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Capitulo 5- El cóctel se convierte en una cacería

El murmullo del salón se convirtió en un ruido blanco para Nicolle. Solo escuchaba los latidos de su corazón, un tambor insistente que golpeaba contra sus costillas mientras se obligaba a mantener la calma. Romanov había dado la orden. Lo sabía. Lo había visto inclinarse hacia el guardaespaldas, había leído en sus labios la sentencia disfrazada de susurro. Quiero que me la traigan.

El vestido negro que había elegido para fundirse con el ambiente comenzaba a sentirse como una trampa: demasiado ajustado, demasiado elegante para correr si era necesario. La copa en su mano temblaba apenas, pero no lo suficiente como para delatarla. Forzó una sonrisa, inclinó la cabeza ante los dos empresarios que hablaban de contratos petroleros, y fingió que aún estaba interesada. Por dentro, cada músculo se tensaba, lista para actuar.

Romanov no se movía. Permanecía allí, a un par de metros, observándola como un depredador que juega con su presa antes de dar el zarpazo. Y lo más perturbador era esa calma suya, esa manera en que parecía disfrutar de la tensión, como si todo el salón fuera un escenario montado solo para ellos dos.

Un movimiento en el espejo cercano la alertó. Uno de sus hombres, el mismo que había detectado hace un instante, se acercaba fingiendo una conversación trivial con una mujer demasiado maquillada. Otro se había desplazado hacia la barra, bloqueando la salida principal sin levantar sospechas. Nicolle tragó saliva. Estaban cerrándole el cerco.

El aire le quemaba los pulmones. Recordó, sin quererlo, el pendiente perdido. El vacío en su cuello era como un recordatorio constante: él lo tenía. Si la atrapaban, lo primero que haría Romanov sería usarlo contra ella, obligarla a ceder. Y no podía permitirse esa debilidad. Ese pendiente es lo único que queda de mamá. Si lo pierdo, pierdo también la última parte de mí que sigue siendo humana.

Con disimulo, dejó la copa sobre la mesa y avanzó hacia la zona más concurrida del salón. Se mezcló con un grupo de invitados que reían por un chiste demasiado vulgar para el contexto. Su risa falsa se unió a la de ellos, camuflándose en el ruido. Sintió la mirada de Romanov persiguiéndola. La electricidad en la espalda la hizo erguirse aún más, como si cada gesto suyo estuviera bajo un reflector invisible.

Intentó dirigirse a la salida lateral, pero otro guardaespaldas apareció estratégicamente, fingiendo contestar su móvil. Estaban cubriendo todas las rutas posibles. Su instinto le gritaba que actuara ya, que rompiera el disfraz y escapara a la fuerza, pero su mente sabía que el error más grande sería delatarse en medio de tantos ojos.

Piensa, Nicolle. Siempre hay una salida.

Un camarero pasó a su lado con una bandeja llena de copas. Ella lo interceptó con una sonrisa impecable, tomó una copa de champán y fingió brindar con los desconocidos a su alrededor. Mientras lo hacía, evaluó el mapa mental del lugar: el pasillo que conectaba con la terraza debía estar libre. Era angosto y no se usaba mucho, porque quedaba entre los baños y una sala de servicio. Si llegaba hasta allí, tendría unos segundos de ventaja.

El grupo estalló en risas otra vez. Aprovechó ese ruido para deslizarse entre ellos y girar hacia el pasillo. El cambio fue inmediato: de la música y las voces, pasó al silencio casi opresivo del corredor iluminado por lámparas bajas. Sus tacones resonaban en el mármol, un sonido demasiado fuerte en ese espacio reducido.

Aceleró el paso, controlando la respiración. Cada sombra parecía un enemigo, cada esquina un posible obstáculo. Se permitió voltear apenas un instante: sí, uno de los hombres del CEO la seguía a distancia, creyendo que ella aún no lo había notado.

El recuerdo del pendiente regresó con fuerza. La sensación metálica de sostenerlo entre sus dedos, la imagen de su madre abrochándoselo en la infancia… Un nudo le apretó la garganta. Si me atrapan, nunca lo recuperaré. Y entonces, todo esto, todo lo que soy, habrá terminado.

El pasillo se abría hacia la terraza. Una ráfaga de aire nocturno la golpeó en el rostro cuando empujó la puerta. La frescura la hizo respirar de nuevo, como si el mundo se expandiera tras la claustrofobia del salón. Desde allí podía saltar hacia un jardín lateral y desaparecer entre la vegetación, al menos por un tiempo.

Se giró para comprobar que no la seguían de inmediato, y sonrió con una chispa de triunfo. Había logrado despistarlos. Por ahora.

Pero algo en su instinto se negó a relajarse. El silencio de la terraza no era alivio: era la calma antes de la tormenta.

No estaba sola.

El aire fresco de la terraza llenó sus pulmones, pero Nicolle no llegó a saborearlo. Dio apenas dos pasos hacia la barandilla cuando lo vio.

Romanov estaba allí.

Apoyado contra el marco de la puerta opuesta, como si hubiera estado esperándola todo ese tiempo, con las manos relajadas dentro de los bolsillos del saco y esa calma peligrosa pintada en el rostro. La tenue luz de las lámparas exteriores le perfilaba el rostro como si fuera una estatua tallada en mármol. No había guardaespaldas, no había ruidos, solo él. Bloqueando la única salida. Antes de que cualquiera de los dos dijera una palabra pasaron unos breves minutos solo mirándose, sus respiraciones se cruzan, hasta que Romanov interrumpe esta tensión.

—Bonita noche para desaparecer —dijo con voz grave, sin apartar los ojos de ella.

Nicolle sintió el impulso de desenfundar el arma escondida en la liga de su muslo, pero no lo hizo. Había algo en su tono, en su seguridad absoluta, que la detuvo. Se obligó a mantener la compostura, aunque sabía que su respiración traicionaba lo que sentía.

—No sé de qué habla —replicó, con una sonrisa controlada, propia de la mujer elegante que había fingido ser toda la noche.

Romanov avanzó un paso. El mármol bajo sus zapatos resonó en la quietud como un trueno lejano.

—Lo supe desde el primer instante —susurró, inclinado apenas hacia ella—. Nadie más podía mirarme como tú lo hiciste.

Nicolle apretó la mandíbula.

—Se equivoca. No soy quien cree.

La sonrisa de él se ensanchó, lenta, peligrosa. Entonces, sacó la mano del bolsillo. En sus dedos brillaba algo diminuto bajo la luz artificial: el pendiente. El único.

—¿De veras? —ladeó la cabeza—. Porque esto… te delata.

El corazón de Nicolle se desbocó. Lo reconoció de inmediato. El colgante plateado, gastado por los años, colgaba de su mano como un anzuelo.

Romanov lo sostuvo entre sus dedos como si fuera un trofeo.

—Sabía que vendrías. —Su voz bajó un tono, casi un susurro—. Algo tan personal no se pierde… se busca. Y tú, tarde o temprano, regresarías por él.

—Entrégamelo. —La voz de Nicolle salió más áspera de lo que pretendía.

Él arqueó una ceja.

—¿Quieres recuperarlo? Ven por él.

—No me provoques —dice Nicolle apretando los puños.

—Entonces ven a buscarlo… asesina.

El mundo se tensó en ese segundo. Nicolle ya no fingía. Lanzó el primer movimiento: un paso veloz hacia él, el brazo extendido para arrebatarle el pendiente. Romanov lo esperaba. Retiró la mano en el último instante y giró el torso, desviando su embestida con una fuerza que no correspondía a un simple empresario.

El choque comenzó.

Nicolle atacó con precisión quirúrgica: un golpe directo al estómago, una patada giratoria va baja hacia su rodilla. Romanov respondió con frialdad, bloqueando con los antebrazos, contraatacando con un puñetazo que la obligó a agacharse. Nicolle contraataca con un codazo a sus costillas. Él la sujeta del brazo y la lanza contra una mesa. El aire se llenó de jadeos, del crujido de cristales al romperse una mesa lateral bajo el peso de un empujón.

—Eres rápida… demasiado para ser una simple impostora. — dice el CEO con frialdad

—No sabes nada de mí —agrega Nicolle jadeando, levantándose

Nicolle sin perder tiempo se acerca rápidamente tirando un puñetazo a Romanov.

Ella era rápida, astuta, como una sombra que nunca se quedaba quieta. Él era fuerza bruta contenida, cada movimiento cargado de entrenamiento militar. Se notaba en la manera en que distribuía el peso, en cómo giraba la cadera antes de lanzar un golpe, en su precisión al anticipar la trayectoria de sus ataques.

—No eres la primera que intenta matarme —gruñó Romanov, atrapando su muñeca en pleno movimiento.

—No soy como las demás —escupió Nicolle, girando con violencia y liberándose con una torsión que casi le disloca el hombro.

Nicolle se desliza bajo su guardia y lo patea en la rodilla él cae un instante, pero la toma del tobillo y la hace perder el equilibrio. Ambos ruedan por el suelo, forcejeando. Él intenta movilizarla haciéndole una llave con las manos en su cuello, ella lo muerde y lo rasguña con una navaja oculta, rozando su mejilla una línea de sangre.

El CEO con media sonrisa, mirando la sangre en sus dedos agrega —Así que también muerdes… perfecto.

—Y no pienso detenerme hasta acabar contigo. —le responde Nicolle con Rabia.

El CEO instintivamente la sujeta contra el suelo —Mientes. Si quisieras matarme, ya lo habrías hecho.

El eco de su pelea parecía sofocado por el lujo que los rodeaba: las lámparas vibraban con los impactos, los copones de cristal rodaban por el suelo y se partían en pedazos diminutos. Nadie del salón principal parecía haberse dado cuenta todavía. Era como si la terraza hubiera sido sellada para su duelo.

Romanov logró acorralarla contra una pared. Su mano sujetaba su brazo con fuerza, el cuerpo erguido a apenas centímetros del de ella. Nicolle forcejeó, pero la proximidad la golpeó más fuerte que el agarre: podía sentir su respiración, oler el aroma tenue de su colonia, ver en sus ojos un brillo que no era de odio puro.

—Tus ojos… son los mismos. No puedes engañarme. —le susurra el CEO

—Aléjate de mí. —le grita Nicolle furiosa.

—No. Te prefiero así… luchando. — dice el CEO con deseo reprimido en la voz. Nicolle se limita a permanecer callada con la carga de su mirada.

—Podría acabar contigo aquí mismo —murmuró él, inclinándose lo suficiente como para que su voz rozara su oído.ñ

—Entonces hazlo. —El desafío salió entrecortado, con la respiración agitada.

Romanov no lo hizo. La sostuvo un segundo más, observándola como quien contempla un enigma. Sus ojos no reflejaban la furia de un cazador, sino una obsesión contenida, una atracción tan peligrosa como desconcertante.

El pendiente brilló todavía en su otra mano, suspendido entre ellos como un símbolo imposible de ignorar.

—No puedo —susurró al fin, casi para sí mismo.

Ese titubeo le dio a Nicolle la oportunidad. Aprovechando un mínimo descuido en su agarre, levantó la rodilla con fuerza y lo golpeó en el costado. Romanov gruñó, sorprendido, y aflojó lo suficiente para que ella pudiera girar y lanzarle un codazo directo al rostro.

La sangre brotó de la comisura de su labio. El pendiente cayó al suelo, tintineando como una campana rota.

Nicolle no dudó. Lo recogió de inmediato, el metal frío quemándole la palma. Pero en el movimiento sintió un dolor agudo en el costado: una herida, quizás del golpe inicial contra la mesa rota, ahora abierta y sangrante.

Romanov la miró desde el suelo, limpiándose la sangre del labio con el dorso de la mano. La sonrisa volvió, peligrosa, excitada.

—Ahora sí te reconozco.

El eco de su voz la persiguió mientras retrocedía hacia la oscuridad, tambaleante por la herida, pero con el pendiente otra vez en su poder.

El aire de la terraza era helado y cortante, pero no más que el ardor que quemaba en el costado de Nicolle. Apenas podía respirar; cada inhalación era un recordatorio punzante de la herida que le había dejado el enfrentamiento. Sangre tibia corría bajo su vestido, pegándosele a la piel, pero no había tiempo para detenerse.

Apoyó una mano contra el barandal metálico, sus nudillos arañados y temblorosos, mientras sus ojos recorrían la distancia hasta el jardín inferior. Una caída de varios metros. Podría romperse algo… pero quedarse ahí significaba morir. O peor: caer de nuevo bajo las manos de él.

El recuerdo del CEO, de su mirada fija mientras la tenía acorralada contra la pared, la estremeció más que la herida. No había odio en sus ojos, no solo eso. Había algo más oscuro, más retorcido: posesión. Como si no la viera como una enemiga, sino como algo que le pertenecía por derecho.

—No me atraparás —murmuró entre dientes, como si su voz pudiera desafiarlo aunque ya no estuviera frente a ella.

Con un impulso desesperado, Nicolle trepó el barandal y saltó.

El impacto la sacudió entera. Rodó en el césped húmedo, mordiéndose la lengua para no gritar. El dolor le arrancó un espasmo en la pierna izquierda, pero logró ponerse de pie. Tenía que seguir, aunque cada paso fuera un suplicio.

Se internó entre la oscuridad del jardín, esquivando arbustos y esculturas, mientras detrás, en la terraza, una figura permanecía inmóvil.

El CEO.

Él no gritó. No ordenó a sus guardias que la siguieran. No hubo disparos, ni alarmas. Solo permaneció ahí, erguido, con las manos en los bolsillos de su impecable traje, observándola descender hacia la penumbra como si todo aquello hubiera sido cuidadosamente orquestado. Y entonces, sonrió.

Una sonrisa helada. Planeada. Casi satisfecha.

El pecho de Nicolle se oprimió. ¿Qué significaba esa sonrisa? ¿La había dejado escapar adrede? ¿Era parte de su juego?

El pensamiento le pesaba más que la sangre que seguía perdiendo.

—Concéntrate —se reprendió, sacudiendo la cabeza.

Se abrió paso hacia la parte trasera del edificio, donde sabía que había un acceso de servicio. La respiración se le cortaba, y el eco de la pelea aún vibraba en sus huesos. Los golpes. Su fuerza bruta. Su manera de detenerla en seco con una sola mano. Había peleado contra hombres entrenados antes, pero él era distinto. Tenía control. No buscaba aniquilarla, sino quebrarla poco a poco.

Logró alcanzar una puerta de emergencia. Forzó la cerradura con un giro rápido de su navaja oculta y se coló dentro del estrecho pasillo de concreto. El olor a humedad y químicos de limpieza la golpeó.

Apoyó la espalda contra la pared y cerró los ojos unos segundos. Necesitaba estabilizar su respiración. Recordó la forma en que él la había arrinconado, con el pendiente entre sus dedos, provocándola con esa voz grave y segura.

”¿Quieres recuperarlo? Ven por él.”

El recuerdo la hizo apretar los dientes. No era solo un enemigo. No era solo un objetivo. Era alguien que había cruzado un límite con ella, y ese detalle era lo que más la confundía.

Un zumbido en el bolsillo interrumpió sus pensamientos.

Sacó su móvil, temblorosa. La pantalla iluminó el pasillo sombrío. Número desconocido. Mensaje entrante.

“Ya no solo él te busca. Nosotros también. Y no fallaremos la próxima vez.”

El corazón de Nicolle dio un vuelco. Un segundo mensaje llegó al instante:

“Corre mientras aún puedes.”

Sus dedos se crisparon sobre el dispositivo. No era paranoia: había más jugadores en el tablero. El CEO no era el único peligro.

—Maldición… —susurró, guardando el móvil.

Volvió a avanzar, tambaleante pero firme, hacia la salida que conectaba con la calle lateral. Sus músculos gritaban por descanso, pero su mente ya estaba trabajando a toda velocidad. Tenía que reagruparse, curar la herida, y sobre todo, descubrir qué demonios significaba esa sonrisa del CEO y quiénes eran los nuevos cazadores que acababan de anunciar su presencia.

Una cosa estaba clara: el juego apenas comenzaba.

Y ella ya estaba en medio de la trampa.

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