Emma bajó del taxi con el corazón martillándole el pecho. Había pasado repitiéndose durante todo el camino al trabajo que lo del sueño no era real. Que su mente, herida y frágil, había buscado refugio en una fantasía retorcida. Pero al recordar el calor de sus labios, el roce de sus dedos… su cuerpo se encendía otra vez.
Y lo peor: había soñado con Damian Zevran. Su jefe.
Su jefe.
Entró a la galería con la cabeza gacha, saludando a sus compañeros sin detenerse mucho. Se obligó a concentrarse en el trabajo: revisar el inventario, ajustar las nuevas fichas de las obras, enviar correos. Pero cada paso, cada esquina del lugar, la hacía más consciente del ambiente.
¿Y si él se acercaba?
¿Y si la miraba de esa forma otra vez?Emma evitó la oficina principal todo lo posible. Caminaba con carpetas en mano, fingía que tenía que revisar cosas en el almacén, esquivaba las reuniones.
Pero su plan no funcionó por mucho tiempo.
—Emma. —La voz grave de Damian la detuvo al borde del pasillo. Su tono era suave, pero inconfundiblemente autoritario—. ¿Tienes un momento?
Ella tragó saliva. Su cuerpo reaccionó antes que su mente: se le erizó la piel de los brazos, el pulso se le aceleró. Pero forzó una sonrisa profesional.
—Claro… ¿en qué puedo ayudar?
—Necesito revisar contigo unos detalles del montaje de la exposición privada. Ven, será rápido. —Y sin esperar su respuesta, se giró y caminó hacia la sala de restauración.
Emma dudó. Sus piernas querían ir en dirección contraria, pero su cuerpo —ese traidor que la había humillado la noche anterior— la empujó a seguirlo.
La sala estaba silenciosa, con luz tenue y olor a pintura fresca. Damian cerró la puerta detrás de ellos.
Demasiado rápido.
—¿Qué necesitas revisar? —preguntó Emma, evitando su mirada.
Él no respondió al instante. Caminó hasta una mesa con planos, pero no se inclinó sobre ellos. La observaba. Con intensidad.
—Te he notado… distante hoy.
—He estado ocupada —mintió ella, recogiendo uno de los papeles sin leerlo realmente.
—¿Te incomoda algo?
Emma levantó la vista por reflejo… y ahí estaban sus ojos. Oscuros, intensos. Estaban demasiado cerca.
—No, para nada. Solo… estoy algo cansada.
Damian ladeó la cabeza, con una sonrisa apenas perceptible.
—¿Soñaste conmigo?
Emma sintió que se le helaba la sangre.
—¿Qué…? —intentó reír, pero le salió un sonido tenso—. ¿Por qué dices eso?
Él dio un paso hacia ella. Solo uno. Pero bastó para que sintiera su presencia demasiado cerca. Su perfume, su calor, su autoridad.
—Porque no puedes sostenerme la mirada —murmuró él, con una calma peligrosa—. Porque te sonrojas cuando hablo. Porque estás respirando como si ya supieras lo que pasa cuando estamos solos.
Ella dio un paso atrás… pero la mesa detuvo su escape.
—Fue solo un sueño… —susurró sin pensar.
Damian sonrió.
—Así que sí soñaste conmigo.
Emma apretó los labios. Sus mejillas ardían.
—Esto es inapropiado…
—¿Inapropiado porque soy tu jefe… o porque te gustó?
Él apoyó una mano en la mesa, justo al lado de su cadera. No la tocaba. Pero su cercanía quemaba.
Emma cerró los ojos un segundo, intentando recobrar el control de su respiración.
—No sé qué estás haciendo, pero…
—Estoy siendo claro —la interrumpió, su voz más baja, más grave—. No suelo esperar por lo que quiero, Emma. Y tú… tú me estás tentando más de lo que deberías.
Ella lo miró, por fin, directo a los ojos. Había deseo en su mirada, sí. Pero también poder. Algo oscuro. Algo que no entendía… pero que deseaba explorar.
Damian no la besó. No la tocó. Solo se inclinó cerca de su oído y susurró:
—Cuando estés lista para dejar de mentirte… yo estaré aquí.
Y sabré exactamente qué hacer contigo.Se alejó sin más y salió de la sala, dejándola temblando, con las piernas flojas y el corazón acelerado como si acabara de correr una maratón desnuda.
Emma se dejó caer lentamente sobre la silla más cercana.
¿Qué demonios acaba de pasar?Emma salió de la galería casi corriendo, con el corazón desbocado. No podía dejar de escuchar sus palabras:
“¿Soñaste conmigo?”
“Yo estaré aquí. Y sabré exactamente qué hacer contigo.”
¿Cómo lo sabía?
¿Cómo podía saberlo con esa certeza tan maldita, tan carnal, tan exacta?Subió las escaleras de la galería, entro a su oficina y cerró la puerta como si escapara de un incendio. Dejó el bolso caer, se quitó los tacones y se sentó en si silla.
Y entonces, el recuerdo del libro vino a su mente.
El sueño.
La voz. El tacto. El libro que apareció solo en su cama. Y ahora, Damian… diciendo esas cosas.Emma se incorporo lentamente, la duda no la dejaba en paz, encendió la computadora de su escritorio y decidió averiguar algo del tema por internet.
“Los íncubos se manifiestan en los sueños como amantes perfectos. Pueden adoptar forma humana, moverse entre los vivos, manipular emociones, provocar deseo irracional. Usualmente regresan por la misma alma a la que han tocado.”
Sus labios murmuraron las palabras en voz baja. Un escalofrío le recorrió la columna.
¿Damian es un íncubo…? ¿Un demonio…?
Se sintió estúpida por pensarlo… pero no podía ignorar los detalles. Nadie podía entrar tan fácil a sus sueños. Nadie hablaba como él. Nadie provocaba eso en ella.
Nadie.Marcó el número de su hermana. Dudó un momento, pero finalmente apretó llamar.
—¿Hola, Em? —contestó ella con voz suave.
—Sí… hola. Tengo una pregunta algo extraña —dijo Emma, con la voz más casual que pudo fingir—. Tú sabes cosas de magia, ¿no? Cosas raras… libros oscuros…
—¿"Cosas raras"? Gracias por el halago —se rió su hermana—. ¿Qué quieres saber?
Emma tragó saliva.
—Si alguien, por pura curiosidad, leyera una invocación para llamar a un íncubo… ¿podría pasar algo real?
El silencio al otro lado de la línea fue breve, pero pesado.
—Depende. Si el libro es auténtico y la persona cree, aunque sea un poco, sí. No siempre pasa enseguida… pero si hay deseo, si hay conexión energética… puede abrirse una puerta.
—¿Y cómo actúan? ¿Los íncubos?
—Se sienten reales. Se manifiestan en sueños, te tocan, te provocan. A veces hasta se hacen pasar por personas que conoces… o se presentan en carne y hueso si logran cruzar del todo. Pero son seductores, obsesivos. No se van fácil. Una vez que te marcan… bueno… —hubo un silencio denso—. Te persiguen.
Emma cerró los ojos un momento.
—¿Te persiguen?
—Sí. No en plan película de terror, pero… sienten que les perteneces. Quieren seguir probándote. Tentándote. Y si ya han estado contigo… regresan. Siempre.
Emma intentó que su voz sonara normal.
—Solo… tenía curiosidad. He leído cosas raras últimamente.
—Emma… ¿estás bien?
—Sí, sí. Solo eso. Gracias.
—Cuidado con lo que tocas —murmuró su hermana justo antes de colgar—. Hay cosas que no puedes desinvocar tan fácil.
Emma se quedó con el celular en la mano, los pensamientos revoloteando como pájaros atrapados en su cráneo. Se levantó de su silla y fue hasta la ventana de la oficina… y entonces lo vio.
Desde el otro extremo del pasillo, apoyado despreocupadamente contra una pared, Damian Zevran la estaba observando.
Vestía un traje oscuro, camisa abierta en el cuello. Las manos en los bolsillos. La postura relajada.
Y esa sonrisa.Esa maldita sonrisa.
Una sonrisa que no era amable. Era la de alguien que sabía exactamente lo que había hecho.
Y lo que iba a hacerle.Emma dio un paso atrás, el corazón golpeándole las costillas. Sus manos temblaban. Pero no sabía si del miedo… o de la anticipación.
[…]
Al final del día, Emma salió de la galería con paso rápido, la cabeza aún dándole vueltas.
Sabía demasiado.Damian sabía demasiado. Y todo lo que su hermana le dijo solo confirmó lo que, en el fondo, ya sospechaba.Pero se obligó a calmarse.
¿Qué iba a hacer? No podía huir. No podía devolver el conjuro.Ella lo llamó.Suspiró. El aire de la noche era tibio, húmedo… como si el mundo mismo estuviera conteniendo el aliento. Cruzó la calle mientras revisaba su celular, cuando una voz masculina conocida, áspera, la sobresaltó.
—Emma…
Alzó la mirada.
Iván. Apoyado contra la pared del edificio vecino, el rostro demacrado, ojeroso. Y claramente ebrio.—Iván… ¿qué haces aquí?
Él se acercó tambaleándose un poco, con una sonrisa triste y la mirada vidriosa.
—Tenía que verte. Por favor, escúchame.
Emma apretó la correa de su bolso y retrocedió un paso.
—No hay nada que decir.
—¡Claro que sí! ¡Yo… yo cometí un error! —balbuceó, intentando sonar convincente—. Fue un momento… no significó nada, Emma. ¡Ella me buscó! Yo estaba confundido. ¡Pero a quien amo es a ti!
Ella lo miró con incredulidad, con una mezcla de asco y rabia quemándole el pecho.
—¿Me estás diciendo que coger con mi amiga por dos meses fue “estar confundido”? ¿Eso me tengo que tragar?
Iván se acercó más. Demasiado.
—Estoy diciendo que no puedo perderte —dijo con voz áspera, agarrándola del brazo con más fuerza de la necesaria.
Emma intentó soltarse, el miedo asomándose tras su enojo.
—Iván, suéltame.
—¡No! ¡Escúchame! Yo sé que aún me quieres. No puedes decirme que no te hizo falta mi cuerpo, mi boca. Sabes lo que teníamos…
—¡Suéltame ya!
Y entonces, una presencia irrumpió como una sombra que se apodera de la luz.
Una figura alta, imponente, vestida de negro.
Damian.—Creo que ella fue clara —dijo, con una voz tan serena que daba miedo.
Iván giró, tambaleante, aún sin soltarla. Su expresión pasó de arrogancia a duda, y luego a una chispa de miedo apenas contenida.
—¿Y tú quién…?
No pudo terminar.
Damian lo miró. Solo lo miró.
Y fue como si algo invisible empujara a Iván hacia atrás.El agarre se soltó. Emma respiró aliviada.
—Te vas a ir ahora —dijo Damian, acercándose un paso más. No alzó la voz. No lo necesitaba. Su presencia pesaba como plomo—. Antes de que ella se arrepienta de no haberte denunciado.
Iván retrocedió, como si algo primitivo en su interior hubiera reconocido que ese hombre no era normal. No era seguro.
Ni humano.—Estás… loco. —balbuceó, más para convencerse que para atacar.
Damian sonrió, de lado.
Una sonrisa sin humor. Una sonrisa de depredador.—Te sorprendería.
Iván balbuceó una maldición, dio media vuelta y se alejó, tropezando en el bordillo.
Emma aún temblaba. Damian la miró con una calma peligrosa, pero su tono cambió al acercarse a ella.
—¿Te hizo daño?
Ella negó, apenas audible.
—No… estoy bien.
Damian alzó una mano, apenas rozó su barbilla, obligándola a mirarlo.
—No vuelvas a permitir que algo tan patético te toque.
El corazón de Emma latió con fuerza. No solo por las palabras.
Sino por cómo las dijo.Dueño. Como si tuviera derecho sobre ella.
Y en el fondo de sus pensamientos… algo oscuro susurraba que, tal vez, sí lo tenía.
La lluvia comenzaba a arremeter a caer lentamente, salpicando las aceras y formando charcos que reflejaban las luces de la ciudad. Emma cruzó los brazos sobre su pecho, aún temblando, con la garganta cerrada y la piel erizada. Damian seguía frente a ella, tan imponente como minutos atrás, pero ahora… más cerca. Demasiado cerca.
—Déjame llevarte a casa —dijo con suavidad, como si fuera lo más natural del mundo—. No deberías estar sola después de esto.
Emma tragó saliva. Sus ojos lo estudiaron, buscando algo que no podía nombrar.
Era hermoso. Perfecto. Pero… había algo más. Algo que le helaba los huesos.—No, está bien. —intentó sonreír, aunque le temblaban los labios—. Puedo pedir un taxi.
Damian inclinó la cabeza, observándola. No había insistencia grosera en su tono, pero su mirada…
su mirada era fuego contenido.—No me costaría nada —murmuró—. De hecho, me sentiría más tranquilo si te llevara yo.
Emma bajó la vista. Sentía que si lo miraba un segundo más, se perdería.
Ese hombre no solo era su jefe.Él estaba en sus sueños.Y ahora… ahora no sabía si ese deseo lo había imaginado o si él mismo lo había puesto ahí.
—En serio, Damian. Estoy bien. Gracias… pero no es necesario.
Un breve silencio.
Entonces él asintió. Solo eso.
Pero algo cambió en su rostro. Una especie de reconocimiento… como si entendiera perfectamente que ella ya comenzaba a temerle.—Como quieras, Emma —respondió finalmente. Su voz era más grave, más lenta—. Pero si vuelves a necesitarme… sabes que vendré.
Emma sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Damian retrocedió un paso, y se giró, caminando hacia la oscuridad de la calle mojada. No sacó paraguas. No parecía molestarle la lluvia.
No parecía pertenecer a este mundo.Emma lo observó hasta que su figura desapareció en la sombra.
Solo entonces se atrevió a respirar hondo.
Apoyó una mano sobre su pecho, como si pudiera calmar lo que sentía adentro.¿Qué es él?
¿Y por qué, a pesar de todo el miedo, su cuerpo ardía con solo oír su nombre?[…]
Emma cerró la puerta de su apartamento detrás de ella con un suspiro largo y pesado. El sonido del cerrojo girando fue como un susurro de seguridad… pero nada dentro de ella se sentía seguro.
Se quitó el abrigo empapado, lo colgó lentamente en el perchero y caminó hacia la sala en penumbra. El silencio era total, salvo por el golpeteo suave de la lluvia contra las ventanas.
Dejó su bolso sobre el sofá. Quería desconectarse, olvidarse de todo. Pero mientras caminaba hacia su habitación, su celular vibró débilmente. Dudó unos segundos, luego lo tomó.
Una notificación de grupo apareció.
💬 GRUPO: “Las 4 Mosqueteras”
Un nudo se formó en su estómago. Hacía días que no entraba. Desde aquella noche… desde la traición.
Apretó los labios y abrió el chat. Lo primero que vio fue el nuevo nombre del grupo:“Nosotras 3”
Emma frunció el ceño, sorprendida. Y al deslizar hacia arriba, lo entendió todo.
—Dani: “No puedo creer que haya sido capaz de hacerte eso, Em.”
—Thania: “¡Por Dios! ¡Ella era TU amiga! ¿Cómo te hace algo así?” —Dani: “Te lo juro, en cuanto lo supe se lo dije a Thania. No lo sabíamos, Emma, de verdad.” —Thania: “Rosmery está fuera del grupo. No queremos cerca a alguien que traiciona así.”Emma bajó el celular.
Un torrente de emociones cruzó su pecho: alivio, tristeza, gratitud… dolor.Volvió a mirar la pantalla. Había mensajes sin leer, decenas de ellos. Fotos, stickers, memes de consuelo. Un mar de palabras de apoyo, emojis de corazones y lágrimas.
Y llamadas perdidas.
De ambas. Desde hace días.Volvió al chat, conmovida. Tecleó despacio, como si cada palabra sanara un poco de esa herida abierta:
Emma: “Chicas… gracias. No sé qué haría sin ustedes. Perdón si no había contestado, he estado… tratando de respirar.”
Emma: “Las quiero mucho. Y gracias por no irse también ustedes.”La respuesta fue inmediata:
—Thania: “¡Nosotras jamás, Emma!”
—Dani: “Te amamos, tonta. Y estamos aquí. Cuando quieras hablar, llorar, gritar… estamos.” —Thania: “Y no estás sola. Que no se te olvide.”Emma sonrió con ternura.
Sintió cómo las lágrimas le ardían en los ojos, pero no eran de tristeza. No completamente.Apoyó el celular sobre su pecho y se dejó caer en el sofá. Cerró los ojos por un momento.
A pesar de todo, no estaba rota.
Tenía amigas que la querían, una hermana que la cuidaba. Y aunque el mundo se le estuviera desmoronando… algo dentro de ella comenzaba a reconstruirse.[…]
El apartamento estaba en calma.
Emma terminó de guardar su celular, apagó las luces de la sala y caminó lentamente hacia su habitación. No se sentía con hambre, ni ganas de hacer nada más. Solo quería recostarse, descansar, dejar que el mundo se detuviera por unas horas.
Encendió la luz tenue de su mesita de noche y se sentó al borde de la cama. Dejó escapar un suspiro. Había sido demasiado: Iván, Rosmery, Damian…
El peso de todo apenas comenzaba a caerle encima.Se desnudó lentamente, dejando su ropa caer al suelo sin prestarle mucha atención. Acarició con la yema de los dedos una vieja camiseta de algodón que le llegaba al muslo y que solía usar para dormir. Era suave, cómoda, segura.
Justo lo que necesitaba.Se metió entre las sábanas, acomodando la cabeza en la almohada, mirando al techo. Por un instante creyó que no podría dormir. Pero pronto, el calor de las cobijas, el tenue zumbido de la lluvia afuera y el agotamiento emocional la envolvieron.
Cerró los ojos.
Se rindió....
03:17 a.m.
Emma despertó de golpe.
No sabía por qué.
El cuarto estaba en silencio. La lámpara apagada. Solo la luz pálida de la luna colándose por la ventana. No había ruidos extraños… pero sentía algo.
Una especie de presión en el pecho. Una incomodidad apenas perceptible… como si alguien estuviera ahí.Se incorporó ligeramente en la cama, sin atreverse a encender la luz. Miró a su alrededor.
Nada.
Todo estaba igual.
Pero entonces, cuando se giró para acomodarse de nuevo, lo vio.
Sobre la mesita de noche.
El libro.
El libro de invocaciones.
Abierto.
Emma se congeló.
Ella lo había dejado en la estantería, cerrado, antes de irse a dormir. Recordaba perfectamente haberlo ignorado, fingiendo que no existía.
Y ahora estaba ahí. Abierto.Como si alguien hubiera estado leyéndolo.Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se estiró con cautela y lo tomó. Las páginas estaban detenidas justo donde comenzaba el capítulo sobre la conexión física con un íncubo: “El primer acercamiento suele darse en sueños. El cuerpo es visitado, explorado, marcado…”
Emma cerró el libro de golpe y lo dejó a un lado, apretando los labios.
—No… no voy a dejar que mi imaginación me gane —susurró, tratando de sonar convencida.
Se recostó de nuevo, abrazándose a sí misma.
Pero incluso mientras cerraba los ojos, mientras intentaba conciliar el sueño…
la sensación no desapareció.Sentía un cosquilleo en la piel.
Una especie de caricia invisible sobre su cuello, bajando lentamente por su clavícula. No era real. No podía ser real.Y, sin embargo…
Su cuerpo comenzaba a reaccionar como si alguien sí estuviera allí.Como si él la estuviera observando.