Emma llegó temprano a la galería esa mañana. Llevaba suéter beige, jeans claros y el cabello recogido en una coleta alta. Había dormido poco. Se había quedado despierta hasta tarde esperando algún mensaje de Iván… uno que nunca llegó.
“Tal vez estaba muy cansado”, pensó mientras encendía las luces del ala central. “Quizá me escribe hoy. Seguro me compensa la cena con algo lindo.”
Trató de convencerse.
A las 10 a.m., Clara la envió a revisar una entrega de marcos especiales en la parte trasera del edificio. Era trabajo pesado, pero Emma prefería eso a quedarse pensando. Se dedicó a revisar medidas, a cotejar los nombres con la hoja de control, y a enviar correos de seguimiento.
A mediodía, mientras almorzaba sola en el pequeño comedor del personal, recibió un mensaje.
Iván:
“Buenos días, hermosa. Perdón por no escribir anoche, me dormí. Hoy tengo que ir al estudio de un amigo a ayudarle con una sesión, pero te llamo en la noche, ¿va?”
Emma no supo qué responder de inmediato. Había una parte de ella que se alegraba por el mensaje… pero otra que no podía ignorar la distancia emocional que sentía.
Antes de que pudiera responder, otro mensaje llegó.
Rosmery:
“¡Emmaaaa! Te extraño. ¿Nos vemos hoy? Tengo chismes y Dani quiere mostrarte fotos de su viaje. Avísame”
Emma entrecerró los ojos. A Rosmery no la veía desde la reunión del café. Siempre había sido la más entusiasta del grupo, pero desde hace un tiempo sus mensajes eran menos frecuentes, menos cálidos. Aun así, respondió que sí.
Tal vez esa noche podía despejar su mente con sus amigas. Hablar con alguien. Reír un poco.
A las 6:40 p.m. salió de la galería. Caminó hasta su apartamento, se cambió de ropa y se puso algo cómodo: un vestido casual en color vino, con sandalias y un bolso cruzado. Se recogió el cabello en un moño suelto. Justo antes de salir, le escribió a Daniela.
Emma
“¡Ya estoy lista! ¿Dónde nos vemos?”
Dani:
“Thania y yo vamos en camino al bar nuevo de la 7a. ¿Rosmery te escribió?”
Emma
“Sí, me dijo que tenía chismes. ¿No está con ustedes?”
Dani:
“No, no la hemos visto desde ayer”
Emma frunció el ceño. Algo no cuadraba.
En ese momento, al desbloquear su celular para llamarla, notó algo.
Ubicación compartida: Rosmery
No recordaba haber activado esa opción, pero ahí estaba. El punto se marcaba en una zona residencial que Emma conocía muy bien: el apartamento de Iván.
El corazón le dio un vuelco.
“Debe ser una coincidencia…”
Pero sus piernas ya se movían solas.
Pidió un Uber y durante todo el camino trató de pensar en excusas. Tal vez Rosmery le estaba pidiendo ayuda a Iván. Tal vez eran amigos. Tal vez…
El punto en el mapa no se movía.
La ubicación de Rosmery seguía fija: Apartamento de Iván.Emma no sabía si sentía más frío o rabia. El corazón le martillaba en las sienes mientras el Uber avanzaba lento entre las calles mojadas por una ligera lluvia que acababa de caer.
"Quizá no es lo que parece", pensó, abrazándose los brazos. Pero la intuición ya hablaba en voz alta.
La había sentido hace semanas. En los silencios de Iván. En los mensajes escuetos. En la forma en que Rosmery empezó a verla con una sonrisa más tensa. La risa exagerada, las miradas esquivas. Pero ella había decidido ignorarlo. Confiar.
El auto se detuvo. Emma bajó sin despedirse del conductor. Entró al edificio sin ser detenida: conocía la clave del portón. Las escaleras la recibieron como un túnel cerrado, húmedo, oscuro. Subió los escalones con la garganta cerrada. Cuarto piso. Apartamento 4B.
La puerta estaba entornada. Tal vez era su imaginación o alguien la había dejado así a propósito.
Por un segundo pensó en irse. Fingir que no había visto nada.
Pero la curiosidad ya era veneno.
Empujó la puerta muy despacio.
Adentro olía a incienso… y a sexo. El aire estaba cargado. Pesado.
Caminó hasta donde el pasillo se abría a la sala. La penumbra ayudaba a ocultarla.
Y entonces los vio.
Iván estaba en el sofá, recostado, con la cabeza echada hacia atrás.
Solo llevaba unos pantalones deportivos, a medio bajar. El torso desnudo, marcado. Rosmery estaba sobre él, completamente desnuda, de espaldas a Emma, cabalgándolo con movimientos lentos, profundos, como si disfrutara cada maldito segundo.—¿Te gusta así? —preguntó Rosmery entre jadeos, girando un poco el torso para mirarlo—. ¿Así de lento... o me quieres más puta hoy?
—Siempre te quiero puta —respondió Iván, jadeando—. No sabes cuánto lo necesitaba.
Emma sintió un nudo en el estómago. El mundo giraba más lento. El aire se volvió espeso.
—Mejor que Emma, ¿verdad? —insistió Rosmery, ahora sonriendo con malicia.
Iván soltó una risa áspera.
—Emma es una niña. Siempre con miedo. Todo le da vergüenza. Tú... tú me haces sentir hombre, Ros. Tú sabes coger. Tú sabes jugar.
Rosmery se inclinó hacia su pecho, lo lamió, lo mordió suave, y luego dijo:
—¿Cuánto más vas a aguantar el jueguito de novios?
—Hasta que la virgen decida abrir las piernas o yo me canse. Aunque con lo de anoche, ya casi lo dejo todo por ti —dijo él, agarrando con fuerza su trasero mientras la embestía desde abajo—. Esta semana ha sido lo mejor que me ha pasado. Eres fuego, maldita.
Emma no sentía sus manos. Las piernas le temblaban. No podía moverse.
Rosmery se incorporó y empezó a moverse más rápido. El ruido de sus cuerpos chocando era obsceno, repitiéndose como un latigazo. Gritos, risas, gemidos. Todo se mezclaba como una sinfonía de traición.
Emma retrocedió un paso, sin darse cuenta. Una tabla de madera crujió bajo su pie.
Iván abrió los ojos.
—¿Qué…?
Rosmery se giró lentamente.
Sus ojos se encontraron.
El tiempo se detuvo.
—Emma… —susurró Rosmery.
Emma no gritó. No lloró.
Solo los miró.
A los dos.
A Iván con su pecho agitado, a medio desnudar.
A Rosmery sobre él, aún con las piernas abiertas, sin pudor. A sus dos traidores, sin máscaras.Y luego giró sobre sus talones y salió, dejando la puerta abierta de par en par.
Bajó las escaleras sin sentir el cuerpo. La respiración se volvía más agitada con cada escalón.
Salió del edificio. La calle seguía mojada. La noche caía lentamente.Pero dentro de ella, ya no había luz.
El punto en el mapa no se movía.
La ubicación de Rosmery seguía fija: Apartamento de Iván.Emma no sabía si sentía más frío o rabia. El corazón le martillaba en las sienes mientras el Uber avanzaba lento entre las calles mojadas por una ligera lluvia que acababa de caer.
"Quizá no es lo que parece", pensó, abrazándose los brazos. Pero la intuición ya hablaba en voz alta.
La había sentido hace semanas. En los silencios de Iván. En los mensajes escuetos. En la forma en que Rosmery empezó a verla con una sonrisa más tensa. La risa exagerada, las miradas esquivas. Pero ella había decidido ignorarlo. Confiar.
El auto se detuvo. Emma bajó sin despedirse del conductor. Entró al edificio sin ser detenida: conocía la clave del portón. Las escaleras la recibieron como un túnel cerrado, húmedo, oscuro. Subió los escalones con la garganta cerrada. Cuarto piso. Apartamento 4B.
La puerta estaba entornada.
Por un segundo pensó en irse. Fingir que no había visto nada.
Pero la curiosidad ya era veneno.
Empujó la puerta muy despacio.
Adentro olía a incienso… y a sexo. El aire estaba cargado. Pesado.
Caminó hasta donde el pasillo se abría a la sala. La penumbra ayudaba a ocultarla.
Y entonces los vio.
Iván estaba en el sofá, recostado, con la cabeza echada hacia atrás.
Solo llevaba unos pantalones deportivos, a medio bajar. El torso desnudo, marcado. Rosmery estaba sobre él, completamente desnuda, de espaldas a Emma, cabalgándolo con movimientos lentos, profundos, como si disfrutara cada maldito segundo.—¿Te gusta así? —preguntó Rosmery entre jadeos, girando un poco el torso para mirarlo—. ¿Así de lento... o me quieres más puta hoy?
—Siempre te quiero puta —respondió Iván, jadeando—. No sabes cuánto lo necesitaba.
Emma sintió un nudo en el estómago. El mundo giraba más lento. El aire se volvió espeso.
—Mejor que Emma, ¿verdad? —insistió Rosmery, ahora sonriendo con malicia.
Iván soltó una risa áspera.
—Emma es una niña. Siempre con miedo. Todo le da vergüenza. Tú... tú me haces sentir hombre, Ros. Tú sabes coger. Tú sabes jugar.
Rosmery se inclinó hacia su pecho, lo lamió, lo mordió suave, y luego dijo:
—¿Cuánto más vas a aguantar el jueguito de novios?
—Hasta que la virgen decida abrir las piernas o yo me canse. Aunque con lo de anoche, ya casi lo dejo todo por ti —dijo él, agarrando con fuerza su trasero mientras la embestía desde abajo—. Esta semana ha sido lo mejor que me ha pasado. Eres fuego, maldita.
Emma no sentía sus manos. Las piernas le temblaban. No podía moverse.
Rosmery se incorporó y empezó a moverse más rápido. El ruido de sus cuerpos chocando era obsceno, repitiéndose como un latigazo. Gritos, risas, gemidos. Todo se mezclaba como una sinfonía de traición.
Emma retrocedió un paso, sin darse cuenta. Una tabla de madera crujió bajo su pie.
Iván abrió los ojos.
—¿Qué…?
Rosmery se giró lentamente.
Sus ojos se encontraron.
El tiempo se detuvo.
—Emma… —susurró Rosmery.
Emma no gritó. No lloró.
Solo los miró.
A los dos.
A Iván con su pecho agitado, a medio desnudar.
A Rosmery sobre él, aún con las piernas abiertas, sin pudor. A sus dos traidores, sin máscaras.Y luego giró sobre sus talones y salió, dejando la puerta abierta de par en par.
Bajó las escaleras sin sentir el cuerpo. La respiración se volvía más agitada con cada escalón.
Salió del edificio. La calle seguía mojada. La noche caía lentamente.Pero dentro de ella, ya no había luz.
Sus pasos eran torpes, inestables, como si las piernas ya no fueran suyas.
Caminó sin rumbo, sin abrigo, bajo el cielo gris que empezaba a llorar con ella.Las primeras gotas cayeron sobre su vestido, ligeras. Luego se convirtieron en una cortina persistente, fría, despiadada.
Pero Emma no se detuvo.
Caminó hasta la esquina, cruzó una calle sin mirar, y se apoyó en un poste de luz. Las manos le temblaban. El pecho se le hundía con cada respiración.
Su mundo se había desmoronado en cuestión de segundos.
Y entonces oyó su voz.
—¡Emma! ¡Emma, espera!
Giró el rostro. Iván venía corriendo desde la entrada del edificio, con la camisa a medio abotonar y el cabello húmedo por la lluvia. Se detuvo a pocos pasos de ella, jadeando.
—No es lo que parece… —empezó a decir, aunque ni él se creía esa frase trillada.
Emma lo miró con los ojos abiertos, vacíos. Su voz salió más rota que firme:
—¿Cuánto tiempo?
—¿Qué?
—¿Cuánto tiempo llevas cogiendo con mi amiga, Iván?
Él frunció el ceño. Parecía molesto, incluso ofendido por la pregunta.
—No te pongas dramática…
Emma parpadeó, confundida.
—¿Dramática?
—No estás hecha para esto, Emma. Siempre tan dulce, tan “perfecta”. Te aterra el sexo, te escapas cada vez que intento tocarte… —soltó una risa seca—. Y yo soy hombre. Tengo necesidades. No puedo pasarme la vida esperando a que decidas crecer.
Cada palabra fue una daga.
Emma sintió el calor subirle al rostro, pero esta vez no era vergüenza. Era rabia.
—Podías haberme dejado —susurró—. Podías haber terminado conmigo antes de abrirle las piernas a mi amiga. No tenías que mentirme.
Iván se encogió de hombros. La lluvia le caía por el rostro, pero no parecía afectarle.
—Rosmery al menos no me miraba como si fuera a romperse cada vez que la tocaba. Y cuando gime, no es por miedo. Es porque quiere más. Ella sabe lo que quiere.
Emma apretó los puños. El frío se le metía en los huesos, pero por dentro ardía.
—¿Y qué quieres tú, Iván? ¿Follar sin alma hasta que te aburras? ¿Eso es lo que valgo para ti?
Él dio un paso atrás, sonriendo con cinismo.
—Valías, Emma. Me cansé de esperar. Eres bonita, sí, pero no tienes fuego. Eres una muñeca cerrada con miedo a romperse. Y yo ya no juego con muñecas.
La bofetada no llegó. Emma lo pensó. Lo deseó.
Pero no.
Solo lo miró una última vez.
Y le dijo con una calma aterradora:
—Gracias.
Iván frunció el ceño.
—¿Gracias?
Emma levantó la barbilla, empapada, con los ojos brillando.
—Por mostrarme quién eres antes de que te diera todo.
Él se encogió de hombros, como si no le importara, y se giró para volver al edificio.
La dejó allí sola. En la lluvia. Rota. Libre.
Emma no lloró. No más.
El agua ya cubría todo su rostro. Era imposible distinguir lágrimas.
Se giró y caminó sin rumbo. Pero por dentro, algo comenzaba a transformarse.