Guerra de sombras

Guerra de sombrasES

Hombre lobo
Última actualización: 2025-05-29
Paula Gallagher  Recién actualizado
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Resumen
Índice

Piper pensaba que lo más complicado de su vida era mantener balanceados los libros contables. Pero cuando hereda el liderazgo de una facción secreta tras la muerte de su padrastro, descubre que Nueva Orleans esconde un mundo donde vampiros, hombres lobo y brujas han coexistido en las sombras durante décadas. Ahora debe navegar una guerra sobrenatural mientras lucha contra su creciente atracción hacia Logan, el peligrosamente atractivo alfa de los hombres lobo locales. Pero cuando Piper descubre que heredó más que responsabilidades —que posee un poder ancestral capaz de ver y romper las conexiones que unen a las personas— se da cuenta de que es la única que puede detener a Sebastián Montclair, un vampiro centenario que ha estado tejiendo una red de control mental sobre toda la ciudad.

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Capítulo 1

1. La noticia sobre Harold

El problema con los números es que nunca mienten. Las personas, en cambio, lo hacen constantemente.

Revisé el estado financiero de Morrison Industries por tercera vez, buscando la discrepancia que sabía que estaba ahí. Los números no cuadraban, y cuando los números no cuadran, alguien está mintiendo. Siempre. En mis seis años como contadora pública certificada, esa regla nunca había fallado.

Mi oficina en el decimoquinto piso tenía una vista perfecta del río Mississippi, que en este momento se veía color café con leche bajo el sol de agosto de Nueva Orleans. Aire acondicionado funcionando a máxima potencia, café frío de hace tres horas, y la satisfacción de encontrar exactamente dónde Morrison había estado "redondeando" sus gastos operativos.

Cincuenta y dos mil dólares. Esa era la cantidad que no aparecía en ningún lado.

—¿Piper? —David Chen asomó la cabeza por mi puerta—. ¿Quieres almorzar? Hay un lugar nuevo en Magazine Street que—

—Estoy ocupada —le dije sin levantar la vista de mi monitor—. Gracias.

—Vamos, llevas tres horas ahí. Hasta las máquinas necesitan combustible.

Lo miré por fin. David era buen tipo: treinta y pocos años, siempre bien vestido, la clase de persona que recordaba los cumpleaños de todo el mundo y traía donuts los viernes. También era la tercera vez esta semana que me invitaba a almorzar, y yo sabía exactamente hacia dónde iba esto.

—En serio, David. Estoy bien.

—¿Cuándo fue la última vez que saliste de esta oficina para algo que no fuera trabajo?

Pensé por un segundo.

—El domingo pasado. Fui al supermercado.

—Eso no cuenta como vida social.

—Para mí sí.

David suspiró y se recargó contra el marco de la puerta.

—Algún día vas a tener que salir de esa burbuja, Piper. El mundo real está lleno de gente interesante.

—El mundo real está lleno de gente que miente en sus declaraciones de impuestos —repliqué, señalando mi pantalla—. Prefiero los números. Son honestos.

—Está bien, está bien. Pero la oferta sigue en pie.

Cuando se fue, me quedé mirando la puerta cerrada. David era atractivo, inteligente, tenía buen trabajo. En papel, era exactamente el tipo de hombre con el que debería estar saliendo. El problema era esa sensación extraña que me daba cada vez que hablaba conmigo, como si hubiera algo que no encajaba del todo. Como cuando revisas un balance general y algo está mal, pero no puedes identificar exactamente qué.

Toda mi vida había tenido esas intuiciones raras. Mi padrastro Harold las llamaba "corazonadas de mujer", pero para mí se sentían más específicas que eso. Como si pudiera ver cuando alguien no estaba siendo completamente honesto, aunque no supiera exactamente en qué mentían.

Con David, la sensación me decía que sus invitaciones no eran tan casuales como pretendía. No que fuera malo o peligroso, solo que había agenda detrás de su sonrisa amistosa.

Volví a concentrarme en los números de Morrison. Los números no tenían agenda secreta. Los números no pretendían ser una cosa cuando en realidad eran otra. Los números simplemente... eran.

Mi teléfono sonó justo cuando estaba terminando con Morrison.

—Piper Thomas.

—¿Señorita Thomas? Habla Marcus Webb, de Webb & Associates. Soy abogado de Harold Thomas.

Me enderecé en mi silla. Nadie me había llamado sobre Harold en... ¿cuántos años? ¿Ocho? No habíamos hablado desde mi cumpleaños número veinte, cuando me fui de su casa después de una discusión que ninguno de los dos quiso resolver.

—¿Qué necesita, señor Webb?

—Me temo que tengo noticias difíciles. Harold falleció el domingo pasado.

La información tardó un segundo en procesarse. Harold estaba muerto. Mi padrastro, la única familia que tenía en el mundo, había muerto y nadie me había avisado hasta ahora.

Mis dedos apretaron el teléfono.

—¿Cómo?

—Ataque cardíaco. Muy repentino. Lo siento mucho.

Esperé. Miré por la ventana hacia el río, esperé a que llegara algo. Dolor, tristeza, hasta alivio. Nada. Solo ese vacío extraño, como cuando cancelas planes que no querías hacer en primer lugar y no sabes si sentirte culpable o aliviada.

—¿Cuándo es el funeral?

—Mañana a las dos. Cementerio de Lafayette. Pero señorita Thomas, hay algo más. La nombró como su heredera universal.

Eso sí me sorprendió. —¿En serio? ¿Por qué?

—Tendríamos que reunirnos para discutir los detalles. ¿Podría venir a mi oficina después del funeral?

—Supongo que sí.

Cuando colgué, me quedé sentada mirando mi escritorio perfectamente organizado. Mis bolígrafos en su pequeño vaso, la calculadora alineada con el borde del monitor, todo en su lugar exacto. Harold Thomas había sido muchas cosas: distante, secreto, a veces francamente raro. Pero había sido lo más cercano a un padre que había tenido. Me había criado después de que mi madre muriera en un accidente automovilístico cuando yo tenía dos años. Me había dado su apellido, pagado mi universidad, y nunca me había hecho sentir como una carga.

También se había vuelto cada vez más extraño conforme pasaron los años. Hablaba de "responsabilidades" que yo no entendía y de gente que "dependía" de decisiones que él tomaba. Cuando le preguntaba detalles, cambiaba de tema o me decía que ya lo entendería cuando fuera mayor.

A los veinte, decidí que no quería entender. Me mudé, conseguí trabajo, construí mi propia vida perfectamente organizada y predecible. Harold intentó contactarme algunas veces, pero yo estaba demasiado ocupada construyendo mi burbuja como para lidiar con sus misterios.

Ahora estaba muerto, y aparentemente me había dejado sus misterios en herencia.

Genial.

Mi apartamento en el Garden District era exactamente como me gustaba: pequeño, limpio, funcional. Dos habitaciones, cocina que usaba principalmente para calentar comida del trabajo, y una sala con un sofá cómodo donde podía leer o ver N*****x sin que nadie me molestara.

Era mi santuario personal. Un lugar donde todo tenía su lugar y nada cambiaba a menos que yo quisiera que cambiara.

Estaba calentando sobras de pad thai cuando sonó el teléfono otra vez.

—¿Diga?

—Señorita Thomas, soy Marcus Webb otra vez. Disculpe que la moleste en casa, pero hay algo más que debo decirle sobre la herencia de Harold.

Me senté en el sofá con mi cena. —¿Qué cosa?

—Es... complicado. Harold tenía ciertas responsabilidades. Compromisos que ahora... bueno, que técnicamente le corresponden a usted.

—¿Qué tipo de responsabilidades?

Una pausa larga. Pude escuchar que Marcus estaba bebiendo algo.

—Es mejor que hablemos en persona. Hay documentos que necesita ver, personas que necesita conocer.

La picazón familiar empezó en la base de mi cuello. Esa sensación que siempre tenía cuando alguien no me estaba diciendo toda la verdad, pero amplificada. Marcus Webb no solo estaba siendo evasivo: estaba nervioso. Su voz temblaba ligeramente al final de cada frase.

—Señor Webb, si Harold tenía deudas o problemas legales, necesito saberlo ahora.

—No son problemas legales exactamente. Son... compromisos comunitarios.

—¿Como ser presidente de la asociación de vecinos?

Una pausa aún más larga. —Algo así.

Mentira. Completamente mentira. Lo que fuera que Harold había estado haciendo, no tenía nada que ver con asociaciones de vecinos.

—Mire, señor Webb, hoy ha sido un día largo. ¿Podemos hablar de esto mañana después del funeral?

—Por supuesto. Solo... señorita Thomas, es importante que venga. Hay gente que la está esperando.

Cuando colgué, me quedé mirando mi pad thai tibio. Harold llevaba muerto una semana y yo estaba descubriendo que tenía una vida secreta lo suficientemente complicada como para necesitar abogado. Y ahora, aparentemente, había gente que me estaba "esperando" para algo.

Mi vida perfectamente organizada empezaba a sentirse mucho menos segura.

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10 chapters
1. La noticia sobre Harold
2. Un funeral y una conversación extraña
3. Primera toma de contacto
4. Cuidado con Sebastián
5. Un intento de huida
6. Conociendo al equipo
7. Los secuaces de Sebastián vinieron a por mí
8. ATAQUE MASIVO
9. Empezar una guerra
10. Alannah
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