Mundo ficciónIniciar sesiónDicen que bajo la luz de la luna roja, las almas marcadas por la maldición no tienen redención. Ethan Vólkov ha pasado años huyendo, ocultando su verdadera naturaleza: es el único ser capaz de transformarse en dos formas, la del lobo salvaje y la de la bestia licántropa. Su existencia desafía las leyes del mundo sobrenatural, y por eso todos lo quieren muerto… o bajo su control. Una noche, agotado, se cruza con Celeste Carter, una humana de corazón compasivo, amante a los lobos. Un instante basta para sellar su destino.
Leer másEl sol se había rendido ante la noche. El cielo sobre el bosque era de un azul oscuro y aterciopelado, salpicado por una capa de estrellas indiferentes. En el pueblo, una leve neblina tejía su camino entre las casas de madera, y el silencio de la noche solo se rompía por el murmullo distante del río y el suave crujir de las brasas.Celeste, sin embargo, no estaba en casa. Estaba en el lindero.Se había puesto su capa más gruesa, la lana burda picándole la piel, y llevaba una linterna de mano cuyo débil haz temblaba con cada paso. El aire era gélido, mucho más frío que la noche anterior, y el olor de la tierra húmeda, agujas de pino y un sutil regusto a humo era abrumador.No podía irse sin intentarlo una última vez.La mente de Celeste se había convertido en un campo de batalla desde su encuentro con aquel ser, ese licántropo de pelaje negro como el ébano y ojos azules que la habían mirado con una mezcla tan cruda de dolor y pánico. El recuerdo de sus zarpas rozando su piel, la tensió
El aire en la guarida era pesado y denso, saturado con el acre perfume de pólvora, cuero y un rancio olor a sangre seca que el tiempo no lograba disipar.La cabaña, lejos de ser un refugio acogedor, era una fortaleza construida a la inversa: paredes de piedra bruta, ventanas selladas con barrotes de hierro y una única puerta de roble macizo, diseñada para mantener a las bestias afuera, o a la bestia que la ocupaba, dentro.El calor de la chimenea no conseguía aplacar el escalofrío que corría por la espina dorsal de Kaelen. Él no estaba allí. No por el frío, sino por la furia.Kaelen Vance era un hombre que se había dedicado a la caza de licántropos y otras aberraciones del folclore con una devoción casi religiosa. Su rostro, marcado por cicatrices pálidas que cruzaban su barbilla y ceja, era un mapa de viejas batallas. En sus ojos, de un gris tormentoso, no había ya rastro de juventud, solo la frialdad implacable de quien ha visto demasiado odio.Estaba de pie frente a un mapa antiguo
El aire de la noche golpeaba el rostro de Celeste mientras se abría camino fuera del bosque. Llevaba al pequeño lobo herido en brazos, envuelto en su chaqueta de lana, protegiéndolo de los sobresaltos del camino. El animal estaba quieto y débil, y cada latido diminuto que sentía contra su pecho era un recordatorio silencioso de la fragilidad de la vida. Pero no era solo la preocupación por el lobo lo que la mantenía en vilo.La imagen del otro lobo, el de ébano, un gigante silencioso con ojos de hielo azul, estaba grabada a fuego detrás de sus párpados.La cabaña que compartía con su hermano, una estructura sencilla de madera oscura y tejas gastadas, se levantaba a lo lejos, un faro de estabilidad en la orilla de un mundo que se sentía repentinamente más grande y más peligroso.Llegó a la puerta, y una ola de alivio la recorrió. Con la punta del pie empujó la puerta y entró en el calor acogedor del hogar. Un suave ronroneo en el fogón anunciaba el despertar de Tábata, la gata, que la
El viento aullaba como un espíritu errante entre los árboles del bosque, un lamento frío que se colaba bajo la piel. En lo alto, la Luna Roja —un disco carmesí y enorme— ascendía lentamente en el cielo nocturno, derramando un baño de luz sangrienta sobre la tierra. Las sombras se estiraban y se contorsionaban en formas monstruosas, y el aire espeso se cargaba de un palpable e inminente peligro, una electricidad salvaje.Entre la maleza y los helechos mojados por el rocío, una silueta se movía con una velocidad casi inhumana. Esquivaba troncos caídos y sorteaba raíces nudosas con la destreza pulida de una bestia cazada a lo largo de décadas. Cada músculo era un resorte de tensión, cada movimiento, una elección de vida o muerte.Ethan Vólkov respiraba en bocanadas profundas y dolorosas. Sus pulmones exigían oxígeno, sus músculos de las piernas ardían con una fatiga que no se permitía reconocer. Pero lo peor era la sensación que reptaba bajo su piel: una vibración, un latido bestial que
Último capítulo