Dormir se volvió un lujo. Desde la última conversación con Kael —si es que a eso podía llamarse—, mi cabeza no había parado ni un segundo. Me revolvía entre las sábanas como si fueran cadenas invisibles, atrapada entre el deseo ardiente que él provocaba y el miedo latente que no lograba sacudirme.
Y lo peor es que lo sentía incluso cuando no estaba cerca. Como si su presencia quedara impregnada en los muros de la cabaña, en el aire denso que se colaba por las rendijas de la ventana, en el latido acelerado de mi pecho que no sabía distinguir si era ansiedad… o simple atracción.
¿Cómo se puede desear tanto a alguien en quien no confías del todo?
O tal vez… ¿justo por eso lo deseaba?
Me levanté con el cuerpo tenso, como si hubiese pasado la noche peleando en sueños. El bosque afuera amanecía con niebla espesa, y por un instante me sentí como ella: difusa, impenetrable, inestable. Me puse una sudadera sobre la camiseta y salí, sintiendo el rocío helado contra los tobillos descalzos.
No ca