Después de un día agotador en la cafetería, llegué al Eclisse justo a tiempo para mi turno. El club estaba en su peak: luces estroboscópicas, música alta y el aire cargado de alcohol y perfume barato. Me vestí rápido en el camerino, evitando mirar la puerta. ¿Y si él volvía? Pero no había tiempo para pensarlo. El presentador anunció mi nombre y salí al escenario, transformándose en la diosa escarlata que todos querían ver. Sin embargo, mientras bailaba, noté una figura sentada en la esquina más oscura del VIP. Era él. ¿Había vuelto por mi?No bebía. No hablaba con nadie. Solo me observaba, con esa intensidad que me hacía perder el ritmo por un segundo. El primer escalofrío fue instantáneo, como si alguien hubiera pasado un cubo de hielo por mi espina dorsal. Él estaba otra vez allí, en la misma mesa del VIP, envuelto en sombras que no lograban ocultar la intensidad de su mirada. Mientras mis caderas seguían el ritmo de la música, sentí cómo el aire se espesaba a mi alrededor
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