Kael
El sonido de su nombre en otra boca me desgarró. Giré la cabeza y lo vi abrirse paso entre la gente: un hombre alto, de traje claro, el rostro endurecido por la rabia. Lo había visto antes, en informes, en archivos oscuros. Dorian Laskaris. Mano derecha de Anya.
Y cuando supe quién era, lo siguiente fue casi automático: su mano bajó al costado, la pistola brilló al reflejo de las luces del festival y su mirada se clavó en mí como una sentencia.
El mundo estalló.
Me moví antes de pensar.
Lo desarmé con un giro, torciendo su muñeca hasta escuchar el crujido, y el arma cayó al suelo con un golpe metálico. Lo empujé hacia atrás y se estrelló contra el pavimento, jadeando.
La gente gritaba, corría, las luces titilaban en mil colores, y en medio del caos ella estaba allí.
Danae.
La mujer que había creído muerta, con los ojos abiertos de miedo, mirándome como si fuera un desconocido.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —gruñí, apuntando a Dorian con su propia pistola—. ¿Quién eres para ap