—¿Y vas a comprarte un vestido? —preguntó Daniela con la emoción latente en la voz, mientras manejaba de regreso.
Emma negó suavemente, mirando por la ventana.
—Tengo algunos vestidos que podrían funcionar… no sé, tal vez alguno se vea bien.
Daniela la miró de reojo con una sonrisa pícara.
—¿Puedo pasar a tu casa para verlos? Quiero asegurarme de que vas a causar el impacto que mereces.
Emma rió entre dientes, sin poder evitar sentirse contagiada por el entusiasmo de su amiga.
—Está bien, pasa. Así me das tu opinión.
Un rato después llegaron al apartamento de Emma. La luz suave de la tarde entraba por las ventanas, dándole un ambiente acogedor al lugar. Emma se dirigió al armario de su habitación y comenzó a sacar cuidadosamente varios vestidos que había acumulado con