La Esposa Cautiva del Mafioso Cruel: Dorian Meissner.
La Esposa Cautiva del Mafioso Cruel: Dorian Meissner.
Por: Salyspears
CAPITULO 1

Vanessa.

Entré al casino observando el bullicio, las luces parpadeantes y el sonido constante de las máquinas. Era como entrar a otro mundo. Caminé directo al camerino, dejé mis bolsos en un rincón, y me coloqué el delantal: el uniforme que todas las chicas usábamos aqui. Frente al espejo, me maquillé con rapidez, dejando mi cabello largo recogido en una cola alta. Tomé mi recipiente metálico y coloqué dentro dos cajetillas de cigarrillos. Ya estaba lista.

Caminé sin prisa hacia el Gran Salón, donde una multitud de personas derrochaba sus riquezas sin remordimientos. Me habría encantado ser rica también… no para gastar sin sentido, sino para darle una vida digna a mi padre. Si mi madre estuviera viva, tal vez nada de esto sería necesario. Pero falleció hace más de un año, y con su partida llegaron las deudas. Todo recayó sobre mí. No tengo opción, más que quebrarme el lomo todos los días.

Trabajo por las mañanas en un pequeño cafetín y por las noches en este casino. Mi novio me ayudó a conseguir este empleo. Apenas llevo unos días, pero siento que me ahogo con cada olor a cigarro, con cada mirada lasciva de los hombres. Y aun así, tengo que aguantar. La paga es buena, incluso las propinas son generosas. A veces llego a hacer hasta 300 dólares en una noche.

Camino entre las mesas y ya siento algunas miradas clavadas en mí, pero las ignoro. Algunas compañeras incluso me miran mal, les molesta que los clientes se acerquen solo a mí para pedirme monedas. Uno de ellos me llama con un gesto de su dedo.

—Por favor, quiero jugar mil monedas —me dice.

—Claro que sí, enseguida se las genero —le respondo, amable.

Me entrega los mil córdobas. Los convierto en fichas y las coloco en su recipiente. Pero justo cuando estoy por retirarme, su mano aprieta mis dedos.

—Gracias, belleza —dice, con una sonrisa repugnante.

Me suelto con cuidado y continúo mi recorrido entre el ruido, las luces, el humo. El cansancio del cafetín empieza a pesarme, pero no hay de otra. Esto o seguir deambulando sin encontrar un trabajo decente. Nunca pude terminar la universidad, no por falta de ganas, sino de dinero. Me habría encantado estudiar y dedicarme a algo más… algo que no fuera esto. Pero debo mantener a mi padre. No hay escapatoria.

—¡Ves tú! Me diste suerte —escucho que decir al hombre, cuando estoy cerca de él, luego me entrega una propina de treinta dólares.

—Muchas gracias —respondo, agradecida.

Continúo caminando entre las mesas. Algunas chicas coquetean con los clientes. Yo no soy así. Tengo novio. Y, para colmo, lo veo en una esquina, sonriendo mientras un tipo le ofrece una bebida. Frunzo el ceño. ¿Por qué acepta cualquier cosa? Me incomoda… pero no digo nada. Sigo mi camino, hasta que, sin querer, choco con alguien.

Alzo la vista.

Un hombre alto me observa. Su mirada es intensa y seria. La tenue luz roja del salón apenas me deja distinguir su rostro, pero su presencia es imposible de ignorar. Me mira un instante y luego ladea la cabeza.

—¿Acaso estás ciega? —pregunta, con voz firme.

Retrocedo un paso, incómoda.

—Discúlpeme… —murmuro.

Pero se interpone en mi camino otra vez. Sonríe de lado.

—Quiero jugar. ¿Tienes monedas?

—Sí, señor, tengo monedas.

—Búscame una máquina. ¿Cuál crees tú que sea la mejor?

—No lo sé, señor… pero quizás la del medio.

—Si gano esta noche, te daré una buena propina. Y si pierdo… ¿cómo me las vas a pagar?

—No entiendo a qué se refiere, señor —le digo, nerviosa.

Se acerca un poco más. Mi pulso se acelera. Su colonia es intensa… masculina, exquisita.

—Si pierdo, no te preocupes. No pasa nada —dice, bajando el tono—. Y si gano… te daré las quinientas monedas que prometí. Y algo más.

—¿Algo más?

Saca la lengua con picardía y me pide que lo acompañe. Lo sigo hasta la máquina del centro. Le cambio 2000 córdobas en monedas. Me sorprende.

—Voy a jugar todo esto. Quiero sacar mil más. Si lo logro, te daré quinientas monedas. Es un reto. Pero si no gano… igual te daré algo. No te preocupes.

—Está bien, señor…

Me pide un cigarrillo. Lo saco con algo de nervios, pero él me indica que se lo ponga en la boca. Obedezco. Luego enciendo el encendedor y prendo el cigarro. Me dedica una sonrisa. Entonces lo veo bien, sus ojos… son de un verde profundo, provocativo, imposible de descifrar.

Empieza a jugar, moviendo los dedos con agilidad sobre los botones. De pronto, la máquina lanza tres veces el número siete. Mis ojos se abren de par en par.

El sonido de las monedas cayendo es como música.

—Me diste suerte, Rosabella—susurra, mientras me entrega la bandeja llena de monedas.

Ese apodo… me deja helada y, al mismo tiempo, me ruboriza.

Cruzo las monedas al cajero. Él continúa jugando. De vez en cuando me mira, como si pudiera leerme los pensamientos.

—¿Va a seguir jugando? —le pregunto.

—Claro que seguiré. Esta noche no pienso perder. No con una mujer tan bella como tú cerca. Quizás seas mi amuleto.

—Seguramente no soy yo… pero suerte no le falta.

—Podría ser que sí lo seas. Y si no, igual no me arrepiento de tenerte aquí.

Empieza a beber mientras juega. Yo permanezco de pie, sintiendo que mis piernas ya no me sostienen. El cuerpo me pesa. Cierro los ojos solo un instante.

—¿Te estás durmiendo? ¿Te aburre estar de pie en tu trabajo?

—No, señor. Claro que no —respondo rápido.

—Bebe conmigo.

—No puedo, estoy trabajando…

—Es una orden.

—Lo siento, señor… no puedo.

Él deja de jugar y me mira fijamente. Una mirada que me atraviesa, como si quisiera entender todo lo que escondo… o desnudar mi alma sin tocarla.

Después de varios minutos, vi que uno de los meseros se acercaba. El hombre que juega al parecer es muy conocido aqui, con una señal le indicó que dejara una silla. Me sorprendí cuando todos comenzaron a mirarme.

—Siéntate —ordenó el hombre, con un tono autoritario.

—Estoy en mi trabajo… —intenté decir.

—He dicho que te sientes —repitió, ahora con voz más firme, como si no aceptara una negativa.

No tuve opción. Me senté, no sabía si era por pena o por miedo a que me echaran por desobedecer a un cliente que, claramente, tenía mucho dinero.

—Ya que no quieres beber alcohol, al menos toma algo para refrescarte —mencionó sin dejar de ver la máquina.

Acepté la bebida. Vi cómo se acomodaba su camisa, subía las mangas y quedé sorprendida al ver la cantidad de tatuajes que tenía en los brazos, incluso en los dedos. Seguía jugando mientras yo bebía lentamente. Luego me pidió que cambiara las monedas nuevamente. Me levanté, lo hice y se las entregué. Creo que habían pasado ya más de tres horas, y honestamente sentía que ese hombre se había ganado la lotería.

Cuando terminó su juego, se acercó a mí. Instintivamente quise retroceder, pero no tenía a dónde ir.

—Gracias por esta noche. Toma, esto es tuyo —me dijo, entregándome los quinientos dólares que me había prometido—. Regresaré —añadió, me guiñó el ojo y se dirigió a la caja para pagar.

Solté un suspiro al verlo marcharse, y justo en ese momento una de las chicas del lugar se acercó a mí.

—¿Qué fue todo eso? —me preguntó, intrigada.

Encogí los hombros, aún en shock.

—No lo sé…

—¡Vanessa!— Giro al ver que me llamaron desde la zona de supervisión. Me acerqué algo nerviosa, pensando que me iban a reprender por haber estado sentada tanto tiempo.

—Sí, señor…

—Tienes dos horas libres.

—¿Cómo así?

—Si quieres puedes descansar o terminar antes de las dos horas e irte. Pero tú solo obedeces, ¿verdad?

Me quedé mirando en dirección a donde el hombre había ido. A lo lejos, lo vi de pie, con una rosa en una mano y levantando el dedo en señal de despedida. Me guiñó el ojo antes de salir por las grandes puertas. ¿Qué fue eso? ¿Qué habrá hecho ese hombre?

—Está bien, muchas gracias. Voy a tratar de terminar antes de las dos horas para irme.

—Perfecto. Gracias a ti, ese hombre dejó una buena propina.

—De verdad.

—¿Así es? Así que, ¡aprovéchalo!

Volví a mi rutina, y poco después, vi que mi novio se acercaba.

—Veo que te han dado buena propina —dijo con una media sonrisa.

—¿Cómo lo sabes?

—Ese hombre que se acaba de ir viene frecuentemente a este lugar y tú fuiste la primera con la que entabló conversación. Te estuve observando.

—¿Estás celoso? —pregunté en broma.

—No, tranquila… ¿Cuánto te dio?

—Bueno… quinientos dólares.

—¡Wow, mi amor! Qué bueno. Y eso que no hiciste nada…

—¿Cómo que no hice nada? — pregunté elevando las cejas.

—¿Será que me puedes prestar algo para hoy? Tengo que pagar unas cosas. Mi amor, se agradecida conmigo, ¿sí?

—Está bien, te puedo prestar treinta. ¿Te parece?

—Es muy poco…

—Es lo que tengo. Esos quinientos son para mi padre y sus medicamentos.

—Bueno… acepto los treinta, por lo menos para el Driver.

Me dio un beso en los labios y luego se alejó con los treinta dólares. Lo observé mientras caminaba hacia una de las maquinitas. Lo vi producir diseños y sentí una duda en el pecho. Quise acercarme a preguntarle qué haría, pero una de las chicas se me adelantó.

—Veo que coqueteaste muy bien con ese hombre. Casi no platica con nadie.

—¿A qué te refieres?

—¿Qué hiciste para que tuviera toda tu atención?

—Lo siento, no sé a qué te refieres. Solo estaba haciendo mi trabajo.

—¿Sabes cuántas de nosotras quisiéramos estar cerca de él?

—¿Qué quieres decir?

—Fuiste la primera mujer con quien conversó. Hasta te consiguió una silla, te dio de beber, y encima te dio quinientos dólares. Ese hombre viene aquí seguido y no le habla a nadie. Es muy serio, no le gusta que nadie se le acerque, ni siquiera las mujeres. ¿Te imaginas? ¿Será que tienes algún hechizo que nos puedas pasar para conquistar así a un poderoso?

—Claro que no… No sé a qué te refieres.

Rodé los ojos, molesta, y comencé a recoger cajetillas de cigarros vacías.

—Dime, ¿te pidió que te acostaras con él?

Me quedé de pie, congelada.

—¿Cómo puedes decir eso? Cualquiera que te escuche va a pensar que sí lo hice.

—Tranquila… ¿Tu novio no se molestó al verte con ese hombre tan misterioso?

—¿A qué te refieres?

—A que también le gusta coquetear con mujeres adultas…

—¿Estás hablando en serio?

—Solo obsérvalo. Pero no ahora, ya está jugando. Ay… si quieres, quédate ciega.

—¿Qué dijiste?

—Nada, nada. Aprovecha tus dos horas. Suerte con ese riquillo. La próxima vez, haz algo para que nosotras también podamos acercarnos a él.

—Lidia, por favor…

—Bueno, hasta luego Vanessa. Yo seguiré buscando quién me dé propina. Como tú ya tienes mucha, me imagino que no te interesan los clientes. Así que déjamelos a mí. Chao.

Solté un bufido, molesta, y seguí con mi trabajo. Al terminar mi ronda, entré al camerino. Quise hablar con Daniel, pero lo dejé así. Seguramente estaba jugando. Tal vez trataba de conseguir dinero, ya que no le presté más. ¿Sería buena idea? Pero él sabe que necesito ese dinero. Por el momento, no puedo prestarle nada más.

Terminé todo, me cambié. Me puse mis jeans rasgados, una camiseta sencilla, colgué mi bolso al hombro y decidí irme. Quise escribirle a mi novio, pero lo vi platicando con unos clientes. Quizás era mejor no interrumpirlo.

Salí del casino y esperé poder conseguir un Driver. Mientras escribía, caminaba rápidamente hacia la entrada. Había mucho movimiento: autos lujosos en fila, motocicletas… y por no estar viendo bien, choqué con alguien otra vez.

Estuve a punto de resbalar, pero sentí unas manos fuertes sujetarme de la cintura y atraerme contra un cuerpo. Me asusté, y rápidamente intenté alejarme, pero al ver quién era, me quedé de piedra.

Era él.

El mismo hombre intimidante que había estado jugando hace más de una hora.

—Hola, Rosabella —dijo, con una voz profunda.

Abrí los ojos con sorpresa. ¿Rosabella? ¿Qué hace aquí este tipo?

—Disculpe —dije nerviosa.

—Te estuve esperando —susurró acercándose a mí.

Sentí que mi piel se erizaba por completo.

¿Qué le pasa a este loco? ¿Por qué estaba esperándome? ¿Qué quiere conmigo?

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP