Emma sentía que el aire se había vuelto más denso, más eléctrico. Su cuerpo respondía con cada fibra a la cercanía de Damián, como si su piel supiera lo que estaba a punto de ocurrir antes que su mente pudiera comprenderlo.
Él la tomó por la cintura, alzándola con una facilidad que la hizo jadear. Su espalda tocó la pared y sintió el frío contraste con el calor abrumador que irradiaba de él. Damián se inclinó, sus labios rozando los de ella sin llegar a besarlos, apenas una provocación, una amenaza deliciosa.
—No te voy a dejar ir, Emma —susurró con un tono bajo, ronco—. Esta noche, sabrás lo que es pertenecerle a alguien por completo.
Los labios de Damián descendieron por su cuello con hambre contenida, marcándola con besos húmedos que la hicieron arquearse involuntariamente. Su camisa