Jeremy Walton, el implacable director general de la corporación Walton, se vio forzado a un matrimonio por contrato con la bella y elegante Isabella Rodríguez para asegurar su ascenso. Un acuerdo temporal, una farsa perfecta ante su padre, pero un calvario para Isabella, quien secretamente albergaba un amor no correspondido. Para Jeremy, Isabella era solo su asistente personal, una figura invisible en su vida de caprichos y conquistas. Nunca la presentó como su esposa, manteniéndola en la sombra mientras él vivía a sus anchas, persiguiendo a la mujer que, según él, amaba. Pero la cruel petición de divorcio de Jeremy, un golpe devastador, marca el inicio de la verdadera pesadilla de Isabella. A pesar de sus vanos intentos por ganarse su corazón, la presión y la soberbia de Jeremy la obligan a aceptar el divorcio, liberándolo para que siga su camino. Sin embargo, el destino tiene otros planes. Más allá del dolor y el anonimato, Isabella descubre una fuerza inquebrantable. Se empodera, abraza una nueva vida y encuentra la luz en los ojos de un apuesto caballero que le muestra un mundo de posibilidades. Pero el pasado, encarnado en Jeremy, se niega a soltarla, persiguiéndola a cada paso del camino. ¿Podrá Isabella escapar de las cadenas de un amor no correspondido y construir su propio futuro, o el eco de su matrimonio por contrato la condenará a una sombra eterna?
Leer másPOV Isabella.
Estaba en mi escritorio, sumergida en un mar de documentos, intentando descifrar los números y las fechas que bailaban ante mis ojos. De repente, una vibración insistente me arrancó de mi concentración.
Tomé el teléfono, esperando encontrar el nombre de alguna colega o un mensaje de mi amiga, pero la pantalla reveló algo inesperado: Jeremy Walton. Mi corazón dio un brinco en el pecho, Jeremy era mi jefe y mi esposo en secreto.
Una ola de nerviosismo me invadió, tan fuerte que mis manos comenzaron a sudar. ¿Por qué me llamaba justo ahora, en medio del día laboral? Nuestra regla de oro era mantener las cosas estrictamente profesionales en la oficina.
Cualquier llamada de él fuera de lo común, especialmente una inesperada, significaba que algo importante, o quizás algo malo, estaba sucediendo.
La pantalla seguía iluminada con su nombre, y cada segundo que pasaba sin contestar aumentaba mi ansiedad. ¿Sería algo de la empresa? ¿O algo personal que no podía esperar a que llegáramos a casa? Un nudo se me formó en el estómago.
Estaba ahí, mirando la pantalla de mi teléfono que parpadeaba y vibraba. En ese instante, se me olvidaron por completo los papeles que tenía en mis manos. Dejé todo, cerré la oficina y contesté la llamada.
—Hola —dije, y sentí cómo apretaba el teléfono con fuerza, mi corazón latiendo rapidísimo.
La voz de Jeremy, tranquila, sonó al otro lado.
—¿Dónde estás?
—Estoy en mi oficina —le respondí.
—Bien —dijo él—. Nos vemos en la sala de juntas ahora, te estaré esperando.
Y colgó. Me quedé con el teléfono en la mano, sin saber qué pensar. ¿Una junta? ¿Ahora? Y que me estuviera esperando... Definitivamente, algo raro pasaba.
Salí disparada de mi oficina, casi corriendo hacia la sala de juntas. Jeremy, era el presidente de la Corporación Walton.
Era una locura. Nadie, absolutamente nadie en la empresa, sabía que estábamos casados. Para todos, él era el soltero más codiciado y rico de la ciudad, el sueño de muchas. Y yo, su asistente, era en realidad su esposa.
Era un secreto que teníamos que guardar muy bien, y a veces, como ahora, se sentía un poco extraño.
Nuestro matrimonio... bueno, eso era otra historia. Fue todo por un contrato. Antes de casarnos, éramos solo jefe y empleada, casi ni nos hablábamos.
Pero el padre de Jeremy lo obligó a casarse para poder darle la presidencia de la empresa. Jeremy era su único hijo y, según su padre, tenía que guardar las apariencias.
Sin embargo, una vez que Jeremy obtuvo lo que quería, dejó sin efecto ese compromiso y me mantuvo en el anonimato.
Su padre, que siempre andaba viajando de un lado a otro, prácticamente se había olvidado de nuestro matrimonio. Nos casamos en secreto, bajo un acuerdo, con la condición de separarnos en tres meses.
Aunque compartíamos el mismo apartamento, cada uno dormía en su propia cama. Teníamos que mantener nuestro matrimonio lo más discreto posible, incluso en casa éramos completos extraños.
Al principio, Jeremy ni siquiera vivía mucho allí, solo lo hizo para complacer a su padre.
Supongo que el padre de Jeremy, al principio, sí tenía la esperanza de que lo nuestro fuera un matrimonio de verdad, de esos normales.
Quería que Jeremy sentara cabeza y tuviera una familia, por eso lo de la presidencia. Pero su plan, claro, fracasó. Jeremy tenía sus propias ideas, y en ellas no entraba un matrimonio convencional conmigo. Para él, solo era un paso más para conseguir lo que quería.
Antes de entrar, me aseguré de que mi ropa estuviera bien y luego observé a mi alrededor para confirmar que nadie más estaba cerca.
Después, toqué la puerta de Jeremy. Su voz, algo fría, me dio permiso para pasar. Abrí la puerta y entré. La gran sala de reuniones estaba impecable. Jeremy estaba sentado en un sillón, fumando un cigarrillo, el cual apagó en cuanto me vio.
Me acerqué a Jeremy, y mientras caminaba, noté su mandíbula marcada. Desde donde yo estaba, no podía verle toda la cara.
—Siéntate —me dijo Jeremy.
Cuando me senté, vi un papel sobre la mesa. Jeremy lo deslizó hacia mí. Pero en vez de mirar el documento, mis ojos se fijaron en sus dedos, largos y fuertes. Hasta sus manos me parecían muy masculinas.
—Fírmalo —soltó Jeremy con altivez. Solo después de que me lo pidió me di cuenta de lo que ponía en el papel: era un acuerdo de divorcio.
La decepción me invadió, pero no dejé que se notara en mi cara. Por eso, Jeremy creyó que no me importaba y que estaba tranquila. Él se había imaginado que yo haría un escándalo por su idea de divorciarse de mí.
«Es un acuerdo de divorcio. ¿De verdad quiere divorciarse, Jeremy?», pensé.
Solo habían pasado dos meses desde que nos casamos y era la primera vez que Jeremy me pedía que nos viéramos en la sala de juntas a solas; sin embargo, era porque quería el divorcio.
No sabía si sentirme alegre, triste o enojada por este cambio tan repentino en mi vida de casada. No sabía cómo reaccionar. Mis padres me habían enseñado a ser razonable, así que no pude discutirle a Jeremy ni perder la calma.
Mis padres, que son personas honradas y trabajadoras, viven en la Ciudad de México. Ellos me educaron para ser una mujer refinada, sensata y distinguida, de esas que no se alteran ni hacen escenas como locas.
La decepción me invadió, pero levanté la cabeza y miré a Jeremy. Con calma le pregunté:
—¿Por qué te quieres divorciar?
—Simplemente quiero hacerlo y ya —contestó Jeremy sin dudar.
«¿Quiere el divorcio? ¿Entonces tengo que firmar este papel solo porque a Jeremy se le ocurrió separarse de mí y terminar con nuestros dos meses de matrimonio?», pensé. La furia crecía dentro de mí.
POV Isabella.Los rayos del sol de la mañana se filtraban por las grandes ventanas de la iglesia y pintaban los vitrales de mil colores. El aire estaba impregnado del dulce aroma de las flores blancas y del murmullo expectante de los pocos invitados que habíamos convocado.No se trataba de una boda pomposa ni de un evento mediático. Era nuestra boda: íntima, sincera y real.Mis manos temblaban ligeramente mientras me miraba en el espejo. El vestido de novia, sencillo pero elegante, de seda blanca, se ajustaba a mi figura.No necesitaba lujos excesivos; la verdadera joya era el amor que me había llevado hasta ese momento. Heidy, con los ojos húmedos, me ajustaba el velo.—Estás radiante, Isa —dijo, con la voz entrecortada por la emoción. —Nunca te he visto tan feliz.—Nunca lo he sido tanto, Heidy —confesé, con la mirada fija en mi reflejo. La mujer que me miraba desde el espejo era fuerte, serena y completa. Era la mujer que Jeremy me había ayudado a construir.En ese momento, mis pad
POV Isabella.Los días pasaban uno tras otro, tejiendo una nueva rutina de ilusión y curación en casa. Jeremy estaba casi completamente recuperado.Las cicatrices físicas causadas por la bala de Armand eran un sombrío recuerdo de la pesadilla vivida, pero la luz que brillaba en sus ojos y la fuerza renovada que se percibía en su abrazo eran la prueba de que lo habíamos superado.No solo eso, sino que habíamos florecido. Daniel, ajeno al drama que rodeó su llegada al mundo, crecía a pasos agigantados, llenando la casa con sus risas y descubrimientos.Ver a Jeremy con él, tan tierno y protector, era una confirmación diaria para mi alma de que habíamos tomado las decisiones correctas.La palabra «boda» resonaba en mi mente con una dulzura inmensa. Después de la propuesta en el hospital, comenzamos los preparativos con una discreción que contrastaba con el circo mediático de mi primer intento de boda.Esta vez sería diferente. Sería íntima y real, solo para nosotros y nuestros seres más q
POV Omnisciente.El rugido de los motores de un jet privado a punto de despegar se mezclaba con el eco de los pasos apresurados en la pista del aeropuerto internacional de Seattle.Armand Dubois, con un abrigo oscuro que ocultaba su demacrada figura y unas gafas de sol que disimulaban su mirada, creía estar a salvo.Su plan era perfecto: un vuelo directo a Francia, donde sus contactos europeos le proporcionarían protección lejos de la justicia estadounidense.No podía borrar de su mente la imagen del disparo, la sangre de Jeremy ni la desesperación de Isabella, pero la huida lo mantenía en pie.Había burlado a los guardias y evitado las patrullas. Pensó que su estatus de conde europeo y su influencia le garantizarían la inmunidad.Cuando se disponía a subir por la escalerilla del avión, una voz firme y autoritaria resonó a sus espaldas:—¡Conde Dubois, alto ahí!Armand se detuvo en seco y le dio un vuelco el corazón. Se giró lentamente. Dos agentes de la Policía Nacional, con rostros
POV Isabella.Un grito desgarrador salió de lo más profundo de mi alma. Jeremy había caído. Su cuerpo se desplomó con un golpe en el suelo de mármol del pasillo.La sangre, roja y viva, comenzó a extenderse rápidamente, manchando la camisa que minutos antes había acariciado con amor.Armand Dubois, con el revólver aún humeante en la mano, miró a Jeremy, que yacía inerte en el suelo. Sus ojos, antes llenos de una locura homicida, se abrieron desmesuradamente, llenos de terror.Había cruzado el límite y cometido un acto irreversible. Su rostro se contorsionó en una máscara de pánico y remordimiento.—No... no... —murmuró, su voz apenas un jadeo. Dejó caer el arma al suelo con un tintineo metálico y dio un paso atrás, luego otro. Sus ojos se clavaron en los míos, llenos de una desesperación abyecta; pero ya no había odio, solo miedo puro.Se dio la vuelta y corrió. Lo hizo como un cobarde, como un alma en pena: chocó contra el marco de la puerta destrozada y se perdió en la penumbra del
POV Isabella.Un rayo de luz se posó en el rostro de Jeremy, que dormía plácidamente a mi lado con el brazo rodeando mi cintura. Anoche había sido mágica: una noche de amor, de promesas y de una conexión tan profunda que las batallas libradas parecían desvanecerse en la distancia.El anillo en mi dedo brillaba, un símbolo tangible de la vida que estábamos construyendo: una nueva mansión y un futuro sin sombras. Me sentía plena, por fin libre de la angustia que me había perseguido durante tanto tiempo.Me levanté de la cama con mucho cuidado para no despertarlo. Tenía la garganta seca. Bajé a la cocina en silencio.Saqué un vaso de la alacena, lo llené de agua fría y sentí el rocío en los dedos. La casa estaba en silencio; Daniel aún dormía en su cuna, ajeno a la felicidad desbordante de sus padres.Estaba a punto de llevarme el vaso a los labios cuando un ruido extraño me detuvo. Provenía de la puerta principal. Un golpe fuerte, casi un estruendo, como si alguien hubiera forzado la ce
POV Jeremy.El silencio que reinaba en la casa tras los últimos días —la muerte de mi padre, la derrota de Mía y la inminente batalla por la Corporación Walton— era absoluto. Un respiro ganado a pulso, un momento para centrarme en lo que realmente importaba.Isabella estaba en el salón, sentada en el suelo junto a Daniel, que reía a carcajadas mientras ella le hacía muecas divertidas. Verlos así, llenos de luz, era mi verdadera victoria.Por eso había luchado: por su seguridad, por su felicidad, por la paz de este pequeño universo que habíamos creado juntos.Ella levantó la vista y nuestros ojos se encontraron. En sus labios se dibujó una sonrisa cansada, pero profunda.En sus ojos vi la misma mezcla de agotamiento y amor inquebrantable que yo sentía. Daniel, ajeno a la complejidad de nuestras emociones, extendió sus brazos hacia mí pidiéndome que lo alzara.—Hola, campeón —dije, tomándolo en brazos y besando su frente. Su pequeño cuerpo era un recordatorio tangible de lo que estábamo
Último capítulo