La luna llena colgaba alta y redonda en el cielo, iluminando el campamento con un resplandor plateado que parecía revelar cada hoja, cada sombra, cada secreto escondido en la espesura del bosque. Había llegado el momento que tanto temía y esperaba al mismo tiempo: tomar el mando de la manada oficialmente. No solo por necesidad, sino porque sentía el peso del fuego en mi sangre reclamando que liderara, que fuera más que una loba, que fuera la Alfa que esta familia necesitaba.
Organizar entrenamientos, sellar alianzas y fortalecer nuestras defensas se convirtió en mi obsesión. Los días se sucedían con un ritmo implacable: el sol apenas aparecía y ya estaba a cargo de los planes, y la luna apenas se ocultaba y seguía trazando estrategias en mi mente. Tenía que asegurar que cada lobo estuviera preparado, que cada guerrero entendiera la gravedad del peligro que se avecinaba.
—Temporada de cazadores —pensé con un escalofrío.
Kael estaba a mi lado, pero algo había cambiado entre nosotros. Ya