Piper pensaba que lo más complicado de su vida era mantener balanceados los libros contables. Pero cuando hereda el liderazgo de una facción secreta tras la muerte de su padrastro, descubre que Nueva Orleans esconde un mundo donde vampiros, hombres lobo y brujas han coexistido en las sombras durante décadas. Ahora debe navegar una guerra sobrenatural mientras lucha contra su creciente atracción hacia Logan, el peligrosamente atractivo alfa de los hombres lobo locales. Pero cuando Piper descubre que heredó más que responsabilidades —que posee un poder ancestral capaz de ver y romper las conexiones que unen a las personas— se da cuenta de que es la única que puede detener a Sebastián Montclair, un vampiro centenario que ha estado tejiendo una red de control mental sobre toda la ciudad.
Leer másEl problema con los números es que nunca mienten. Las personas, en cambio, lo hacen constantemente.
Revisé el estado financiero de Morrison Industries por tercera vez, buscando la discrepancia que sabía que estaba ahí. Los números no cuadraban, y cuando los números no cuadran, alguien está mintiendo. Siempre. En mis seis años como contadora pública certificada, esa regla nunca había fallado. Mi oficina en el decimoquinto piso tenía una vista perfecta del río Mississippi, que en este momento se veía color café con leche bajo el sol de agosto de Nueva Orleans. Aire acondicionado funcionando a máxima potencia, café frío de hace tres horas, y la satisfacción de encontrar exactamente dónde Morrison había estado "redondeando" sus gastos operativos. Cincuenta y dos mil dólares. Esa era la cantidad que no aparecía en ningún lado. —¿Piper? —David Chen asomó la cabeza por mi puerta—. ¿Quieres almorzar? Hay un lugar nuevo en Magazine Street que— —Estoy ocupada —le dije sin levantar la vista de mi monitor—. Gracias. —Vamos, llevas tres horas ahí. Hasta las máquinas necesitan combustible. Lo miré por fin. David era buen tipo: treinta y pocos años, siempre bien vestido, la clase de persona que recordaba los cumpleaños de todo el mundo y traía donuts los viernes. También era la tercera vez esta semana que me invitaba a almorzar, y yo sabía exactamente hacia dónde iba esto. —En serio, David. Estoy bien. —¿Cuándo fue la última vez que saliste de esta oficina para algo que no fuera trabajo? Pensé por un segundo. —El domingo pasado. Fui al supermercado. —Eso no cuenta como vida social. —Para mí sí. David suspiró y se recargó contra el marco de la puerta. —Algún día vas a tener que salir de esa burbuja, Piper. El mundo real está lleno de gente interesante. —El mundo real está lleno de gente que miente en sus declaraciones de impuestos —repliqué, señalando mi pantalla—. Prefiero los números. Son honestos. —Está bien, está bien. Pero la oferta sigue en pie. Cuando se fue, me quedé mirando la puerta cerrada. David era atractivo, inteligente, tenía buen trabajo. En papel, era exactamente el tipo de hombre con el que debería estar saliendo. El problema era esa sensación extraña que me daba cada vez que hablaba conmigo, como si hubiera algo que no encajaba del todo. Como cuando revisas un balance general y algo está mal, pero no puedes identificar exactamente qué. Toda mi vida había tenido esas intuiciones raras. Mi padrastro Harold las llamaba "corazonadas de mujer", pero para mí se sentían más específicas que eso. Como si pudiera ver cuando alguien no estaba siendo completamente honesto, aunque no supiera exactamente en qué mentían. Con David, la sensación me decía que sus invitaciones no eran tan casuales como pretendía. No que fuera malo o peligroso, solo que había agenda detrás de su sonrisa amistosa. Volví a concentrarme en los números de Morrison. Los números no tenían agenda secreta. Los números no pretendían ser una cosa cuando en realidad eran otra. Los números simplemente... eran. Mi teléfono sonó justo cuando estaba terminando con Morrison. —Piper Thomas. —¿Señorita Thomas? Habla Marcus Webb, de Webb & Associates. Soy abogado de Harold Thomas. Me enderecé en mi silla. Nadie me había llamado sobre Harold en... ¿cuántos años? ¿Ocho? No habíamos hablado desde mi cumpleaños número veinte, cuando me fui de su casa después de una discusión que ninguno de los dos quiso resolver. —¿Qué necesita, señor Webb? —Me temo que tengo noticias difíciles. Harold falleció el domingo pasado. La información tardó un segundo en procesarse. Harold estaba muerto. Mi padrastro, la única familia que tenía en el mundo, había muerto y nadie me había avisado hasta ahora. Mis dedos apretaron el teléfono. —¿Cómo? —Ataque cardíaco. Muy repentino. Lo siento mucho. Esperé. Miré por la ventana hacia el río, esperé a que llegara algo. Dolor, tristeza, hasta alivio. Nada. Solo ese vacío extraño, como cuando cancelas planes que no querías hacer en primer lugar y no sabes si sentirte culpable o aliviada. —¿Cuándo es el funeral? —Mañana a las dos. Cementerio de Lafayette. Pero señorita Thomas, hay algo más. La nombró como su heredera universal. Eso sí me sorprendió. —¿En serio? ¿Por qué? —Tendríamos que reunirnos para discutir los detalles. ¿Podría venir a mi oficina después del funeral? —Supongo que sí. Cuando colgué, me quedé sentada mirando mi escritorio perfectamente organizado. Mis bolígrafos en su pequeño vaso, la calculadora alineada con el borde del monitor, todo en su lugar exacto. Harold Thomas había sido muchas cosas: distante, secreto, a veces francamente raro. Pero había sido lo más cercano a un padre que había tenido. Me había criado después de que mi madre muriera en un accidente automovilístico cuando yo tenía dos años. Me había dado su apellido, pagado mi universidad, y nunca me había hecho sentir como una carga. También se había vuelto cada vez más extraño conforme pasaron los años. Hablaba de "responsabilidades" que yo no entendía y de gente que "dependía" de decisiones que él tomaba. Cuando le preguntaba detalles, cambiaba de tema o me decía que ya lo entendería cuando fuera mayor. A los veinte, decidí que no quería entender. Me mudé, conseguí trabajo, construí mi propia vida perfectamente organizada y predecible. Harold intentó contactarme algunas veces, pero yo estaba demasiado ocupada construyendo mi burbuja como para lidiar con sus misterios. Ahora estaba muerto, y aparentemente me había dejado sus misterios en herencia. Genial. Mi apartamento en el Garden District era exactamente como me gustaba: pequeño, limpio, funcional. Dos habitaciones, cocina que usaba principalmente para calentar comida del trabajo, y una sala con un sofá cómodo donde podía leer o ver N*****x sin que nadie me molestara. Era mi santuario personal. Un lugar donde todo tenía su lugar y nada cambiaba a menos que yo quisiera que cambiara. Estaba calentando sobras de pad thai cuando sonó el teléfono otra vez. —¿Diga? —Señorita Thomas, soy Marcus Webb otra vez. Disculpe que la moleste en casa, pero hay algo más que debo decirle sobre la herencia de Harold. Me senté en el sofá con mi cena. —¿Qué cosa? —Es... complicado. Harold tenía ciertas responsabilidades. Compromisos que ahora... bueno, que técnicamente le corresponden a usted. —¿Qué tipo de responsabilidades? Una pausa larga. Pude escuchar que Marcus estaba bebiendo algo. —Es mejor que hablemos en persona. Hay documentos que necesita ver, personas que necesita conocer. La picazón familiar empezó en la base de mi cuello. Esa sensación que siempre tenía cuando alguien no me estaba diciendo toda la verdad, pero amplificada. Marcus Webb no solo estaba siendo evasivo: estaba nervioso. Su voz temblaba ligeramente al final de cada frase. —Señor Webb, si Harold tenía deudas o problemas legales, necesito saberlo ahora. —No son problemas legales exactamente. Son... compromisos comunitarios. —¿Como ser presidente de la asociación de vecinos? Una pausa aún más larga. —Algo así. Mentira. Completamente mentira. Lo que fuera que Harold había estado haciendo, no tenía nada que ver con asociaciones de vecinos. —Mire, señor Webb, hoy ha sido un día largo. ¿Podemos hablar de esto mañana después del funeral? —Por supuesto. Solo... señorita Thomas, es importante que venga. Hay gente que la está esperando. Cuando colgué, me quedé mirando mi pad thai tibio. Harold llevaba muerto una semana y yo estaba descubriendo que tenía una vida secreta lo suficientemente complicada como para necesitar abogado. Y ahora, aparentemente, había gente que me estaba "esperando" para algo. Mi vida perfectamente organizada empezaba a sentirse mucho menos segura.El día después de la masacre del teatro, Nueva Orleans despertó a una ciudad diferente.Las noticias reportaron "tragedia masiva causada por colapso estructural y escape de gas tóxico" en el Teatro Saenger. Los periódicos hablaron de "una de las peores tragedias en la historia moderna de la ciudad". Los canales de televisión trajeron expertos en seguridad estructural para explicar cómo algo así podría haber pasado.Nadie mencionó vampiros. Nadie habló de ataques coordinados. Los testigos oculares que describían "atacantes sobrenaturales" fueron clasificados como víctimas de shock traumático con "memorias distorsionadas por el horror".La maquinaria de encubrimiento de Sebastián funcionaba perfectamente.Estaba revisando la cobertura de noticias en mi apartamento cuando sonó mi teléfono.—¿Piper Thomas?—Sí.—Mi nombre es Alannah Deveaux. Soy... era parte del aquelarre de brujas local. Necesito hablar contigo.La voz sonaba joven, nerviosa, pero determinada.—¿Sobre qué?—Sobre lo que
—¿Vio si se llevaron a alguien?—Sí. Algunas personas jóvenes. Las cargaron como si fueran muñecas.Pasamos la siguiente hora hablando con más supervivientes. Todos contaban historias similares: atacantes hermosos y sobrenaturalmente rápidos, coordinación militar, y un mensaje específico sobre interferencia.Cuando salimos del teatro, tenía ganas de vomitar.—Esto fue por mí —dije.—¿Qué?—Esto fue venganza por cambiar las patrullas. Por hacer que nos volviéramos más agresivos.Logan se detuvo en la acera. —Piper, no puedes culparte por esto.—¿En serio? ¿Trescientas personas están muertas y no puedo culparme?—Trescientas personas están muertas porque Sebastián es un monstruo. No porque tú decidiste defenderlas.—¡Pero las defendí mal! ¡Cambié nuestra estrategia y él respondió matando a cientos de inocentes!Sarah se acercó antes de que Logan pudiera responder.—Piper, necesitas ver esto.Nos llevó hacia donde estaban atendiendo a más supervivientes en el área de triaje. Una niña de
Los siguientes tres días fueron una especie de luna de miel extraña con mi nueva vida sobrenatural. El sistema de patrullas estaba funcionando. Tommy había logrado conectar nuestras comunicaciones con feeds de cámaras de seguridad de toda la ciudad, y Sarah había entrenado a tres equipos de dos personas para cubrir las zonas de mayor actividad vampírica. Habíamos reclutado a cinco víctimas supervivientes, incluyendo a una enfermera de emergencias que había perdido a su esposo en un "accidente de mordida animal" el año pasado. Por primera vez desde que me había involucrado en esta locura, empezaba a sentir que tal vez, solo tal vez, podríamos marcar una diferencia real. El sábado por la noche, Logan y yo estábamos cenando en un pequeño restaurante vietnamita cerca del Barrio Francés, discutiendo planes para expandir nuestras operaciones conjuntas, cuando los teléfonos de ambos empezaron a sonar al mismo tiempo. —¿Sarah? —contesté. —Piper, necesitas venir al Teatro Saenger. Aho
El entrenamiento con Logan esa noche fue... revelador.Mi conocimiento sobre combate vampírico provenía completamente de películas, lo cual, según Logan, era optimistamente inútil.—Primero —dijo mientras caminábamos por una calle vacía en el Barrio Francés—, olvida todo lo que crees que sabes. Los vampiros no se convierten en murciélagos, no duermen en ataúdes, y definitivamente no brillan al sol.—¿Qué pasa con el sol entonces?—Los debilita. Los hace más lentos, menos fuertes. Pero no los mata instantáneamente.—¿Y las estacas de madera?—Funcionan, pero tiene que ser en el corazón, y tiene que atravesarlo completamente. Un rasguño en el pecho no va a hacer nada excepto molestarlo.Logan me entregó una estaca de madera con punta de plata.—¿Por qué plata?—Causa más daño, cicatriza más lento. Como balas de plata para hombres lobo.—¿Las balas de plata realmente os matan?Logan sonrió de lado. —A nosotros sí. A los vampiros, no tanto. Pero duele mucho y los ralentiza.Pasamos la sig
—En el peor escenario, Sebastián toma control completo de la ciudad. Los humanos que no sean útiles como comida o servicio desaparecen. Los que quedan viven como ganado: bien alimentados, bien cuidados, pero completamente controlados. Nueva Orleans se convierte en el primer reino vampírico oficial en Estados Unidos, y eso inspira a otros vampiros en otras ciudades a intentar lo mismo.—¿Y en cuánto tiempo podría pasar eso?—Si Andy toma el control mañana? Sebastián podría tener dominación completa en seis meses.Me quedé callada, imaginando mi ciudad natal convertida en algún tipo de granja humana distópica. Pensé en David de mi oficina, en el barista de mi café favorito, en todos los turistas inocentes que venían a Nueva Orleans buscando diversión y música, sin idea de que estaban caminando hacia una trampa.—Mierda —dije finalmente.—Sí.—Mierda, mierda, mierda.—Eso resume la situación bastante bien.Puse mi cabeza en el volante y cerré los ojos. Una semana atrás, mi mayor preocupa
Llegué a mi apartamento con una sola cosa clara en mi mente: tenía que largarme de Nueva Orleans. Inmediatamente.No importaba si Sebastián realmente había matado a Harold o si solo lo estaba imaginando. No importaba si Andy tenía "simpatías" peligrosas o si Logan estaba siendo paranoico. Lo que importaba era que mi vida perfectamente organizada acababa de convertirse en una zona de guerra sobrenatural, y yo no tenía ningún interés en ser víctima colateral.Saqué mi maleta más grande del closet y empecé a empacar. Ropa para una semana, documentos importantes, todo el dinero en efectivo que tenía. Mi laptop, cargador del teléfono, medicamentos. Lo esencial para desaparecer por un tiempo hasta que pudiera averiguar qué hacer a largo plazo.Tal vez podría mudarme a Houston. O Atlanta. Algún lugar grande donde pudiera perderse entre la multitud y trabajar como contadora anónima para siempre. Algún lugar donde los vampiros no tuvieran "acuerdos territoriales" que requerían mi participación
Último capítulo