Dorian
Al llegar, al horroble barrio bajé con paso firme. Toqué el timbre con desesperación, hasta que ella abrió, estaba sorprendida de verme y sobre todo se veía jodidamente preciosa.
Shorts de algodón, blusa suelta, cabello recogido en una trenza. Casi me hace olvidar lo que vine a hacer. Casi.
—¿Usted? ¿Qué haces aquí?
Su tono era seco, molesto. Perfecto, eso me da más razones para quedarme.
—¿No piensas invitarme a pasar? —le mostré la caja de rosas y la bolsa—. No vine con las manos vacías.
—No entiendo porque me busca si ayer pensé que estaba enojado, molesto. Es usted un bipolar, le ruego que me deje en paz no.
—Rosabella… —di un paso hacia ella—. Sabes que no puedo dejar de pensar en ti. Desde que llegaste a mi vida no tengo paz. Y no quiero paz… si no es contigo.
Ella retrocedió medio paso. Bien. Significa que me teme un poco. Eso me gusta. No porque quiera asustarla, sino porque me hace sentir presente en su mundo, aunque sea en su mente.
—Por favor… tiene que irse. Tengo