Danae
El mundo todavía olía a sangre.
Un olor metálico, pesado, que se pegaba a mi garganta y me hacía querer vomitar con cada respiro. Cerraba los ojos, y lo único que veía era la imagen de Adrian cayendo de rodillas, el rostro destrozado, y luego… el sonido. Ese crujido seco que partió la noche y que nunca podré olvidar.
El sonido de Kael rompiéndole el cuello.
Estaba en sus brazos ahora, temblando, envuelta en la fuerza de su cuerpo. Y aunque cada fibra de mí quería sentirme a salvo, algo dentro de mi pecho se agitaba como un animal enjaulado. Había visto lo que Kael era capaz de hacer cuando lo arrastraban al límite. Lo había visto transformarse en algo que no era humano.
Él me apretaba fuerte, su voz grave murmurándome al oído.
—Ya pasó… ya nunca volverá a tocarte.
Su calor me envolvía, pero no podía dejar de notar que su camisa estaba empapada en sangre. Que sus manos, las mismas que me acariciaban el cabello, todavía tenían los rastros pegajosos de Adrian.
Tragué saliva, con un