Danae
La noche parecía no terminar nunca.
Me había acostado en la cama que Lana me preparó, pero el sueño no llegaba. Cada vez que cerraba los ojos, la oscuridad me devolvía imágenes de Adrian cayendo al suelo, de la sangre en mis zapatos, del crujido insoportable de huesos partiéndose.
Me giraba de un lado a otro, el corazón palpitando demasiado rápido.
Kael no estaba en la habitación, aunque sabía que afuera había hombres armados custodiando la puerta. Su forma de “cuidarme” era llenar cada rincón con vigilancia. Pero nada de eso podía protegerme de mis propios recuerdos.
El aire estaba denso, como si faltara oxígeno. Terminé sentándome en la cama, abrazando mis rodillas. Fue entonces cuando vi la cajita de madera que Lana había puesto sobre la mesita. Dentro estaban mis cosas: pocas, porque apenas traje conmigo lo que tenía de Anya.
La abrí con manos temblorosas y saqué el pequeño fajo de postales. Las sostuve contra mi pecho un momento, respirando hondo, como si el simple contacto