El amanecer me encontró en la oficina.
Los ventanales de Montenegro Enterprises dejaban pasar la luz pálida del día, pero para mí todo seguía en penumbra. El silencio era casi insoportable, roto únicamente por el tic-tac de un reloj de pared. Había pasado la noche revisando movimientos, enviando hombres a asegurar los territorios, y ordenando la vigilancia sobre Danae.
Danae.
Incluso ahora, en medio de la calma tensa, lo único que ocupaba mi mente era ella. El miedo en sus ojos cuando Adrian intentó besarla, el temblor de su voz al pedir que la soltara, la forma en que me miró después de que lo maté con mis manos. Agradecida y aterrada al mismo tiempo.
Apoyé los codos sobre el escritorio y me froté el rostro con las manos.
Sabía que aquello era solo el inicio. En la mafia, ningún acto quedaba sin consecuencias.
Y no tuve que esperar demasiado para confirmarlo.
La puerta de mi oficina se abrió de golpe, sin aviso. Tres de mis hombres intentaron detener la irrupción, pero fueron apartad