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Capítulo 3. Humillación pública.

POV Isabella.

La noche se había echado encima, y con ella, una inquietud familiar pero persistente comenzaba a apoderarse de mí. Era viernes, y por el absurdo acuerdo que manteníamos, Jeremy debía pasar la noche en el apartamento para preservar la fachada ante su padre.

Aunque, para ser sincera, últimamente a él parecía importarle poco la opinión de su padre o de cualquier otra persona. Sin embargo, su ausencia prolongada me extrañaba. Una y otra vez, mis ojos se posaban en el reloj, cada minuto que pasaba aumentaba mi preocupación.

De repente, el sonido del timbre me sobresaltó, un repique inesperado. Mi ceño se frunció; Jeremy tenía llave. ¿Por qué tocaría el timbre? Y, más aún, ¿por qué regresaba tan increíblemente tarde? Una molestia de algo parecido a la ansiedad se instaló en mi estómago.

Estaba a punto de abrir la puerta, mi mano ya en el pomo, cuando la curiosidad me ganó y me asomé por el ojo mágico. Lo que vi me dejó helada.

Abrí la puerta, pero el asombro me petrificó al instante: Jeremy no estaba solo. Una mujer estaba a su lado, y mi rostro se congeló en una mueca de extrañeza que rápidamente se convirtió en un nudo en la garganta.

Era ella, la misma modelo que había visto en las noticias, la que recientemente había ganado fama en el país y de quien se rumoreaba, con titulares cada vez más insistentes, que anunciaba su compromiso matrimonial con Jeremy. Al parecer, todo era en serio.

Cuando ambos entraron, Jeremy con su indiferencia habitual y ella con una sonrisa complacida, me quedé allí, en medio de la sala, paralizada y aturdida.

Sentí que el aire se me escapaba de los pulmones. Jeremy había llegado demasiado lejos. Esto ya no era solo una farsa; era una humillación pública, un golpe bajo que no esperaba.

El rostro de la modelo, Mia Calivai, se giró hacia mí, y luego, con un gesto de extrañeza, preguntó a Jeremy:

—¿Cariño, quién es ella?

Sentí cómo mi corazón se encogía. Jeremy me miró con una calma desarmante, y luego, como si no significara nada, desvió la vista.

Yo, por otro lado, apretaba los dedos con inquietud. Una pregunta martilleaba en mi cabeza: ¿Cómo me va a presentar? ¿Le dirá a su amante que soy su esposa? La incertidumbre era un tormento.

Pero no hubo titubeo en su respuesta. La frialdad de sus palabras me perforó:

—Ella es mi asistente personal, se encarga de todos mis asuntos, incluso los personales.

Y sin más, tomó la mano de Mía y entró directamente a la sala, dejándome sin palabras, allí parada, como un mueble olvidado.

La palabra "asistente personal" me apunalo el corazón como una cuchilla afilada, un dolor que se extendía y quemaba. Los vi allí, abrazados en el salón que se suponía era nuestro hogar, y la ira se disparó en mí, una furia caliente que me nublaba la vista.

Jeremy me estaba desafiando, me estaba empujando sin miramientos para que le diera el divorcio a como diera lugar.

Era una declaración abierta: estaba demostrando ser un desalmado, un tipo sin escrúpulos que no se detendría ante nada para conseguir lo que quería. Mi supuesta invisibilidad se había transformado en una humillación descarada, una muestra pública de su desprecio.

Mis pensamientos empezaron a sacudir mi cabeza, un remolino de confusión y dolor. Me quedé en silencio, como una espectadora, viendo cómo la escena se desarrollaba ante mis ojos, y escuchando la risa compartida de los amantes.

Porque eso eran, amantes, aunque Jeremy aún no estuviera divorciado de mí. Me desprecié a mí misma, la voz en mi mente susurrando con crueldad:

«Soy un fiasco de mujer».

De pronto, el celular de Jeremy sonó, y él, el muy desgraciado, me lo entregó con desprecio para que yo contestara, dejando claro el papel que juego en su vida: el de una simple asistente.

Lo tomé, aclarando mi garganta, y respondí con una voz que intentaba sonar profesional, pero que escondía una rabia hirviente:

—Buenas noches, Isabella Rodríguez, la asistente 24/7 del señor Walton.

Lo dije con el mismo desprecio con el que él me había tratado, mirándolo con rabia, pero a él le importaba un pepino mi cara de pocos amigos.

Me fui a mi cuarto para no verlos y tratar de calmarme. Estaba muy enojada con todo lo que estaba pasando justo delante de mis ojos. De pronto, mi celular sonó y me sorprendió, porque era una llamada internacional, de mi natal México, pero no conocía el número.

—Isa, querida, ¿cómo estás? —escuché.

—¿Luis? —pregunté, apenas creyendo lo que oía.

—Sí, querida, soy yo.

Me sentí sorprendida al escuchar una voz familiar, mientras, al otro lado de la casa, las carcajadas de Jeremy y la modelo se hacían notar. Me concentré en mi amigo Luis para olvidar el sufrimiento que me invadía.

Luis era mi amigo de toda la vida, crecimos juntos en Sinaloa, México. Luego, me vine a Estados Unidos para hacer una maestría y, supuestamente, para buscar una vida mejor.

Qué ironía, ¿no? Me topé con Jeremy y, poco a poco, está convirtiendo mi vida en un completo infierno.

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