Kael
Desde lejos los vi.
La primera vez fue un golpe seco en el pecho, como si alguien hubiese hundido un puño invisible en mis costillas y me dejara sin aire. Había venido siguiendo la rutina de Danae, los informes que Matteo me entregaba puntualmente con la frialdad de un verdugo: su trabajo, su casa, los lugares que visitaba con su hermana y esos dos niños. Dos pequeños que siempre aparecían a su lado en las fotografías, dos pequeñas sombras de ojos luminosos y sonrisas contagiosas. Pero verlos en persona… era distinto. Era devastador.
La escuela estaba rodeada de una cerca metálica pintada de azul cielo, como si aquel lugar quisiera simular pureza y protección. Había risas infantiles que escapaban como ráfagas de viento y, entre todas, distinguí las de ellos: una más aguda, la otra más grave pero igual de alegre. Sofía y Lucas. Sus nombres ya me eran familiares gracias a los informes de Matteo, pero escucharlos llamarse entre sí, verlos correr, tropezar y volver a levantarse, era