No hubo oscuridad.
Hubo, en cambio, una luz plateada y difusa, como sumergirme en el fondo lechoso de una luna llena. No tenía cuerpo, solo era conciencia flotando en una corriente de sensaciones que no eran mías y, sin embargo, me pertenecían con una intimidad que me aterraba.
Olfateé bosque después de la lluvia y sangre vieja.
Sentí la rugosidad de la corteza de un roble gigante bajo mis palmas.
Oí tres susurros, tres voces que se enredaban en la noche, jurando algo… jurándome algo a mí.
“Selene.”
La voz de Ezren, pero no la del pasillo. Era más joven, impregnada de una devoción que me cortaba el alma. “Nuestra luz en la noche eterna.”
Una visión se materializó: yo, pero no yo. Una mujer de cabello como hilos de plata, vestida sólo con la claridad lunar, de pie en un claro. Frente a ella —frente a mí— tres siluetas arrodilladas. Kyrian, con la cabeza baja y los puños cerrados, temblando de emoción. Ezren, sonriendo con una chispa de picardía divina. Darian… Darian me miraba directam