CAPÍTULO 2. De la celebración al desastre

CAPÍTULO 2. De la celebración al desastre

Ocho semanas antes.

Jackson Wyndham no entendía por qué seguía asistiendo a aquellos eventos médicos… Bueno, sí lo sabía: Eran prestigiosos, había whisky gratis y siempre existía la posibilidad de robarle algún paciente importante a otro médico arrogante. Pero, sinceramente, ¿un evento médico en un resort de montaña con nieve hasta las rodillas?

¿No había un mejor sitio para entregar la dichosa beca?

—Quita esa cara, al final hay una buena posibilidad de que ganes, aunque sea contra ella —le dijo Reggie, su mejor amigo, señalando al otro lado del enorme salón recepción del hotel, y Jackson apretó los labios cuando la vio.

Margaret Kingsley.

Podía reconocerla entre cientos de mujeres, porque aquel cabello rojo infierno la distinguía en cualquier lugar, como un aviso de lo que era: una diabla, un demonio, un…

—¡Jackson!

—¡Maldición, no puedo perder contra ella otra vez! —masculló con impotencia y Reggie se encogió de hombros.

—Oye, no eres el único que ha perdido, pero la chica es buena.

Y el problema era que “buena” era poco para describirla.

Los dos habían competido desde que se habían visto en Medical Sciences Division en la Universidad de Oxford. Él había sido el favorito del decano.

Los dos habían competido por el Premio Radcliffe por logros académicos. Ella había ganado.

Los dos habían competido por un intercambio internacional en Houston, Estados Unidos. Ella había ganado.

Los dos habían competido por la primera plaza para la especialidad de Cirugía. Él había ganado.

La lista seguía y seguía, y todos creían de verdad que aquella rivalidad era la causa de esa guerra a muerte silenciosa que había entre ellos. ¡No tenían ni idea!

—Sí, es buena, pero estamos hablando de la Beca para la subespecialidad de Neurocirugía Pediátrica, una que financia el mismísimo arzobispado de Canterbury —gruñó Jackson.

—Una subespecialidad que podrías pagar de tu propio bolsillo con los ojos cerrados —le recordó su amigo.

—¡Sí, pero la Beca significa que te lo ganas, que te lo mereces! —sentenció Jackson y Reggie suspiró porque lo entendía, era una batalla de egos muy jodida la que traían aquellos dos.

Un par de días de conferencias y celebración, y al fin entregaron el tan esperado premio.

—Y el ganador de la Beca de Neurocirugía Pediátrica, otorgada por el muy noble Arzobispado de Canterbury, es… —anunció el presentador— ¡la doctora Margaret Kingsley!

Aplausos, vítores, campanitas. Jackson la vio subir al escenario con una sonrisa modesta que debía estar escondiendo una satisfacción perversa e infinita, y se bebió su trago de golpe para poder sonreírle falsamente. ¿En serio le había ganado de nuevo? ¡Era insoportable!

Después de la ceremonia, los asistentes fueron “invitados cordialmente” a una caminata panorámica por las montañas, algo que Jackson habría evitado con gusto, pero Reggie se encargó de recordarle que si no iba, todos dirían que estaba celoso de Margaret.

Ella, por supuesto, iba al frente del grupo, y Jackson no tardó en alcanzarla, bufando molesto.

—¿Por qué caminas tan rápido? Tampoco es como si la beca te hubiera dado superpoderes —le gruñó.

—No es mi culpa que estés envejeciendo mal, Wyndham —respondió Maggie sin mirarlo.

—No es mi culpa que camines como si estuvieras escapando de tus responsabilidades emocionales —espetó Jackson.

—¿Y tú qué sabrás de emociones, si las tuyas están clínicamente muertas?

Y así estaban, en plena sesión de insultos pasivo—agresivos (aunque ya estaban rayando lo agresivo—agresivo) cuando todo ocurrió.

El sonido fue sordo, como un rugido lejano, pero profundo. Al principio, nadie lo notó. Luego, uno de los guías gritó algo que se escuchó como “¡Corran!

La avalancha no fue como en las películas. No hubo cámara lenta, ni música dramática. Solo gritos, nieve por todas partes y una fuerza brutal arrastrándolo todo montaña abajo.

Maggie gritó algo antes de desaparecer entre el blanco cegador.

Jackson solo se quedó paralizado hasta que un tronco lo golpeó en el hombro y lo lanzó por una pendiente.

Gritos, maldiciones, y desesperación… y luego silencio.

Jackson no supo cuánto tiempo había pasado cuando despertó. La cabeza le zumbaba, tenía nieve en sitios impensados, y el brazo le dolía como si le hubieran clavado un bisturí oxidado por puro gusto. Se incorporó con dificultad, tosiendo nieve y mirando la devastación alrededor con el corazón encogido.

Por suerte la avalancha se lo había llevado, pero no lo había enterrado, como probablemente había hecho con muchos otros.

Y entonces lo escuchó: una voz.

—¡Auxilio! ¡Auxilio…!

Por un momento pensó que era una alucinación causada por el golpe, pero pronto aquel sollozo lo hizo correr a tropezones.

—¿Dónde estás? ¡Sigue gritando! —exclamó porque era imposible ver algo en aquel infierno blanco.

—¡Aquí…! ¡Aquí…! —Pero la voz se iba a apagando cada vez más y se notaba que había mucha nieve sobre ella.

Jackson por fin logró seguir la dirección y vio unos dedos sobresaliendo, solo unos dedos.

—¡Maldición! —gritó antes de arrodillarse y empezar a cavar con las manos—. Ya estoy aquí, ya estoy aquí… Todo va a estar bien.

Pero había nieve, mucha, y una rama enorme, y un cuerpo debajo, y una mujer. Jackson hizo un último esfuerzo por levantar la rama y tirarla a un lado antes de alcanzar por fin aquella mano y tirar de la mujer contra su pecho.

La sintió estrecharse contra él, respirando con dificultad, y en el mismo momento en que la abrazó, aquel cabello rojo lo hizo tensar hasta el último músculo adolorido.

Margaret Kingsley.

—¡Tenías que ser tú! —masculló Jackson, soltándola bruscamente y Maggie lo miró con ojos azorados antes de recomponerse.

—¡Ayúdame, imbécil! ¡No es momento para tus comentarios sarcásticos! —replicó ella y Jackson la ayudó a salir de aquel agujero de un tirón.

Maggie se desplomó sobre él… y luego lo empujó como si tuviera sarna.

—Gracias. Y que conste que eso no cambia nada entre nosotros.

—¿Por qué no me entró nieve en el oído? ¡Tengo nieve en el culo, pero no en el oído! —se quejó Jackson—. ¿Y si te echo al hueco de nuevo y finjo que no te oí?

Ambos se quedaron unos segundos en silencio. Respiraban con dificultad, tiritaban y tenían la expresión de quien acaba de sobrevivir a una experiencia traumática… con la persona menos indicada.

—¿Hay alguien más? —preguntó ella, mirando alrededor.

—No… no lo sé —admitió él.

—¡Perfecto! ¡Morir en compañía de mi peor pesadilla! ¡Qué final tan poético!

—Entonces tú quédate aquí que yo voy a pedir ayuda y luego…

—¿Siquiera sabes dónde estamos, Jackson? —rezongó Maggie y por primera vez los dos fueron conscientes de lo que les había pasado.

—Es un puto milagro que estemos vivos —murmuró él con el corazón acelerado.

Aquello parecía una postal maldit@, un mar blanco lleno de árboles arrancados de raíz era todo lo que había alrededor.

—Será mejor que empecemos a caminar —dijo Jackson y por primera vez ella no le replicó—. Si la noche nos agarra aquí, no vamos a durar ni dos horas con este frío.

—Pues sí —susurró Maggie abrazándose a sí misma—. Pero caminar ¿hacia dónde?

Y no había respuesta para eso, solo elegir una dirección y empezar a andar con la esperanza de no morirse.

La nieve estaba blanda y a veces se hundían hasta la cintura en ella, haciendo que avanzar fuera penoso y doloroso a la vez. Y pasaron horas, o así se sentían, hasta que lograron divisar aquella estructura.

—¿Una cabaña? —dijo Maggie achicando los ojos.

—¿Dónde?

Ella señaló unos doscientos metros por encima de su posición y subir fue una agonía, pero finalmente lograron llegar a una especie de cabaña protegida por una pared rocosa, quizás solo por eso había sobrevivido al desastre.

Era pequeña, fría y claramente deshabitada, pero tenía lo básico: techo, paredes, una chimenea polvorienta y una cama de madera dura como el juicio de Dios. También encontraron un par de bolsas de dormir, dos cajas llenas de latas de sopa y un par de encendedores. Un paraíso, considerando las circunstancias.

—Supongo que no hay calefacción central —ironizó Jackson, frotándose las manos.

—Solo tu ego, que ya calienta bastante. Pero al menos estaremos a cubierto aquí. Es una cabaña de emergencia —replicó Maggie y de repente se inclinó hacia adelante con un gemido sordo.

Jackson giró de inmediato y la miró espantado mientras ella se sostenía un costado.

—¿Qué fue eso?

—Nada. Estoy b… ¡Aaaaah!

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