Habían pasado ya varios días desde aquella escapada a la casa de playa. Entre risas, miradas furtivas y noches compartidas entre sábanas o conversaciones a media luz, la dinámica entre Emma y Damián había comenzado a transformarse. Lo que en un inicio fue un vínculo marcado por el deseo y lo prohibido, ahora se sentía más… humano. Más real.

Emma, aún sin entender del todo cómo funcionaban los lazos con los demonios, notaba que Damián había cambiado. Al principio, él era todo intensidad: dominante, provocador, siempre queriendo saciar un hambre casi ancestral que palpitaba en su cuerpo como fuego vivo. Pero ahora, aunque el deseo seguía allí —palpable en cada roce de manos o en la forma en que sus ojos la recorrían sin pudor—, también había algo más.

Se quedaba más tiempo por las mañanas, obse