Kael
La habitación estaba en penumbras cuando Matteo entró, cerrando la puerta con la cautela de un hombre que sabe que lleva algo demasiado valioso entre las manos. Yo permanecía de pie frente a la ventana, con la ciudad extendiéndose frente a mí como un tablero de ajedrez. Todo parecía en calma desde esa altura: las luces, el tráfico, la vida que seguía su curso. Pero yo no podía engañarme. Mi mundo estaba nuevamente al borde de romperse.
Extendí la mano, mostrándole el pequeño sobre blanco que contenía los cabellos que había arrancado, casi con disimulo, de la cabeza de los mellizos. Sofía y Lucas. Sus nombres habían empezado a perseguirme en mis noches desde la gala. No era casualidad, no podía serlo.
—Aquí está —dije, mi voz era un filo cortando el silencio—. Quiero el resultado cuanto antes. Que no quede ningún registro de dónde se hace el análisis, ni de quién ordenó la prueba.
Matteo me observó con esa mezcla de lealtad y precaución que siempre le caracterizaba. Tomó el sobre