Desde el instante en que lo vi hablar con ese hombre en la frontera del bosque, supe que algo no encajaba.
Kael no sonreía. No hablaba con tono autoritario ni se imponía como solía hacerlo ante cualquiera que osara desafiarlo. Su postura era distinta. Casi… defensiva. Y ese solo hecho encendió una alarma en mi interior.
Me había acostumbrado a su forma de ser: dominante, controlador, siempre un paso adelante. Pero esta noche, con esa figura alta y encapuchada frente a él, parecía alguien más. Un Kael que no conocía. Uno que, sinceramente, me asustaba.
Observé desde la distancia, escondida tras los árboles, deseando que mis oídos pudieran captar más que susurros y que mi mente dejara de imaginar escenarios que no me correspondían.
Pero no podía ignorarlo más.
Algo pasaba. Algo grande. Y yo estaba en medio.
—No puedes seguir ocultándomelo, Kael… —murmuré para mí misma, como si decirlo en voz alta hiciera que él pudiera oírme a kilómetros.
Cuando regresó al campamento, su rostro ya había