11• Estoy sometida a ti.
Continuamos caminando hasta llegar a una gran puerta blanca. La sirvienta la abrió con delicadeza.
Dentro, la habitación era amplia, con una cama enorme cubierta por un dosel, una chimenea apagada y un gran ventanal que dejaba ver el jardín. Todo estaba perfectamente ordenado, demasiado pulcro, como si nadie hubiera vivido allí en mucho tiempo.
—Tiene baño propio, justo detrás de esa puerta —me indicó, señalando una puerta lateral—. Si necesita algo, estaré cerca.
Asentí, mientras ella se quedaba inmóvil unos segundos, esperando quizás que dijera algo más.
—Podría ayudarme con esto —dije finalmente, tirando un poco del cierre del vestido. Estaba tan apretado que apenas podía moverme.
La sirvienta sonrió con amabilidad y me ayudó a soltarlo. Cuando el vestido cayó al suelo, respiré con alivio.
—Gracias —murmuré, recogiéndolo con una mano—. ¿Cómo te llamas?
—Allegra —respondió con una sonrisa tímida—. Volveré en unos minutos, cuando esté lista.
La vi salir y cerré la puerta. Fui hasta