
El niño miraba alrededor con curiosidad, mientras Valeria se acercaba inconscientemente a Santiago, como buscando protección.
—Ella es Valeria —dijo Santiago, como si no la conociera—. Y este es su hijo, Leo.
—Cumple cinco años pronto —añadió Valeria, con una voz suave pero con una mirada que desafiaba.
¿Cinco años? Mi corazón se encogió. Habían terminado hace menos de cinco años.
—Santiago dijo que podíamos quedarnos aquí unos días —continuó Valeria, posando sus dedos sobre el brazo de él—. Acabo de volver al país, aún no tengo casa y con el niño es difícil estar en un hotel...
Miré a Santiago, esperando una negativa o al menos una explicación.
Pero él solo se frotó las sienes, cansado:
—Valeria tiene algunos problemas y necesita ayuda. Prepara la habitación de invitados —ordenó.
En ese momento, sentí cómo algo se quebraba dentro de mí. Tres años de matrimonio, y él nunca había permitido que nadie más pisara esta casa que era «nuestra». Ahora, lo hacía por su ex amada y por un niño que bien podría ser su hijo.
—Está bien —respondí con una tranquilidad que ni yo misma reconocía—. Voy a preparar la habitación.
Al volverme, me vi en el espejo del pasillo, impecablemente maquillada, elegantemente vestida, pero sintiéndome como una completa farsa.
Mientras arreglaba la cama, con las yemas de los dedos heladas, escuché voces bajas desde afuera.
—Leo tiene miedo a los nuevos lugares... ¿Podrías quedarte con nosotros un rato esta noche? —pidió Valeria con una voz temblorosa.
—Sí —fue la baja respuesta de Santiago.
Esa respuesta afirmativa me atravesó el corazón como una aguja.
Dejé de arreglar las sábanas, cerré los ojos y respiré hondo.
Esa noche, Santiago no volvió a nuestro dormitorio.
Me acosté sola en la cama matrimonial, dando vueltas sin poder dormir. A las dos de la madrugada, bajé a buscar un vaso de agua y, al pasar por la habitación de invitados, escuché llantos contenidos.
La puerta estaba entreabierta. Vi a Valeria llorando en los brazos de Santiago, mientras él le acariciaba la espalda y la consolaba en voz baja.
—Santiago, tengo mucho miedo... Esa gente me sigue buscando...
—Estoy aquí, nadie te hará daño.
En ese momento, mi corazón se heló por completo. En tres años, Santiago nunca se había mostrado tan protector y tierno conmigo. Siempre fue frío, distante, casi evasivo.
Pensé que era su forma de ser. Ahora entendí que simplemente, yo no era la persona indicada para ver ese lado de él.
Volví al dormitorio y pasé la noche en vela. Los tres años de matrimonio pasaron por mi mente como una película.
El día de mi cumpleaños, cuando él se fue abruptamente después de una llamada de Valeria desde el extranjero;
Nuestro aniversario de bodas, cuando me regaló un collar casi idéntico a uno que ella había usado;
Las veces que intenté indagar en su pasado y él solo decía «eso ya pasó»...
Nada había pasado, en realidad, es como si yo hubiese sido el reemplazo de Valeria, y ahora que ella estaba de vuelta…
Por la mañana, preparé el desayuno para los tres. Santiago me miró sorprendido al ver la comida que le gustaba, y luego a mi rostro impasible.
—¿Dormiste bien? —preguntó, inusualmente preocupado.
—Sí, muy bien —respondí con una sonrisa, sirviendo café sin que mis manos temblaran.
Valeria bajó con el niño. Usaba mis zapatillas y mi bata, como si fuera la dueña de la casa.
—Isabel, espero que no te moleste que estemos aquí —dijo con dulzura excesiva—. Santiago dijo que podíamos quedarnos. Seguro no te importa, ¿verdad?
Alcé la vista y vi a Santiago limpiando con cuidado la mermelada del labio del niño, con una suavidad que nunca me había dirigido.
—Por supuesto que no —dije, dejando la taza de café frente a Santiago—. Pero acabo de recordar que tengo que ir al hospital por un proyecto urgente. Estaré ocupada varios días.
Santiago frunció el ceño.
—¿Qué proyecto?
—Una investigación internacional. Necesito concentrarme en los datos —mentí sin inmutarme—. Me quedaré en el apartamento cerca del hospital para trabajar.
En realidad, sólo necesitaba tiempo y espacio para pensar si este matrimonio aún valía la pena.
Santiago iba a decir algo, pero Valeria lo interrumpió:
—Santiago, Leo parece tener fiebre...
Inmediatamente, se volvió hacia el niño, olvidándose por completo de mí.
Subí en silencio y preparé una maleta pequeña. Al pasar por la habitación de invitados, oí una conversación que sonaba demasiado familiar, como una familia.
—Tío, mamá dice que eres mi papá. ¿Es verdad?
Después de un silencio eterno, escuché la voz grave de Santiago:
—...Necesitamos hacer algunas pruebas para estar seguros.
No lo había negado.
Cuando bajé con mi maleta, Santiago finalmente reparó en mí.
—Llamaré al conductor —dijo, pero sus ojos aún estaban puestos en el niño.
—No es necesario, llamaré un taxi —sonreí, siendo la esposa comprensiva de siempre—. Cuida de tus invitados.
Al salir de casa, la luz del sol de verano me cegó. Respiré hondo y, en lugar de tomar un taxi, caminé arrastrando mi maleta por un largo rato.
Las lágrimas finalmente cayeron, pero la decisión en mi corazón se volvía cada vez más clara.
En una cafetería tranquila, abrí mi laptop y comencé a redactar el acuerdo de divorcio.
En tres años, lo amé tanto que me perdí a mí misma, ignorando todas las señales de alerta. Pero ahora, era hora de despertar.
En el acuerdo, solo pedí la casa—no por nostalgia, sino porque necesitaba terminar todo donde comenzó.
Al imprimir el documento, mis manos estaban firmes.
Cuando regresé a casa para entregarle el acuerdo a Santiago, me encontré con esta escena:
Valeria lloraba sobre su hombro, mientras él le secaba las lágrimas con suavidad. El niño se acurrucaba a su lado. Una imagen perfecta que me atravesó el alma.
Desde las sombras, sentí que el acuerdo de divorcio en mis manos era insignificante, innecesario.
Este desenlace ya estaba escrito.
—Santiago —me acerqué, con una calma que ni yo esperaba—, tenemos que hablar.
No sabía si el teléfono de máximo seguía siendo el mismo; probablemente, después de haber sido expuesto ante la policía y capturado, no. Pero de lo que podía estar segura era que el número de Nicolás seguramente no había cambiado. Y en el momento en el que escribí, el guardaespaldas contestó de inmediato:—¿Qué es lo que quieres ahora? —me preguntó prácticamente con un poco de agresividad.La última vez que yo había tenido un encuentro con el guardaespalda las cosas no habían salido realmente bien. Él había amenazado con un poco de oscuridad la vida de Santiago y habían estado a punto de vivir dos disparos. Así que imaginé que no estaba demasiado contento conmigo. Yo había escapado de su protección y no me quise imaginar el enorme regaño que máximo le habría soltado, pero si seguía trabajando para él debía hacer esas cuestiones de lado.**“Necesito hablar con máximo”**, le escribí.El guardaespaldas se tomó un tiempo largo en contestar.**“¿Y qué te hace pensar que él quiere hablar co
— No, y definitivamente no — dijo con rabia mi hermano — no Voy a permitir que hables nuevamente con ese maldito criminal que se escapó de la cárcel? — dijo, mientras se paseaba nuevamente por la sala.Parecía que definitivamente la idea, aparte de no solo parecerle muy mala, le desagradaba en absoluto. — Se escapó de la cárcel — le dije — . Pero recuerda que Gabriel lo atacó también; prácticamente huyó por su vida. — Pero créeme, yo conozco bien a Máximo — dije — , y después de todo lo que ha pasado tal vez no sea un aliado. Pero sí puede hacer una palanca que nos ayude a llegar a Gabriel. La Cofradía tiene conflicto directo con las mafias europeas y hay muchas cosas que están mezcladas: el brasileño que trabaja con Abelardo, que a su vez trabaja en Valdez Farma. Ellos son los que están aplicando el l3 a las pastillas del medicamento contra el insomnio. Luego aparece mi hermano, aparentemente trabajando con las mafias europeas para ir en contra directa de la Cofradía, y en la
Nos quedamos en silencio un largo minuto ahí, uno frente al otro, separados únicamente por la mesita del centro, con todos los recuerdos que nos había dejado Gabriel: la fotografía, la carta, la orquídea y también el zapato rojo que yo sostenía en las manos. A pesar de que la tela carmesí tenía color de la sangre, se había desteñido varios tonos y podía verse la sangre seca, marrón, como una galleta pegada a la superficie. — ¿Cuántos años podría haber tenido? — le pregunté a Arturo, mientras sostenía el zapato en la palma de mi mano.— Ese zapato fácilmente podría quedarle a Maximiliano, — dijo — , así que muy seguramente tenía esa misma edad. — Porque no lo recuerdo. Ni tú — — contesté — . Tú eres mayor que yo; deberías recordarlo. — No lo recuerdo. — Pero si te soy honesto… — dijo él, mientras observaba la flor aplastada que estaba sobre la mesa. Estiró la mano y la tomó delicadamente con las yemas de los dedos — . Tampoco te recuerdo muy bien. ¿Crees que si hubiésemos pa
Samuel se quedó esa noche en la casa porque mi hermano insistió bastante en que era mejor que permaneciera en la casa de seguridad, aunque yo sinceramente estaba segura de que Gabriela sabía nuestra ubicación. Así como había descubierto que me habían llevado a la casa de nuestros padres, estaba segura también de que, de alguna forma, sabía que estábamos en esa casa de seguridad.Pero al menos, de lo que sí podía estar segura, era de que no nos mataría, al menos no de esa forma. Estaba segura de que buscaría una alternativa más sangrienta, más dolorosa, porque el trauma que cargaba encima parecía ser mucho más grande y violento que simplemente el hecho de querer restregarnos en la cara que nosotros sí tuvimos la presencia de nuestros padres y una vida familiar, y él no.Muy seguramente no sabía la clase de infierno que habíamos tenido que vivir con papá después de que nuestra madre había muerto. No sabía que nos habíamos separado, y que capaz se había suicidado. Seguramente pensó que h
Yo no era capaz de entenderlo, sinceramente. A pesar de que intentaba ponerme en sus zapatos, para mí era prácticamente imposible comprender por qué Gabriel nos había metido en su venganza.— ¿Qué fue lo que nosotros le hicimos? —le pregunté a Arturo—, pero mi hermano no tenía una respuesta. Claro que no la tenía porque estaba igual de confundido que yo.Fue Santiago el que tomó la palabra. Mientras me abrazaba con fuerza, dijo:—Debe asociar su abandono a ustedes; por lo poco que sabemos de él es como si tu padre lo hubiera vendido o lo hubiera entregado a alguna organización. Sus padres están muertos. No me sorprendería que, ahora que no tiene a los verdaderos responsables, quiera vengarse. ¿Justo vengarse de ustedes?—Pues creo que si leen la carta tendrán más respuestas —dijo el comandante Duque.El hombre había permanecido en completo silencio mientras observaba todo lo que sucedía. Me agradaba que estuviera ahí; su experiencia como policía podía ayudarnos bastante. Así que Artur
Desde el momento en el que había visto a Gabriel en la habitación de la casa de mis padres sujetando a mi hijo, algo había cambiado en mi interior. Algo que no había sido capaz de identificar, pero que definitivamente había hecho un cambio significativo en mí.Y era esa sensación de parálisis cuando tenía miedo; esas ganas de salir corriendo. Ahora era diferente: cuando el miedo me invadía por completo, los músculos de todo mi cuerpo se tensionaban, pero no para paralizarse, sino para atacar, para correr, saltar o hacer lo que fuese necesario.Y eso sucedió en ese momento, cuando la camioneta se detuvo frente a la fábrica que estaba quemada. Podía verse cómo el humo aún salía por las puertas y las ventanas, y el techo se había derrumbado en partes. En vez de que el miedo punzante me paralizara, la adrenalina que entró a mi torrente sanguíneo me empujó por completo fuera del auto.Mis rodillas no temblaron de miedo, sino de una extraña energía que me impulsaba, y entré seguida de los d





Último capítulo