Danae
El día siguiente amaneció gris, con un cielo pesado que parecía presagiar problemas. Kael me había dicho la noche anterior que me enviaría un coche para llevarme a la empresa. Ni un “buenos días”, ni una sonrisa. Solo instrucciones cortas, secas. Desde lo que pasó con Adrian, nuestras conversaciones habían sido pocas y tensas.
Bajé las escaleras con mi bolso colgado al hombro. El coche negro esperaba frente a mi edificio, con uno de sus choferes habituales al volante. Reconocí el rostro, y eso me tranquilizó lo suficiente como para no hacer preguntas.
Subí y cerré la puerta con un suspiro. Me acomodé en el asiento trasero y encendí el móvil. La ciudad pasaba rápida por la ventana, un mosaico gris y húmedo después de la lluvia de la noche anterior.
Al principio, no presté atención a la ruta. Me dediqué a revisar mensajes y repasar mentalmente el trabajo que me esperaba. Pero después de unos minutos noté que no estábamos tomando las calles habituales.
—¿Estamos tomando otra ruta?