12• Él jamás haría algo así.
El mar tenía un color distinto. Se veía tan perfecto que parecía una postal: azul claro, con destellos dorados que se rompían suavemente contra la orilla. Sentí la arena tibia entre los dedos, el viento jugando con mi cabello, y por un momento, pensé que todo lo malo había quedado atrás.
Céline estaba a mi lado, riéndose como solía hacerlo cuando nada en el mundo podía detenerla. Llevaba un vestido blanco que el agua ya había oscurecido hasta las rodillas, pero no parecía importarle.
—Te dije que el mar curaba —murmuró, con una sonrisa tranquila.
—A veces creo que lo dices solo para que venga contigo —le respondí, riendo también.
Ella se encogió de hombros y me salpicó agua. Su risa era tan clara que dolía, como si perteneciera a otra vida.
Nos quedamos ahí, las dos, mirando el horizonte. Céline me tomó la mano y la apretó con fuerza.
—No dejes que te cambien, Thal. Prométemelo.
Iba a decirle que sí, pero entonces el sonido del mar se empezó a desvanecer, reemplazado por algo más... e