34• No soy un santo.
Durante unos segundos, ninguno de los dos dijo nada. Solo nos miramos, como si el aire entre nosotros se hubiera vuelto denso y pesado, como si cualquier palabra pudiera romper algo que ninguno sabía cómo sostener.
Dean fue el primero en hablar. Su voz salió baja, tensa, casi como si le costara admitirlo:
—Porque no soy lo peor que te pudo pasar, Thalía. —Una pausa. Su mirada ardió un poco más—. Pero no puedo explicarte algo que aún no entiendes. Así que te daré tiempo para que lo proceses.
Me revolvió el estómago.
Tiempo.
Como si yo necesitara tiempo para aceptar algo que no quería.
—No necesito tiempo para procesar nada —le dije, aferrándome más a la toalla, como si de esa delgada barrera dependiera todo mi control—. Quiero mi libertad, Dean. No quiero seguir sintiendo que no puedo dormir porque alguien está esperando el momento adecuado para lastimarme.
Él dio un paso hacia mí.
Yo retrocedí. De inmediato.
—Pero no puedes entenderlo —continué, mi voz quebrándose a pesar de que inten