Luca
El sabor metálico de la sangre inundó mi boca mientras intentaba mantenerme consciente. La lluvia caía implacable sobre mi rostro, mezclándose con el rojo que manaba de mi ceja partida. Tres hombres me habían emboscado en el callejón trasero del restaurante donde acababa de reunirme con uno de nuestros proveedores. Estúpido. Bajé la guardia.
—Luca Ricci, el perro guardián de los Moretti —escupió uno de ellos, acercándose con una navaja que brillaba bajo la tenue luz de la farola—. O debería decir, el perro faldero de la princesita.
Intenté incorporarme, pero una patada en las costillas me devolvió al suelo mojado. El dolor me atravesó como un relámpago, pero no les daría la satisfacción de escucharme gritar.
—¿Quién te envía? —logré articular, evaluando mis opciones. Mi arma había caído a unos metros, demasiado lejos para alcanzarla.
Una risa familiar emergió de las sombras. Conocía esa risa. La había escuchado durante años en las reuniones con Don Moretti.
—El tiempo no ha sido