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Capítulo 4. Falsa vida matrimonial.

POV Isabella.

Casi me caigo del susto cuando vi el nombre de Luis en la pantalla de mi teléfono. ¡Después de tantos años! Mi corazón empezó a latir a mil por hora.

—¿Aún sigues en Seattle? —preguntó con esa voz que recordaba tan bien. Escucharlo fue como un viaje al pasado. Me dijo que mi mamá le había contado que vivía aquí y que trabajaba en una empresa grande.

—Así es —le respondí, tratando de sonar tranquila, pero por dentro estaba triste por lo que estaba sucediendo con Jeremy. No podía creer que realmente estuviera hablando con él.

—¡Te tengo una sorpresa, Isa! —dijo, y pude escuchar la sonrisa en su voz. Esa frase me llenó de curiosidad.

—¿De qué se trata? —le pregunté, impaciente. Quería saberlo todo, en ese instante.

—Si te digo, ya no es sorpresa. ¡Nos vemos pronto! —Luis se rio y colgó. Me dejó con la intriga, pero también con una emoción enorme.

Después de la llamada de Luis, todavía tenía el teléfono en la mano, pero mi mente estaba en otra parte. Quería huir de casa, no soportaba seguir viendo a mi esposo con su amante en la sala. Era una escena que me partía el alma.

Sin pensarlo mucho, le envié un mensaje a mi amiga Heidy.

Yo: ¿Dónde estás?

El mensaje llegó rápido.

Heidy: Estoy tomando una copa en Rob Roy.

¡Perfecto! Justo lo que necesitaba.

Yo: Te veré allí.

Guardé el teléfono y me preparé para salir. Necesitaba aire, necesitaba a mi amiga, necesitaba escapar de esa casa. Rob Roy sería mi refugio por esta noche.

Me puse el vestido negro y elegante, ese que me hacía sentir fuerte y, de alguna manera, me ayudaba a olvidar la escena que experimenté con mi esposo.

Solté mi larga cabellera rubia; mis ondas se balanceaban con cada movimiento, y eso me hacía sentir un poco más atractiva, lista para lo que fuera.

Luego, me puse mis tacones de aguja, esos que me daban un par de centímetros extra y un toque de seguridad.

Al mirarme en el espejo, me aseguré de que todo estuviera perfecto. Solté una risita suave al ver lo bien que lucía, una pequeña victoria en medio del caos. Estaba lista para salir, para enfrentar la noche, y para dejar atrás lo que había pasado en casa.

Al salir de la habitación, la escena que encontré en la sala me rompió el corazón. Jeremy y Mía estaban cenando en el sofá, habían pedido comida china a domicilio y veían alguna película.

Pude ver cómo Jeremy colocaba su brazo en el hombro de Mía mientras ella apoyaba la cabeza en el suyo. Se abrazaban, como si yo no existiera, como si nada.

Presa del pánico y la frustración, aparté la mirada de ellos y me dirigí directamente a la puerta para salir. Necesitaba escapar de ahí. Pero justo cuando iba a abrir, la voz de Jeremy me detuvo.

—Espera —dijo.

Lo miré de reojo, y él me devolvió la mirada, el muy descarado preguntándome:

—¿A dónde vas?

Por lo general, siempre me vestía de manera sencilla, casi como si fuera la esposa invisible para él; ni siquiera a los eventos me invitaba para que lo acompañara.

Supongo que era raro para Jeremy verme tan arreglada, con mis mejores galas. Me veía mucho más elegante que la mosca muerta de su amante, y eso, de alguna manera, me dio un pequeño respiro de satisfacción.

Por su parte, Mía me miró, y luego volvió a ver a Jeremy con dudas. Seguro le parecía inusual que una simple asistente personal como yo tuviera un vestido y zapatos tan caros, con accesorios que valían una fortuna.

—Voy a encontrarme con una amiga —dije, pasando mis dedos por mi cabello, tratando de sonar casual.

Pero la mirada impenetrable de Jeremy me asustó; parecía que estuviera enfadado. Me resultó muy atrevido de su parte que estuviera molesto porque yo iba a salir de casa. ¿Quién se creía que era?

—¿Qué amiga? —preguntó Jeremy, y su "amiguita" lo interrumpió enseguida.

—Jeremy, cariño, aunque seas su jefe no puedes controlar su vida. Hay límites, amor —dijo Mía, intentando calmar el ambiente.

Jeremy puso los ojos en blanco, se sentó de nuevo en el sofá y siguió viendo la televisión, ignorándome otra vez. Para él, yo ya no existía.

Miré a Jeremy, que ya había vuelto a su burbuja con Mía, y me sentí completamente impotente. Una pregunta punzante me taladró la mente: ¿terminaría aquí mi matrimonio?

Él estaba tan concentrado en prestarle toda su atención a Mía, como si yo fuera un mueble más en la habitación.

Era una escena que me desgarraba por dentro, una burla a todo lo que alguna vez habíamos sido o prometido ser.

¿Cómo podía seguir ignorando esto? ¿Cómo podía pretender que no pasaba nada y continuar con esta farsa de vida matrimonial? La idea de seguir viviendo así, con esa traición constante y esa invisibilidad, me parecía insoportable. Cada día se volvía más difícil respirar en esta casa.

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