El apartamento de Clara, su hermana mayor, era una mezcla de misticismo y caos. Velas a medio consumir, cortinas de terciopelo morado, cristales colgando de las lámparas y el aroma persistente del sándalo llenaban el aire. Se había mudado hacía solo una semana y aún había cajas sin abrir.Clara le abrió la puerta en pijama, descalza y con una sonrisa suave, esa que solo una hermana sabe dar cuando ve que estás hecha pedazos.—Ay, Emma… —la abrazó sin hacer preguntas—. Pasá, mi amor, estás empapada.Emma se dejó caer en sus brazos como si fuera una niña otra vez. Temblaba. No sabía si era por el frío, la tristeza, o ambas cosas al mismo tiempo.La noche transcurrió en la cocina. Clara le preparó té con canela y la sentó envuelta en una manta. Emma no podía hablar al principio, pero finalmente, entre sorbos y respiraciones cortadas, murmuró:—Lo vi. A Iván. Con Rosmery. En su apartamento… en el sofá.Clara no dijo nada de inmediato. Solo tomó su mano y apretó fuerte.—Y pensar que me da
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