Entre sombras y poder: La mujer ciega del CEO

Entre sombras y poder: La mujer ciega del CEO ES

Romance
Última actualización: 2025-08-27
Dehy Rodríguez  Recién actualizado
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Resumen
Índice

—¿Qué… estás diciendo? —Una noche no es suficiente —dijo, acercándose aún más, su voz como terciopelo y veneno—. Quiero un contrato contigo. *** Nora Redstone perdió la vista a los ocho años, y desde entonces aprendió a vivir en silencio, resguardada tras una timidez que la mantenía lejos de los demás. Al cuidado de sus tíos, encontró en los libros y en la música la manera de escapar de un mundo que no siempre fue amable con ella. Pero al graduarse de la universidad, la frágil estabilidad de su vida se derrumba: sus tíos cargan con una deuda imposible de pagar. El único dispuesto a ayudar es Silas Wyckham, un hombre poderoso y peligroso que parece verla de un modo que nadie más lo hace. Una noche no le basta. La sigue, se cruza con ella de manera inesperada, y cada encuentro la envuelve más en su magnetismo. Nora cree que su destino será rendirse a la obsesión de Silas, hasta que descubre secretos capaces de quebrar todo lo que alguna vez creyó. Secretos imperdonables que despiertan en ella a una mujer distinta: fuerte, desafiante, dispuesta a dejar atrás la sombra de la timidez y a enfrentar a quienes creyeron que podían manipularla. Porque Nora ya no será nunca más la presa… sino la cazadora.

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Capítulo 1

1. Deuda millonaria

1

Nora estaba sentada en la sala leyendo su libro de braille favorito cuando su tío llegó con urgencias a tomarle la mano. Su angustia era palpable para la joven Nora.

—Por favor, sobrina… —la voz de su tío Porfirio temblaba mientras le apretaba las manos con fuerza, casi con desesperación.

Nora alzó el rostro. Aunque no podía verlo desde el accidente de hace ocho años, su cabeza giró con suavidad, como si pudiera sentir la tensión en el aire. Sus pupilas vacías y suaves parecían mirar, pero eran solo sombras lo que alcanzaban.

—¿Qué sucede? ¿Todos están bien? —preguntó en cambio.

El ambiente estaba cargado. Podía sentirlo. Las respiraciones tensas, los murmullos contenidos, y el perfume de cada uno en la habitación: el almizcle barato de Ariana, el floral dulce y empalagoso de Adelina, el rancio y fuerte olor a tabaco barato que siempre acompañaba a su tío.

—Me metí en un mal negocio… muy mal negocio, sobrina —confesó Porfirio con voz temblorosa—. Y ahora debo una cantidad absurda de dinero. Estoy perdido. Solo tú puedes ayudarme.

Desde que murieron sus padres, Porfirio se convirtió en su tutor legal junto con la vigilancia eterna de Qiao, el tío materno de Nora. Nunca fue cálido, ni amable, pero era lo único que tenía. O eso quería creer.

—¿Cuánto es? —preguntó Nora, tragando saliva, mientras un nudo helado se formaba en su estómago. La ansiedad le apretaba el pecho, pero también la culpa. ¿Cómo podía negarse a la única familia que le quedaba?

Ariana, su prima, se acercó y se recostó en su hombro, sollozando. El gesto la conmovió.

—Gracias, prima —susurró Ariana con un sollozo tembloroso en sus mullidos labios— me lastimé el tobillo hoy en el centro de la ciudad cuando estaba con unos amigos.

Nora liberó una mano y palmeó con ternura la pierna de Ariana. Sus movimientos eran tan precisos que cualquiera juraría que veía. Pero todos en esa sala sabían que Nora Jia Redstone estaba ciega. Y lo que veían en ella no era capacidad, sino ingenuidad. Una niña tonta y fácil de manipular.

—Son… setenta millones de dólares —soltó Porfirio.

Nora jadeó.

—¿Qué… qué dijiste? ¿setenta millones? —estaba en shock al oír la cantidad—. No tengo ese dinero —balbuceó, sacudida por el impacto.

—Pero tienes las propiedades —interrumpió su tía Adelina, con voz punzante como una daga—. Y la empresa que te dejaron tus padres.

Porfirio le lanzó una mirada de advertencia. Ella bajó la mirada al suelo, arrepentida de haberse adelantado. No habían esperado ocho años para arruinarlo todo ahora.

—La empresa está bajo la administración de mi tío Qiao, ustedes lo saben —dijo Nora con pesar—. No tengo control hasta que me case. Y las propiedades están congeladas por el fideicomiso que mis padres arreglaron… Solo recibo una asignación mensual. Eso no basta, tengo unos ahorros, pero no llega ni cerca a esa cantidad astronómica —habló despacio, para que entendieran que no era que no quería ayudar, sino que no podía.

Hubo un silencio tenso. Y entonces Ariana, con voz suave y venenosa, habló:

—Pero… si existiera una forma de pagarlo… ¿lo harías?

Nora asintió sin dudar.

—Claro que los ayudaría. Aparte del tío Qiao, ustedes son mi única familia.

Sus palabras, aunque llenas de amor, no causaron ningún efecto. En los corazones de quienes la rodeaban, su cariño era un recurso inútil. Su ternura, un estorbo. Su lealtad, una herramienta más.

—Entonces… hay una forma —dijo Porfirio, relamiéndose emocionalmente mientras cada palabra le sabía a poder—. Sé que es mucho pedir. Pero esta gente… los Wyckham… no es buena idea tenerlos como enemigos.

Nora frunció el ceño, confundida.

—¿Te metiste con los Wyckham? ¿esos Wyckham? —Nora perdió el color de su rostro al recordar todo lo que se oía de esa familia.

—Una familia poderosa. Ricos, crueles, influyentes. Uno de ellos… está dispuesto a ayudarnos. A perdonar la deuda.

—¿Por qué haría eso? —Nora sabía que había algo más, nadie ayuda a nadie sin pedir algo a cambio, en especial los Wyckham.

Hubo una pausa. Entonces Porfirio lo soltó, sin pudor:

—A cambio… de ti. Solo una noche, Nora. Solo una —dijo Porfirio a la carrera— iba a mandar a Ariana, pero se hizo daño en el tobillo al correr de regreso a casa cuando la llamé —mintió con descaro, el señor Wyckham nunca pidió por Ariana.

El mundo pareció detenerse.

El corazón de Nora se aceleró con un pánico desconocido. El aire se volvió pesado. Tragó saliva con dificultad.

—¿Estás… estás hablando en serio? —susurró, esperando haberlo malinterpretado.

—No tiene por qué pasar nada que tú no quieras —agregó Adelina, con voz fingidamente dulce—. Solo tienes que estar allí. Ser amable. Dejarlo… disfrutar de tu compañía —mintió con descaro.

—¡Él solo quiere una noche contigo! —exclamó Ariana, sonriendo, aunque Nora no pudiera verla—. ¡Y a cambio, salvas a tu familia!

Nora no dijo nada. Sus manos temblaban.

“Una noche”, decían. Como si su cuerpo fuera moneda de cambio. Como si su voluntad, su dignidad, sus límites no importaran.

Y lo peor… era que dudaba. Porque los amaba. Porque eran su sangre. Porque su ceguera no le impedía sentir que, si se negaba, ellos serían capaces de odiarla. De desecharla.

El silencio que siguió fue tan pesado como una lápida.

Y en su interior, Nora supo… que el amor no siempre era correspondido. Que no toda familia era refugio.

A veces, era una jaula.

***

Había aceptado esta locura, aun si quisiera darles el dinero no podía, su empresa era prospera, pero no como para dar setenta millones, no había tanta liquidez. El dinero estaba en proyectos y trabajos, es simplemente una locura esa cantidad.

Nora estaba sentada al borde de la cama mientras Ariana le abotonaba el vestido. Sus dedos se movían con prisa, casi sin cuidado, como si quisiera acabar rápido con el asunto.

—Te ves… decente —murmuró su prima, acomodándole un mechón de cabello detrás de la oreja—. No necesitas ver para saber que estás hermosa. Solo sonríe si te habla. No hables de más.

Ariana mentía, el cuerpo de Nora se veía despampanante en ese vestido negro ceñido al cuerpo, su figura de reloj de arena, esa estrecha cintura sus muslos tentadores, piernas que se veían largas y su rostro era aún más perfecto.

—¿Y si no le agrado? —susurró Nora, con voz temblorosa.

—Él no viene por agrado —respondió Ariana sin titubear—. Solo haz lo que viniste a hacer.

—Bien.

—Y deja ese bastón. Déjalo, yo misma te guiaré. Mañana te busco a primera hora.

Nora apretó el bastón con fuerza entre los dedos antes de soltarlo lentamente. Sentía el estómago hecho un nudo, y el corazón galopando dentro del pecho como un caballo desbocado. Iba perfumada, maquillada, vestida con un vestido que no era suyo, con un aire que no era suyo.

Cuando llegaron al hotel, Ariana ni siquiera esperó a que Nora saliera completamente del auto. La tomó del brazo, habló con seguridad al asistente del vestíbulo y poco después llego el asistente, Ciro Easton, un traje impoluto color negro resaltaba su delgada figura, unos lentes con marco dorado en el puente de su nariz le daba un aire aristocrático.

—Aquí está la chica —dijo sin mirarla—. Llévala a la suite del señor Wyckham.

Y sin esperar respuesta, se marchó.

El asistente, con guantes negros y rostro inexpresivo, la condujo hasta un ascensor. Nora no preguntó. No hablaba. Apenas respiraba. Sentía cómo el aire se volvía más denso a medida que ascendían.

Al llegar a la suite, el hombre que la acompañó abrió la puerta mirándola inquisitivamente.

—Adelante —dijo con voz baja admirando a la delicada mujer al lado de él, era la quincuagésima mujer que su jefe veía en un hotel, pero esta chica era diferente porque antes los familiares del jefe enviaban chicas sin parar, ahora el jefe había elegido a la delicada mujer parecida a una hada, las demás, sin embargo, eran rechazadas luego de unos minutos en su presencia.

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