7. Los secuaces de Sebastián vinieron a por mí
El entrenamiento con Logan esa noche fue... revelador.
Mi conocimiento sobre combate vampírico provenía completamente de películas, lo cual, según Logan, era optimistamente inútil.
—Primero —dijo mientras caminábamos por una calle vacía en el Barrio Francés—, olvida todo lo que crees que sabes. Los vampiros no se convierten en murciélagos, no duermen en ataúdes, y definitivamente no brillan al sol.
—¿Qué pasa con el sol entonces?
—Los debilita. Los hace más lentos, menos fuertes. Pero no los mata instantáneamente.
—¿Y las estacas de madera?
—Funcionan, pero tiene que ser en el corazón, y tiene que atravesarlo completamente. Un rasguño en el pecho no va a hacer nada excepto molestarlo.
Logan me entregó una estaca de madera con punta de plata.
—¿Por qué plata?
—Causa más daño, cicatriza más lento. Como balas de plata para hombres lobo.
—¿Las balas de plata realmente os matan?
Logan sonrió de lado. —A nosotros sí. A los vampiros, no tanto. Pero duele mucho y los ralentiza.
Pasamos la sig