CAPÍTULO 5

Vanessa

¿Dime qué es lo que quieres? —le solté, cruzándome de brazos, ya bastante convencida de que este tipo estaba, mínimo, a dos tornillos flojos. Estaba empezando a fastidiarme… y cuando algo me fastidia, no me hago responsable de mis actos.

—Por lo menos di gracias que la he venido a ver —me respondió con una sonrisa torcida, como si me estuviera haciendo un favor. ¿Burla? Totalmente. ¿Molesto? ¿Que podría ser la correcta?

—No te pedí que vinieras. Necesito que te largues, ya te lo dije —le respondí, clara y directa, como siempre.

—¿Te gustaría que tus sueños se cumplieran?

—Por Dios… —puse los ojos en blanco—. Ya sé a lo que te refieres. Me lo dijiste, y yo también fui clara: no quiero ser su juguete sexual si eso cree.

—Sabes, me gustas mucho, más cuando te enfadas, tienes un rostro bonito y un cuerpo qué a mi me está volviendo loco.

—¿Y qué tengo que ver yo con que te guste mi cara o mi cuerpo.

—Pues estás bien fregada —se atrevió a decir, con esa misma sonrisita arrogante.

Yo ya no sabía si reírme en su cara o lanzarle la taza que tenía cerca. Pero opté por mantener la compostura, solo porque mi jefa estaba a dos pasillos de distancia.

—¿Tendré que irme? ¿Renunciar? —siguió, haciendo su teatrillo dramático.

—Ya tranquilo, vete, si mi jefa me encuentra aquí, derechito me despide —le dije, intentando cortarlo de raíz. Pero él, como todo idiota convencido, no se daba por vencido.

—Y yo te puedo ayudar a conseguir un buen trabajo. Con buen salario.

—¡Que ya le dije que no, por favor! —estaba perdiendo la paciencia.

Él sonrió, como si todo esto fuera parte de un jueguito. Su boca se movía, pero sus ojos no dejaban de mirarme, como si estuviera analizando mi alma… o mi escote. Probablemente ambas.

Me sentí expuesta, incómoda. Estaba jugando conmigo en mi propio trabajo. ¿Qué se cree?

—Bueno, me iré… pero antes terminaré mi dulce de leche. Me gustan las cosas dulces. Soy amante de lo dulce. No me gusta lo amargo.

—Muy bien por usted —dije, levantándome, intentando ignorar su existencia. Pero no, claro que no, me tomó de la mano.

—Te ves preciosa cuando estás irritada.

—Suélteme.

Me alejé, molesta. Él se levantó también, dejando la bebida, pero llevándose el dulce de leche como si eso le diera alguna dignidad.

—¿Quién es él? Es guapo, sí. — comento Lourdes.

—¿Y qué? ¿Voy a cogerme a cada hombre guapo que se cruce en mi camino? Qué lógica tan idiota.

—Es un hombre que le interesas, se nota —comentó nuevamente

—Pues a mí no me interesa. Y no hablemos más de ese tema, por favor —corté, tajante.

No quería seguir hablando del imbécil ese. No con el cansancio que tenía encima, con los pies ardiendo, la espalda partida y la cabeza explotándome. Ya suficiente con lidiar con hombres, no necesitaba uno más que creyera que todo se compra, incluso mi tiempo, ni siquiera a mi novio le doy mi preciado tiempo.

Terminé de limpiar, lavé los trastes, dejé todo en orden. Me quité el delantal, me lavé las manos, agarré el bolso y me despedí de mi compañera de trabajo

—Nos vemos.

—Nos vemos, cuídate —escuché decir a Lourdes.

Suspiré. Un poco de alivio. Por fin había terminado más temprano de lo habitual. Caminé tranquila… hasta que sentí esa sensación desagradable de que alguien me observaba. Como si alguien me siguiera, me detuve, miré a los lados. Nada, pero esa sensación seguía ahí, como una punzada en el estómago.

—Estoy alucinando… ese tipo me dejó mal —murmuré. ¿Será él? ¿Me está siguiendo y no me doy cuenta?

No. No, no y no. Espero que no… porque si lo hace, lo voy a demandar.

Al fin llegué a casa. Mi papá estaba frente a la máquina de coser. Otra vez.

—Papá, ¿qué haces? Tienes los pies malos.

—Hola, cariño. ¿Cómo fue tu día?

—Cansado. Pero, ¿por qué sigues en esa máquina? Ves que no estás bien.

—No te preocupes, hija. Estoy fuerte para trabajar.

—¡No, papá! Tengo que ayudarte. No me gusta verte así. Estoy trabajando precisamente por las deudas. No quiero que te mates por mi culpa.

—Vanessa, ya no hablemos de eso. No debes preocuparte, además las duedas también son mías.

—¡¿Cómo me vas a decir que no me preocupe?! ¡Odio verte así! Trabajando como si tuvieras veinte años, y yo como una tonta sin poder hacer nada…

—Tranquila hija.

—Aquí te traigo un postre, y un poquito de arroz. Come algo.

—Gracias… mi niña

—No es la gran cosa, espero que te llenes —le dije, con la garganta hecha un nudo.—Tengo que irme al casino.

—Vanessa, por favor. Descansa al menos un día.

—No puedo, Papa. No puedo.

—Lamento que trabajes tanto.

—Ok… por lo menos dime si vino la casera.

—Sí… —dijo, bajando la voz.

—¿Qué? ¿¡Y qué fecha es hoy!? ¡¿Pasamos la fecha otra vez!?

—Por eso necesito hacer algo…

—¡¿Y por qué no me lo dijiste antes!? —grité, y en eso, tocaron la puerta. Lo supe al instante. Casera. Qué oportuno todo.

Abrí la puerta y ahí estaba, con esa cara de “o pagan o se van”.

—¿Cuándo demonios piensan pagarme?

—Lo siento, es que no...

—Si no me pagan esta semana, con el dolor de mi alma, tendré que sacarlos de aquí. Quiero que entiendas eso, Vanessa. No están aquí de gratis. Ya tienen tres meses de atraso.

—Lo sé… lo sé. Esta semana. Le prometo que esta semana.

—Más les vale —dijo, girándose con esa mirada que juzga todo. Y yo… solo pude suspirar.

Entré, cerré la puerta y estuve a punto de jalarme el cabello. Mi papá seguía cosiendo como si nada. Pero yo sabía. Sabía que por dentro estaba igual de ahogado que yo. Esto no era vida. Todo esto era consecuencia de sus malas decisiones, y ahora yo era la que pagaba los platos rotos. Me pregunto dónde estará la mujer con la que salía cuando todavía caminaba bien. Seguro lo abandonó cuando lo vio mal. Claro, eso le pasa por ser le infiel a mi madre.

Me metí al baño, abrí la ducha y dejé que el agua se llevara un poco de esta angustia. Pensé en pedirle dinero a Daniel, pero él está tan fregado como yo.

Terminé, me sequé, me puse crema, y cuando quería usar perfume, sorpresa: vacío. Porquería. Ni eso tenía.

Me apliqué desodorante, me peiné, me puse ropa ajustada y algo de maquillaje. Al salir, vi a papá cenando. No me despedí. Solo salí, cerré todo con llave. 

Una parte de mí quería llorar. La otra, seguir de pie. No sé cuál va ganando hoy. Pero sé que ninguna se ha rendido.

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