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2. Un funeral y una conversación extraña

El cementerio de Lafayette un miércoles por la tarde era exactamente tan deprimente como esperabas. Lápidas viejas, robles cubiertos de musgo español, y esa humedad de Nueva Orleans que hacía que hasta respirar se sintiera como trabajo.

El funeral de Harold fue... raro.

Primero, solo había como diez personas, y yo no reconocía a ninguna excepto a Marcus Webb. Para un hombre que había vivido en Nueva Orleans toda su vida, Harold no parecía haber tenido muchos amigos cercanos. O al menos no amigos dispuestos a aparecer en su funeral.

Segundo, había gente observando desde la distancia. No se acercaron, no se presentaron, solo se quedaron parados entre las lápidas mirando como si fuéramos un show que habían pagado por ver. Una mujer mayor con joyas que brillaban demasiado para un funeral. Un hombre alto y pálido que vestía como si fuera a una cena elegante, no a un cementerio. Otro tipo que seguía oliendo el aire como si tratara de identificar algo.

Muy, muy raro.

El servicio fue básico. El sacerdote leyó palabras genéricas sobre "hombre devoto a su comunidad" y "legado que perdurará". Nada específico sobre quién había sido Harold realmente o qué había hecho con su vida. Como si hubieran usado una plantilla de funeral de internet.

Cuando bajaron el ataúd, la piel de mis brazos se erizó completamente. Como si alguien me estuviera mirando con tanta intensidad que podía sentir su atención como peso físico entre mis omóplatos. Me volteé despacio, revisando las caras de los asistentes, luego a los observadores distantes.

Nada. Pero la sensación se quedó, como electricidad estática antes de una tormenta.

Marcus se acercó cuando terminó la ceremonia. Gotas de sudor le corrían por las sienes a pesar de que había brisa.

—Señorita Thomas, ¿podemos hablar ahora?

—¿No puede enviarme los papeles por correo?

—Es complicado. Hay asuntos que requieren su presencia física.

—¿Qué tipo de asuntos?

Marcus miró alrededor como si quisiera asegurarse de que nadie nos estuviera escuchando. —El tipo que no se discute en cementerios.

Genial. Mi padrastro había estado involucrado en algo tan secreto que su abogado tenía paranoia en el funeral.

—Está bien —dije—. Pero esto mejor ser importante, porque tengo trabajo mañana.

Marcus casi sonrió. —Señorita Thomas, después de esta conversación, creo que su trabajo va a ser la menor de sus preocupaciones.

La sensación extraña en mi estómago se intensificó. Fuera lo que fuera que Harold me había dejado, claramente no era solo dinero y propiedades.

La oficina de Marcus Webb estaba en Carondelet Street, en uno de esos edificios antiguos que habían sido convertidos para uso comercial pero que conservaban todo el carácter victoriano original. Su despacho personal era pequeño, lleno de libros viejos que parecían más decorativos que funcionales, y había papeles por todas partes con símbolos que no reconocí.

Marcus se sirvió whisky de una botella que guardaba en su escritorio. Era plena tarde.

—¿Quiere uno?

—No bebo.

Me senté en la silla frente a su escritorio y crucé las piernas.

—Está bien, señor Webb. Hable.

Marcus caminó hasta la ventana, dándome la espalda.

—Harold representaba los intereses humanos en ciertas negociaciones.

—¿Los intereses humanos? ¿En oposición a qué?

Se volteó hacia mí, pero evitó mi mirada.

—En oposición a otros grupos. Otras comunidades que viven en Nueva Orleans.

—¿Como qué comunidades?

Marcus regresó a su escritorio y se sirvió más whisky.

—Familias que han estado aquí por mucho tiempo. Que tienen... necesidades diferentes a las de la gente común.

—Señor Webb, está siendo increíblemente vago. ¿Puede darme un ejemplo específico?

—Hay personas en esta ciudad que solo salen de noche. Que tienen dietas muy específicas. Que viven mucho más tiempo de lo normal.

—¿Está hablando de vampiros?

Me quedé esperando que se riera. No lo hizo.

—Entre otros.

—¿Entre otros qué?

—Hombres lobo, por ejemplo.

Me reí. No pude evitarlo.

—¿En serio? ¿Vampiros y hombres lobo? —La risa se me escapó de nuevo—. ¿Qué sigue, brujas volando en escobas?

—Las brujas generalmente no usan escobas. Prefieren otros métodos de transporte.

La risa se me cortó de golpe. Su expresión era completamente seria.

—OK, esto es ridículo —dije, levantándome de la silla—. Obviamente Harold desarrolló algún tipo de... no sé, fantasía elaborada. Y usted está completamente loco si realmente cree que hay monstruos viviendo en Nueva Orleans.

—No son monstruos. Son comunidades con necesidades específicas.

—¡Está hablando de vampiros y hombres lobo como si fueran grupos étnicos!

Marcus me miró directamente por primera vez.

—¿Y por qué no podrían serlo?

Me dirigí hacia la puerta.

—Porque no existen. Porque esto es la vida real, no una película de terror.

—Señorita Thomas, si se va ahora, su vida podría estar en peligro.

Me detuve con la mano en el pomo de la puerta. Su tono no sonaba como el de alguien que estaba fantasiando. Sonaba genuinamente aterrado.

—¿Por qué estaría mi vida en peligro?

—Porque alguien tiene que representar los intereses humanos. Y si usted no lo hace, esa responsabilidad pasaría a alguien que tiene... simpatías hacia los vampiros.

—Asumiendo por un momento que no está completamente loco, ¿por qué eso sería malo?

Marcus se terminó su whisky de un trago.

—Porque los vampiros ven a los humanos como ganado. Y la persona que tomaría su lugar está de acuerdo con esa perspectiva.

Nos quedamos mirándonos por un momento largo. Los ojos de Marcus no parpadeaban, sus nudillos estaban blancos alrededor del vaso vacío. Este hombre estaba genuinamente preocupado por algo.

Pero no tenía idea de qué.

—Está bien —dije finalmente—. Iré a su reunión misteriosa. Pero si resulta ser algún tipo de e****a piramidal o club de amas de casa aburridas, me voy inmediatamente.

Marcus no sonrió ante mi broma.

—Señorita Thomas, después del viernes, creo que nunca volverá a describir nada como aburrido.

Salí de su oficina sintiéndome como si acabara de acordar algo mucho más complicado de lo que entendía. Harold había estado involucrado en algún tipo de organización social muy dramática y secreta, y ahora yo estaba heredando su membresía.

Mientras conducía de vuelta a mi apartamento, traté de imaginar qué tipo de grupos requerían tanta discreción y drama. ¿Masones? ¿Algún tipo de sociedad histórica pretenciosa? ¿Un club de lectura muy intenso?

Fuera lo que fuera, al menos sería una experiencia interesante.

Aunque algo en la expresión de Marcus Webb me decía que "interesante" era probablemente una descripción muy optimista de lo que me esperaba.

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