Salvatore tomó asiento en uno de los sillones cercanos, sin invadir el espacio de las chicas, y observó por unos segundos la lluvia azotando los ventanales con ritmo incesante. Luego, con una voz calmada y sin alterar la armonía del momento, les dirigió una pregunta simple:
—¿Viven muy lejos de aquí?
Daniela fue la primera en responder, después de intercambiar una rápida mirada con Emma.
—Aproximadamente a unos treinta minutos —dijo, tratando de sonar casual, aunque el sonido de un trueno a lo lejos la hizo dar un leve respingo.
Salvatore asintió lentamente, como considerando la distancia.
—Cuando la lluvia disminuya un poco, puedo llevarlas de regreso a casa. Es lo mínimo que puedo hacer después de haberlas hecho esperar bajo esta tormenta.
Daniela parpadeó sorprendida ante el ofrecimiento y, por un segundo, pareció dudar, pero