CAPÍTULO 4. Del sueño a los recuerdos
El viento rugía afuera, la tormenta solo arreciaba, pero dentro de aquella cabaña ni siquiera el cansancio hacía que Jackson pudiera dormir. Contra su nariz tenía aquel cabello rojo que solo Dios sabía por qué seguía oliendo a lavanda. Tenía el cuerpo entumecido… o eso creía, porque definitivamente Maggie moviéndose contra él lo hizo abrir los ojos de inmediato.
—¿Te quieres quedar quieta?
—Tengo frío… —fue todo lo que la escuchó murmurar y le dio la vuelta para pegarla más a él.
—A este paso nos vamos a morir de hipotermia así que… —murmuró y la vio abrir los ojos espantados mientras le abría la chaqueta y sus manos rozaban su piel caliente.
—¡Ni se te ocurra, idiota, no voy a…!
—¿Quieres sobrevivir? —le preguntó él y Maggie apretó los labios.
Sí quería, los dos querían, pero eso no cambiaba que todo entre ellos era un maldito desastre. Maggie dejó escapar un jadeo ahogado cuando sintió la boca de Jackson sobre sus pechos y aquello fue más que suficiente para que el cuerpo del médico reaccionara como si hubiera recibido una descarga.
—Maldición —gruñó por lo bajo porque si algo no podía negarse era que aquella mujer era hermosa, y por desgracia ni todo el odio del mundo podía cambiar eso.
Su boca encontró la de Maggie con desesperación y un segundo después no había ropa que pudiera contener el calor.
No se molestó en ser gentil, ni amable, ni…
—¡Ah…! —El grito hizo eco en sus oídos mientras se hundía en ella con fuerza y aquella vorágine de sudor, deseo y sexo lo hizo escalar un orgasmo a una velocidad que jamás había imaginado.
Y entonces…
—¡Joder, Jackson, despierta! —escuchó el grito de Maggie y abrió los ojos de un tirón, como si alguien le hubiera tirado un balde de agua helada encima.
Se encontró en la penumbra de una cabaña medio derruida, con una tormenta azotando las ventanas y la respiración pesada de una mujer a su lado.
Y, por supuesto… con una erección incómodamente real.
¡Genial! ¡Fantástico! ¡Maravilloso!
—¿Estás bien o te dio un infarto? —preguntó una voz seca y acusatoria justo al lado suyo.
Maggie. Y no la de la fantasía. La de verdad, la real, la que se estaba dando vuelta justo ahora en el saco de dormir improvisado que compartían, y que se acababa de topar —de forma muy directa— con la evidencia física de su maldito sueño.
Jackson tragó saliva.
—No es lo que piensas —intentó decir, aunque su tono no sonó muy convincente ni para él mismo—. Eres médico, sabes cómo funciona, los hombres siempre nos despertamos así.
Maggie lo miró por encima del hombro con expresión homicida, las cejas alzadas y la boca torcida en una sonrisa peligrosa.
—¿Y todos los hombres gimen mi nombre mientras se despiertan? ¿O estabas soñando conmigo, Wyndham? —dijo, señalando la parte inferior del saco donde su trasero y la entrepierna de Jackson estaban apretándose con… entusiasmo.
—¡Qué capacidad tienes para joderme hasta las putas erecciones, Margaret! —gruñó él tratando de moverse. ¡Mal movimiento! Porque la fricción solo empeoró todo—. Solo fue un sueño. ¡Involuntario! Yo no controlo lo que mi subconsciente decide... montar —dijo con sarcasmo y ella lo miró como si estuviera planeando mil maneras de morir para él.
—Claro, cómo no. Estamos a punto de morir congelados y tú con el cerebro entre las piernas. Muy típico de ti, Jackson. Pero ¿no te parece que deberías soñar con tu prometida? -lo aguijoneó y sintió la forma en que se tensaba.
—Probablemente no, por algo hemos terminado el compromiso —murmuró él sin darle importancia.
—¡¿Qué?!
—¡Que no es tu problema! Enfócate en dormirte y no morir. —Y con eso, le dio la espalda y cerró los ojos, rogando al universo que se lo tragara.
Pero el universo tenía otros planes, porque unas horas más tarde el día amaneció sin sol, en medio de una tormenta, y una ráfaga de viento particularmente furiosa rompió parte del techo de la cabaña y les cayó encima una mezcla de nieve, ramas y goteras.
—¡Maldit@ sea! —gritó Maggie, incorporándose con el pelo revuelto y una rama enredada en el cabello.
Pero antes de que pudiera dar dos pasos se tuvo que apoyar en algo porque el movimiento le había pasado factura a su golpe.
—¡Maldición! ¿Cómo vamos a arreglar esto? —espetó Jackson viendo el agujero, y Maggie le señaló al leñero bajo el suelo.
—Tiene que haber alguna herramienta ahí. Busca bien.
Y aunque odiaba que ella tuviera razón, Jackson se alegró de encontrar un hacha pequeña y un martillo.
Sacó clavos de algunas tablas viejas del piso, y entre quejas, sarcasmos y múltiples "¡ten cuidado, idiota!", lograron colocar varios pedazos nuevos de madera para tapar el agujero. No era bonito, ni seguro, ni remotamente profesional, pero al menos dejaba de nevarles dentro.
Y mientras intentaba que aquel parche se mantuviera fijo, Jackson no pudo evitar que su mente volara hacia varios años atrás.
—¿Recuerdas la primera vez que nos conocimos? —preguntó de repente y Maggie no respondió enseguida.
—Claro que me acuerdo. Anatomía I. Primera fila. Tú ya te creías Dios.
—Y tú ya corregías al profesor en voz alta, pero no me refiero a esa vez, sino a cuando mi auto se averió durante la semana de adaptación; y tú llegaste de la nada a destupir no sé qué cosa con una percha de ropa —murmuró él.
—Tengo la delicadeza de no recordártelo porque jamás te gustó que hiciera cosas por ti.
Jackson apretó los labios porque sí que había un poco de verdad en eso.
—Solíamos llevarnos bien... —añadió él, buscando su mirada.
—Hasta que no —respondió Maggie tajante, con el tono de quien cierra una puerta con llave—. No debí ayudarte ese día ni ningún otro.
El silencio se volvió incómodo y Jackson dejó escapar un bufido molesto.
—¡Por supuesto que no! No podías con la competencia, apenas te diste cuenta de que era tan bueno como tú, me diste la espalda. ¡Siempre haces eso! Cuando algo se interpone en tu carrera, simplemente… lo borras. ¡Incluso si es una persona! -la acusó.
—¡Oh, por favor! ¿Tú crees que me dolió dejarte atrás? —le escupió ella con sarcasmo, aunque en el fondo quería gritarle otra cosa: quería gritarle que le había dolido que la tratara como si fuera importante para él, cuando al final estaba comprometido con otra persona.
Había sido el juego de una noche de Jackson Wyndham, por más que le habían advertido que no se enredara con él. Después de todo, los herederos de noble cuna no se enredaban con chicas que habían tenido que pelear por lo que querían con uñas y dientes, por más inteligentes que fueran.
—No —respondió Jackson, dando un paso hacia ella y acorralándola contra una de las paredes—. A ti no te duele nada porque no tienes un puto corazón en el pecho.
—¿Y qué es lo que te molesta de eso? ¿Qué no pudiste ilusionarlo, que no pudiste romperlo? ¿Qué no…?
Pero la idea, fuera cual fuera, quedó interrumpida en el mismo segundo en que la boca de Jackson impactó contra la suya con más fuerza que la tormenta que los rodeaba. Maggie ahogó un jadeo mientras sentía la forma en que su lengua se hundía entre sus labios, reclamándola y lo empujó con fuerza antes de golpearlo.
La bofetada sonó seca y dura, pero solo hizo que los ojos de Jackson se encendieran aún más.
—¡Fantástico, no estoy soñando! Pero me puedo conformar con la pesadilla —gruñó antes de volver a asaltar su boca y devorarla como un hombre hambriento.
CAPÍTULO 5. Del odio al deseoMaggie se quedó paralizada. Esta vez, lo admitiera o no, su cerebro se congeló por algo mucho más peligroso que la nieve: los labios de Jackson sobre los suyos; perdidos en uno de esos besos donde tenía los dedos de Jackson sujetando su cara como si dominarla fuera su único objetivo. Pero ahí estaba ella, sin poder apartarlo, sintiendo cómo su propio cuerpo empezaba a traicionarla.Ese maldito beso la llevó directo a su época de estudiantes. A ese primer beso robado en los pasillos del hospital universitario, cuando él todavía era el “niño rico que hablaba demasiado” y ella, la “niña pobre que lo mandaba a callar con la mirada”. Rápido, caótico, y sin embargo... perfecto.Y como aquel recuerdo realmente lastimaba, volvió a la realidad de golpe, jadeando un poco, separándose con torpeza.—¿Qué demonios fue eso, Jackson? —preguntó ella, pasándose el dorso de la mano por los labios, como si pudiera borrar el momento.Jackson se pasó las manos por el cabello
CAPÍTULO 6. De la tormenta al escándaloLa mañana siguiente llegó como un ladrón a plena luz: inesperada, molesta y llena de esa sensación de irrealidad después de lo que habían hecho. Maggie abrió los ojos primero, y se encontró todavía medio enredada con Jackson, en el miserable saco de dormir improvisado que compartían… desnudos. Lo sintió respirar contra su nuca, y su cuerpo se tensó como un alambre de alta tensión.“¡Joder, no otra vez!”, pensó con sarcasmo mientras se desenredaba como podía. “Supongo que debo darle gracias al desastre natural porque ahora sí amaneció aquí en vez de escaparse en la madrugada”.Y quizás ese era el problema, que aun después de tantos años en que los dos habían fingido que nada había pasado, Maggie no olvidaba que no había sido más que un pedacito de noche para él.Jackson también abrió los ojos, parpadeando como un cachorro confundido, y la miró como si no supiera si debía sonreírle o esconderse debajo del suelo. Así que al final optó por lo más se
CAPÍTULO 7. De la vergüenza pública a una decisión drásticaJackson Wyndham era muchas cosas —arrogante, brillante, insufrible en sus mejores días—, pero jamás habría pensado que se encontraría donde estaba ahora: en su elegante oficina de paredes revestidas en roble, mirando boquiabierto los resultados de unos análisis médicos que no eran suyos.Desde el momento en que Reggie los había mencionado, una alerta se había encendido dentro de él. Apenas tenían qué comer en aquella cabaña, así que por supuesto que no tenían protección, y las consecuencias estaban ahí, en letras negras sobre fondo blanco: Embarazo positivo.Parpadeó. Se frotó los ojos. Lo volvió a leer. No, no era un error. ¡Maggie estaba embarazada!—Bueno, esto sí que no estaba en mis planes de dominación mundial —murmuró, dejando caer el papel sobre el escritorio como si le quemara—. ¡Maldición!¿Ella lo sabría? ¿Lo estaba ocultando? ¿Estaba pensando cómo usarlo en su contra?Pero antes de que pudiera siquiera empezar a p
CAPÍTULO 8. De un contrato a condiciones de supervivenciaCuando Maggie abrió los ojos, no supo si seguía viva o si se había reencarnado en alguna comedia absurda. Lo primero que vio fue el techo blanco del despacho. Lo segundo, la cara de Jackson. Esa cara, con una expresión tan tensa que parecía que se había tragado un palo de cricket.—¡Diablos, no fue una pesadilla! —murmuró ella, con la voz ronca.—La realidad es mucho peor, así que déjame repetírtelo sin anestesia: Tenemos que casarnos.Maggie soltó una risa sarcástica.—Te va a salir más barato si me atropellas con tu Roll Royce. Unos añitos de cárcel ¡y listo! ¡Libre como el viento!—La idea ya me cruzó la mente, pero así también perdería mi herencia y ni tú vales tanto, Margaret.—¡Que no me digas así…! —pero Maggie se detuvo analizando aquellas palabras. Se sentó cruzándose de brazos y le sonrió con sorna—. Entonces eso es. ¿Te van a desheredar por el escándalo? —sonrió sin poder evitarlo—. ¿Y exactamente qué te hace pensar
CAPÍTULO 9. De la mentira pública a la humillación privadaMaggie no había querido responderle. ¿Para qué, si los dos sabían que no tenían más opciones? Así que seis horas después había tenido que hacer su maleta, cruzar hasta la “zona VIP” de la ciudad y salir de aquella camioneta con Jackson como si hubieran sido novios toda la vida.Maggie se sentía como una actriz de telenovela de bajo presupuesto mientras cruzaba el umbral del lujoso edificio donde vivía Jackson. Iban de la mano, como una pareja que había planeado con ternura su futuro, cuando en realidad ella habría preferido ir de la mano de un cactus.Pero había prensa en la puerta, y Jackson ya sabía perfectamente que en esta vida uno podía divorciarse o cometer fraude fiscal, pero nunca mostrarse débil ante los medios.—Sonríe, futura señora Wyndham —le susurró entre dientes.—Estoy sonriendo… por dentro, en cámara lenta y con sarcasmo —murmuró ella, sin perder la compostura.Entraron a su nuevo hogar como si fuera la premie
CAPÍTULO 10. De la humillación a la solución.Jackson estaba muy lejos de ser el guardaespaldas sobreprotector y sexy de una telenovela, pero en aquel momento su madre sí parecía una villana con presupuesto y cada palabra que salía de su boca había amenazado directamente a su hijo. Maggie no se sentía precisamente como la princesita desamparada, pero no podía negar que le causaba cierta satisfacción que la maldad de su madre conmoviera un poco a Jackson.—No vuelvas a hablarle así —le dijo él a la señora Wyndham, con voz contenida pero firme.Ella lo miró con la consternación reflejada en el rostro, como si él acabara de anunciar que planeaba abrir una cadena de hamburgueserías veganas.—¡Oh, por favor, Jackson! ¡No me digas que estás de acuerdo con esto!—Aunque no lo esté, madre, estás hablando de mi hijo. No es cualquier cosa que puedas desechar solo porque no te gusta así que te lo repito: no vuelvas a hablarle así. Pamela Wyndham apretó los dientes y dejó que su rabia saliera en
CAPÍTULO 11. De un silencio pensativo a una cuenta abiertaLa distinguida señora Wyndham parecía a punto de tener un colapso, y Maggie definitivamente lo habría disfrutado, pero en ese momento Jackson se acercó con el coche y ella cerró la boca de un tirón para que su hijo no escuchara nada.—¿Nos vamos? —preguntó Jackson sin mirar a su madre. Sabía que ya no había nada que hacer, que la mujer siempre tendría una opinión más “ilustre” que cualquier otra y esa era una de las cosas que siempre había estado jodiéndole la vida aunque ni siquiera imaginara cuánto.—Sí —respondió Maggie con un tono de “me largo de aquí antes de que explote algo”.Caminaron juntos hacia la salida, pero Maggie no podía dejar de notar que la mirada de la señora Wyndham la seguía como un láser. Ya en el coche, el silencio se alargó hasta el punto de volverse incómodo, y para cuando llegaron al departamento, Jackson se sintió obligado a romperlo.—¿Por qué tan ensimismada? —le preguntó en tono bajo—. Me trago t
CAPÍTULO 12. De babas masculinas a un resbalón peligrosoEl día de la conferencia llegó con la promesa de ser, como no, un circo más en la vida de Maggie. Jackson esperaba que todo transcurriera sin sorpresas, o al menos eso pensaba él. Lo peor que podía pasar era que la prensa criticara ampliamente el gusto de su prometida, porque con aquella ropa que Pamela le había elegido parecería un completo adefesio.Pero por supuesto, como siempre, Maggie no iba a hacer las cosas de la manera más sencilla.Todos estaban ya reunidos y solo esperando por ella cuando la vieron llegar, y Jackson creyó que se tragaría la lengua de la impresión. Llevaba un vestido de cóctel verde sobre las rodillas. Sin escote, discreto, pero que se pegaba a cada curva de su cuerpo y…“¿Pero cuándo le salieron tantas curvas?” pensó Jackson espantado.Encima llevaba una gabardina blanca que la hacía ver sofisticada y unos tacones de trece centímetros que hacían ver aquellas pantorrillas torneadas y deliciosas. Su cab