Dorian.
Después de aproximadamente media hora conduciendo, aparqué mi auto frente al cafetín. El lugar tenía un aire modesto, pero había algo acogedor en su fachada, algo que me hizo detenerme. Observé el entorno desde el volante, analizando cada detalle con atención. Apagué el motor y salí del vehículo. Apenas crucé la puerta de entrada, todas las miradas se posaron en mí, como si el tiempo se hubiera detenido por un segundo. No era raro, me pasaba a menudo. Algunas mujeres me observaban con interés, y varios hombres me miraban con desconfianza o curiosidad. Era como si mi sola presencia alterara la normalidad del lugar.
Caminé con paso firme y me senté en una mesa cerca de la ventana. Desde ahí, podía observar perfectamente a la chica que me tenía obsesionado. Vanessa. O, como a mí me gustaba llamarla, Rosabella. Caminaba entre las mesas sin mirar al frente, con la cabeza baja, evitando hacer contacto visual con nadie. Se acercó a mi mesa, nerviosa, y me entregó el menú.
—¿Qué le ofrezco,, señor? ¿Qué quisiera comer?
La miré directamente a los ojos y, sin pensarlo, solté:
—Te quiero a ti.
Sus ojos se abrieron con sorpresa, y tartamudeando me preguntó:
—¿Usted qué hace aquí?
La observé en silencio durante unos segundos. Me encantaba. Esa boquita temblorosa, su cabello, su cuerpo... Todo de ella me fascinaba.
—Hola, Rosabella. ¿Qué pasa? ¿No puedo venir al cafetín? ¿Está prohibido?
—No... no es eso. Es solo que… no me diga Rosabella. Mi nombre es Vanessa.
—Sí, lo sé. Pero me gusta decirte así —respondí con una leve sonrisa.
—Por favor, dígame si quiere algo o no.
—Sí, sí quiero algo. Quiero una moca… y algo dulce. Algo que me llene de dulzura.
—¿Como qué quiere? ¿Qué le ofrezco?
—Hay de todo, ¿no? —respondí, levantando una ceja—. Aunque no sé qué me gusta… quizás tú puedas ayudarme.
—Le ofrezco tortas… de leche, de chocolate. Tenemos chocolates deliciosos, pero son un poco amargos.
—No, quiero algo realmente dulce.
—Tenemos dulce de leche.
—Tráeme dos… y una moca.
—Claro que sí —dijo, dándose la vuelta, nerviosa.
Bajé la cabeza, me pasé los dedos por las cejas mientras la observaba caminar. Me gustaba verla así, torpe, insegura, vulnerable. Me provocaba. No podía negar que deseaba tenerla solo para mí.
Noté que otras personas me seguían observando. Algunos incluso no disimulaban. Suspiré, saqué mi móvil y, sin pensar demasiado, le tomé una foto mientras daba vueltas por el lugar. Sé que no está bien, pero necesitaba tener una imagen de ella, algo tangible. Entré a F******k, escribí su nombre y apellido. La encontré rápidamente, aunque su nombre de perfil no era exactamente el mismo. Al revisar sus fotos, confirmé lo que ya sabía: ella era la persona ideal para mí. Le mandé solicitud de amistad y guardé el móvil justo a tiempo para verla acercarse con mi pedido.
—Aquí está su bebida y su postre dulce —dijo, con la voz temblorosa.
—¿Por qué hablas así?
—No… no es nada. ¿Qué más desea?
—Por ahora, quiero que te sientes.
—Estoy trabajando.
—¿Cuánto vale tu salario?
—¿A qué se refiere?
—No hagas esas cosas… no te comportes como si no supieras de qué hablo. ¿Por qué estás tan nerviosa? ¿Acaso no te das cuenta de que quiero hablar contigo?
—Esto debe ser una casualidad…
—No fue una casualidad. Vine porque sabía que estabas aquí.
—¿Por qué es tan directo, señor?
—Porque lo soy. Siéntate.
—No puedo.
Me levanté, la tomé suavemente del brazo y la hice sentarse. Se asustó un poco. Entonces caminé hacia la caja. Había una mujer, probablemente la dueña del local.
—¿Cuánto puedo pagar por platicar una hora con esa chica?
—Disculpe, señor… —dijo ella, confundida.
—Quiero hablar con su empleada. ¿Cuánto cobra?
—No… no es necesario, señor.
—Bueno, toma. —Saqué tres billetes de cien dólares y los dejé sobre el mostrador—. Quiero hablar con ella una hora. ¿Me lo permite?
—Sí, señor… tranquilo. No era necesario que pagara.
—Guárdelo. Y cuidado la echan… porque la tengo aquí una hora. ¿Quedó claro?
La mujer asintió, algo nerviosa. Le hice un guiño, y noté que negó rápidamente con la cabeza. Tal parece que no era la dueña.
Volví a la mesa. Vanessa suspiró, se pasó la mano por el cabello y me miró con cierta resignación.
—¿Por qué hace esto? ¿Qué es lo que quiere hablar conmigo?
—Quiero saber si deseas seguir trabajando aquí.
—Claro que sí. Trabajo porque necesito el dinero.
—¿Cuánto quieres por estar conmigo?
—¡¿Qué le pasa?! ¡Dios! ¿Por qué me está haciendo esto?
—Dios no es tu juguete para mencionarlo así… okey.
—Usted no debería estar aquí, interrumpiendo mi trabajo, ustes está bien de su cabeza.
—Me preguntas si estoy loco ¿Por qué vine aquí? Ya te lo dije: porque te quiero a ti. No hay otra razón.
—Por favor, váyase. No complique las cosas.
—Ya pagué por ti.
—¿Qué?
—Así es. Pagué por ti. Y ahora quiero que te quedes aquí platicando conmigo una hora.
Se quedó muda.
—Dime, ¿qué te gusta? ¿Cuántos años tienes? ¿Ese tipo, Daniel, es tu novio?
—¿Por qué tantas preguntas? Usted no me conoce. ¿Y como conoce a Daniel?
—No me digas “usted”. Me llamo Dorian. No soy tan viejo, ¿entendido?
—Pues Dorian… tengo 20 años.
—Yo tengo 27. Tampoco es tanta diferencia.
Me miró con una mezcla de sorpresa y desconfianza. Entonces, con picardía, tomé un poco de espuma de mi moca y se la puse en la nariz. Se sobresaltó.
—¿Qué hace?
—Si gritas, podrían echarte. Estás siendo muy maleducada, señorita Vanessa.
—¡Pero usted me está provocando!
—Y tú me provocas a mí… cada gesto tuyo me enloquece.
—Todos lo están mirando…
—Que miren. Para eso tienen ojos. Te hice una pregunta sobre ese Daniel.
—Si… Daniel. Sí, es mi novio. ¿ Como lo conoce?— preguntó nerviosa.
—Lo conozco. ¿No te diste cuenta que frecuento el club?
—Sí… me di cuenta ayer.
—¿Qué más quiero saber? Hmm… ¿cuál es tu pasión? ¿Estás estudiando?
—Lastimosamente no. No tengo dinero para estudiar.
—¿Dime te gustaría dormir en una cama llena de dinero?
Soltó una risita irónica. Me gustó oírla reír.
—Sí, pero jamás sucederá.
—¿Te gustaria, dime? —le pregunté.
—Nunca. Jamás podré tener tanto dinero, aunque quisiera.
—¿Y si tu sueño se hiciera realidad?
—¿A qué se refiere?
—A que… ¿qué harías si algún día consigues mucho dinero? ¿Estarías dispuesta a hacer algo para tenerlo?
Frunció los labios y me miró fijamente. Esperé su respuesta, sin apartar la mirada.
Quizás, comprar su tiempo sería buena idea. Daría mucho dinero por estar con Rosabella.
— A usted se le a Zafado un tornillo, ¿ Verdad?
Reí con picardía ante su comentario.
—Así mismo es, y es gracias a ti, Rosabella.