175. La orden que nos quebró
No pude hacer o decir nada. Estaba demasiado lejos de Samuel y también demasiado lejos de Gabriel como para intentar algo, así que no pude más que ver con impotencia cómo levantaba el arma y le disparaba a Samuel. Pero mi hermano, diestro en sus habilidades, saltó sobre el científico, dándolo de la trayectoria de la bala.
El sonido del disparo retumbó por el bosque. Trataría de abalanzarme hacia mi hermano con la mano en alto; si lograba clavarle la ampolleta del antídoto, tal vez, solo tal vez, podría quitar la influencia que el abuelo estaba teniendo en él. Pero él fue mucho más hábil y rápido, y, en un movimiento ágil, me dio una patada en el costado, lanzándome al suelo con violencia, arrancándome el aire.
Arturo se puso de pie, intentó levantar su arma y dispararle, pero Gabriel lanzó algo que tenía guardado en su muñeca, y cuando golpeó el pecho del policía, lanzó una descarga eléctrica que lo dejó entumecido en el suelo. Y justo antes de que mi hermano pudiera ponerse nuevament