Mundo ficciónIniciar sesión—¿Qué… estás diciendo? —Una noche no es suficiente —dijo, acercándose aún más, su voz como terciopelo y veneno—. Quiero un contrato contigo. *** Nora Redstone perdió la vista a los ocho años, y desde entonces aprendió a vivir en silencio, resguardada tras una timidez que la mantenía lejos de los demás. Al cuidado de sus tíos, encontró en los libros y en la música la manera de escapar de un mundo que no siempre fue amable con ella. Pero al graduarse de la universidad, la frágil estabilidad de su vida se derrumba: sus tíos cargan con una deuda imposible de pagar. El único dispuesto a ayudar es Silas Wyckham, un hombre poderoso y peligroso que parece verla de un modo que nadie más lo hace. Una noche no le basta. La sigue, se cruza con ella de manera inesperada, y cada encuentro la envuelve más en su magnetismo. Nora cree que su destino será rendirse a la obsesión de Silas, hasta que descubre secretos capaces de quebrar todo lo que alguna vez creyó. Secretos imperdonables que despiertan en ella a una mujer distinta: fuerte, desafiante, dispuesta a dejar atrás la sombra de la timidez y a enfrentar a quienes creyeron que podían manipularla. Porque Nora ya no será nunca más la presa… sino la cazadora.
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Nora estaba sentada en la sala leyendo su libro de braille favorito cuando su tío llegó con urgencias a tomarle la mano. Su angustia era palpable para la joven Nora. —Por favor, sobrina… —la voz de su tío Porfirio temblaba mientras le apretaba las manos con fuerza, casi con desesperación. Nora alzó el rostro. Aunque no podía verlo desde el accidente de hace ocho años, su cabeza giró con suavidad, como si pudiera sentir la tensión en el aire. Sus pupilas vacías y suaves parecían mirar, pero eran solo sombras lo que alcanzaban. —¿Qué sucede? ¿Todos están bien? —preguntó en cambio. El ambiente estaba cargado. Podía sentirlo. Las respiraciones tensas, los murmullos contenidos, y el perfume de cada uno en la habitación: el almizcle barato de Ariana, el floral dulce y empalagoso de Adelina, el rancio y fuerte olor a tabaco barato que siempre acompañaba a su tío. —Me metí en un mal negocio… muy mal negocio, sobrina —confesó Porfirio con voz temblorosa—. Y ahora debo una cantidad absurda de dinero. Estoy perdido. Solo tú puedes ayudarme. Desde que murieron sus padres, Porfirio se convirtió en su tutor legal junto con la vigilancia eterna de Qiao, el tío materno de Nora. Nunca fue cálido, ni amable, pero era lo único que tenía. O eso quería creer. —¿Cuánto es? —preguntó Nora, tragando saliva, mientras un nudo helado se formaba en su estómago. La ansiedad le apretaba el pecho, pero también la culpa. ¿Cómo podía negarse a la única familia que le quedaba? Ariana, su prima, se acercó y se recostó en su hombro, sollozando. El gesto la conmovió. —Gracias, prima —susurró Ariana con un sollozo tembloroso en sus mullidos labios— me lastimé el tobillo hoy en el centro de la ciudad cuando estaba con unos amigos. Nora liberó una mano y palmeó con ternura la pierna de Ariana. Sus movimientos eran tan precisos que cualquiera juraría que veía. Pero todos en esa sala sabían que Nora Jia Redstone estaba ciega. Y lo que veían en ella no era capacidad, sino ingenuidad. Una niña tonta y fácil de manipular. —Son… setenta millones de dólares —soltó Porfirio. Nora jadeó. —¿Qué… qué dijiste? ¿setenta millones? —estaba en shock al oír la cantidad—. No tengo ese dinero —balbuceó, sacudida por el impacto. —Pero tienes las propiedades —interrumpió su tía Adelina, con voz punzante como una daga—. Y la empresa que te dejaron tus padres. Porfirio le lanzó una mirada de advertencia. Ella bajó la mirada al suelo, arrepentida de haberse adelantado. No habían esperado ocho años para arruinarlo todo ahora. —La empresa está bajo la administración de mi tío Qiao, ustedes lo saben —dijo Nora con pesar—. No tengo control hasta que me case. Y las propiedades están congeladas por el fideicomiso que mis padres arreglaron… Solo recibo una asignación mensual. Eso no basta, tengo unos ahorros, pero no llega ni cerca a esa cantidad astronómica —habló despacio, para que entendieran que no era que no quería ayudar, sino que no podía. Hubo un silencio tenso. Y entonces Ariana, con voz suave y venenosa, habló: —Pero… si existiera una forma de pagarlo… ¿lo harías? Nora asintió sin dudar. —Claro que los ayudaría. Aparte del tío Qiao, ustedes son mi única familia. Sus palabras, aunque llenas de amor, no causaron ningún efecto. En los corazones de quienes la rodeaban, su cariño era un recurso inútil. Su ternura, un estorbo. Su lealtad, una herramienta más. —Entonces… hay una forma —dijo Porfirio, relamiéndose emocionalmente mientras cada palabra le sabía a poder—. Sé que es mucho pedir. Pero esta gente… los Wyckham… no es buena idea tenerlos como enemigos. Nora frunció el ceño, confundida. —¿Te metiste con los Wyckham? ¿esos Wyckham? —Nora perdió el color de su rostro al recordar todo lo que se oía de esa familia. —Una familia poderosa. Ricos, crueles, influyentes. Uno de ellos… está dispuesto a ayudarnos. A perdonar la deuda. —¿Por qué haría eso? —Nora sabía que había algo más, nadie ayuda a nadie sin pedir algo a cambio, en especial los Wyckham. Hubo una pausa. Entonces Porfirio lo soltó, sin pudor: —A cambio… de ti. Solo una noche, Nora. Solo una —dijo Porfirio a la carrera— iba a mandar a Ariana, pero se hizo daño en el tobillo al correr de regreso a casa cuando la llamé —mintió con descaro, el señor Wyckham nunca pidió por Ariana. El mundo pareció detenerse. El corazón de Nora se aceleró con un pánico desconocido. El aire se volvió pesado. Tragó saliva con dificultad. —¿Estás… estás hablando en serio? —susurró, esperando haberlo malinterpretado. —No tiene por qué pasar nada que tú no quieras —agregó Adelina, con voz fingidamente dulce—. Solo tienes que estar allí. Ser amable. Dejarlo… disfrutar de tu compañía —mintió con descaro. —¡Él solo quiere una noche contigo! —exclamó Ariana, sonriendo, aunque Nora no pudiera verla—. ¡Y a cambio, salvas a tu familia! Nora no dijo nada. Sus manos temblaban. “Una noche”, decían. Como si su cuerpo fuera moneda de cambio. Como si su voluntad, su dignidad, sus límites no importaran. Y lo peor… era que dudaba. Porque los amaba. Porque eran su sangre. Porque su ceguera no le impedía sentir que, si se negaba, ellos serían capaces de odiarla. De desecharla. El silencio que siguió fue tan pesado como una lápida. Y en su interior, Nora supo… que el amor no siempre era correspondido. Que no toda familia era refugio. A veces, era una jaula. *** Había aceptado esta locura, aun si quisiera darles el dinero no podía, su empresa era prospera, pero no como para dar setenta millones, no había tanta liquidez. El dinero estaba en proyectos y trabajos, es simplemente una locura esa cantidad. Nora estaba sentada al borde de la cama mientras Ariana le abotonaba el vestido. Sus dedos se movían con prisa, casi sin cuidado, como si quisiera acabar rápido con el asunto. —Te ves… decente —murmuró su prima, acomodándole un mechón de cabello detrás de la oreja—. No necesitas ver para saber que estás hermosa. Solo sonríe si te habla. No hables de más. Ariana mentía, el cuerpo de Nora se veía despampanante en ese vestido negro ceñido al cuerpo, su figura de reloj de arena, esa estrecha cintura sus muslos tentadores, piernas que se veían largas y su rostro era aún más perfecto. —¿Y si no le agrado? —susurró Nora, con voz temblorosa. —Él no viene por agrado —respondió Ariana sin titubear—. Solo haz lo que viniste a hacer. —Bien. —Y deja ese bastón. Déjalo, yo misma te guiaré. Mañana te busco a primera hora. Nora apretó el bastón con fuerza entre los dedos antes de soltarlo lentamente. Sentía el estómago hecho un nudo, y el corazón galopando dentro del pecho como un caballo desbocado. Iba perfumada, maquillada, vestida con un vestido que no era suyo, con un aire que no era suyo. Cuando llegaron al hotel, Ariana ni siquiera esperó a que Nora saliera completamente del auto. La tomó del brazo, habló con seguridad al asistente del vestíbulo y poco después llego el asistente, Ciro Easton, un traje impoluto color negro resaltaba su delgada figura, unos lentes con marco dorado en el puente de su nariz le daba un aire aristocrático. —Aquí está la chica —dijo sin mirarla—. Llévala a la suite del señor Wyckham. Y sin esperar respuesta, se marchó. El asistente, con guantes negros y rostro inexpresivo, la condujo hasta un ascensor. Nora no preguntó. No hablaba. Apenas respiraba. Sentía cómo el aire se volvía más denso a medida que ascendían. Al llegar a la suite, el hombre que la acompañó abrió la puerta mirándola inquisitivamente. —Adelante —dijo con voz baja admirando a la delicada mujer al lado de él, era la quincuagésima mujer que su jefe veía en un hotel, pero esta chica era diferente porque antes los familiares del jefe enviaban chicas sin parar, ahora el jefe había elegido a la delicada mujer parecida a una hada, las demás, sin embargo, eran rechazadas luego de unos minutos en su presencia.116El bosque entero parece guardar silencio cada vez que Silas pronuncia el nombre de su esposa. Han pasado tres días desde el accidente, tres días desde que recibió aquella llamada que casi le arranca el alma del pecho. Tres días sin dormir, sin comer, con el mismo nudo en la garganta que se aprieta cada vez más. Ciro y los demás hombres se mueven como sombras entre los árboles, pero la desesperación de Silas es un fuego que no se apaga.El chip del anillo, su última señal de rastreo había dejado de funcionar minutos después del accidente. Uno de los técnicos logró hacer un mapeo de la última señal, pero esa pista también se volvió una calle sin salida. Nada. Tres días completos sin saber si Nora está viva, herida o… No. No termina ese pensamiento. Prefiere arrancarse el aire a permitir que la palabra “muerta” pase por su cabeza.Camina entre los árboles con pasos pesados, las botas hundiéndose en la tierra húmeda del bosque. Lleva tres días con la misma ropa táctica negra, empapada
115Silas no ha dormido en tres días. La luz azul de todas las pantallas ilumina su rostro tenso, la sombra de su barba ya marcada por horas de insomnio. La sala de seguridad parece más pequeña con cada minuto que pasa; el aire pesa y sus hombres caminan con cuidado alrededor suyo, como si el silencio fuese parte de su respiración.—¿Y el chip del anillo? —pregunta sin levantar la mirada del mapa holográfico sobre la mesa.Uno de los técnicos tecnológicos, un muchacho joven con ojeras del tamaño de sus nervios traga saliva antes de responder.—No… no servía, señor. El anillo no emitió ninguna señal después del accidente. Alguien lo desactivó por completo.Silas cierra los ojos unos segundos. Hace tres días que escucha frases como esa. Tres días en los que lo único que obtiene es silencio, rastros inconclusos, o cámaras bloqueadas. Tres días sin saber si su esposa está viva, herida o… se obliga a no completar la frase. No puede. No lo permitirá.—¿El mapeo? —insiste con voz baja.El té
114El motor ruge, pero Silas parece no darse cuenta de que va a exceso de velocidad, las luces de las calles pasan y el teléfono vibra de nuevo en su bolsillo. Es Ciro otra vez. Silas contesta sin pensarlo.—Tenemos algo —dice el hombre, con la voz aún temblorosa—. La furgoneta negra fue vista saliendo por el desvío norte, cerca del kilómetro treinta y dos. Luego, desapareció de los radares. No sabemos si cambiaron de vehículo o se internaron en la zona industrial.—Envía a los hombres más cercanos —responde Silas, girando bruscamente el volante—. Quiero que rastreen ese sector completo. No quiero excusas, Ciro. Si hay que romper puertas, se rompen. Si hay que registrar fábricas abandonadas, se hace. No me importa que Nora debe aparecer sana y salva.—Entendido, señor. Ya están en camino.Silas conduce sin mirar el velocímetro, con los nudillos blancos sobre el volante. La rabia le da claridad. Piensa en Nora otra vez, en cómo salió esa mañana con una sonrisa, diciendo que iba a prep
113El alivio que Silas sintió al descubrir que la mujer dentro de ese quirófano no era Nora se disuelve con la rapidez de un espejismo. Apenas le dura unos minutos. Estando en una oficina privada En uno de sus muchos edificios recibe una llamada de Ciro llama, la tensión vuelve a golpearlo con más fuerza, helándole la sangre.—Señor… —la voz de Ciro suena extraña, como si le costara respirar—. Revisamos todo. Ninguno de los heridos o fallecidos es ella, pero tenemos un contacto en un hospital, no están seguros de que sea ella. Necesitan identificar a la mujer, está muy herida.Silas se queda en silencio. Está en el lugar solitario y oscuro, todavía con el olor a desinfectante y al cobre de la sangre aún en su nariz. Mira al suelo, al vacío, intentando procesar las palabras. Por un instante, su mente se niega a creerlo.—¿Qué significa eso? —su voz es baja, contenida, pero el tono hace temblar a cualquiera que lo escuche— déjame ir a ese hospital, seguro que es ella. Debe estar muy
112El doctor sale del quirófano con la bata manchada de sangre y la expresión que Silas ya conoce: esa mezcla de profesionalidad y pesar que no anuncia nada bueno. Tiene un papel en la mano y camina con pasos medidos hacia la sala de espera donde Silas está clavado, incapaz de moverse del sitio. El ruido del pasillo se apaga en su cabeza; todo lo demás se vuelve distante, como si un filtro de niebla separara la realidad de él.—Señor Wyckham —dice el médico en voz baja, y por un segundo Silas piensa que le habla al oído—. Hicimos todo lo posible.Silas siente un vacío que se abre debajo de sus pies. Las palabras del doctor llegan como puñaladas envueltas en calma profesional.—La paciente entró en shock respiratorio por traumatismo torácico severo. El impacto ha aplastado las costillas; algunas se fracturaron de forma comprometida y perforaron el pulmón. Perdió una cantidad de sangre que no pudimos recuperar a tiempo. Murió en quirófano, a pesar de nuestras maniobras.Es una fra
Capítulo 111—Señor, fue un camión desconocido el chofer está desaparecido y dos camionetas de las nuestras, una impactó con el camión, la otra camioneta para evitar el golpe se salió del camino golpeando con una baranda.—¿Es ella? —No podemos confirmarlo todavía. La escena es muy complicada, ya me comuniqué con el teniente a cargo del caso —le contesta Ciro nervioso.Silas estaba frenético, sintiéndose claustrofóbico en el carro.—¡Necesito confirmación! —exige—. Quiero la ubicación exacta de mi mujer.Dentro del auto, aprieta el volante con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos. Su mente no deja de repetir el mismo pensamiento: Nora.Cada semáforo, cada bocina, cada segundo que pasa se siente como una eternidad. Intenta llamar a su esposa, pero el teléfono suena sin respuesta. Una, dos, tres veces. Nada.—Contesta, nena… —susurra, con la voz rota. Piensa que si la llama ella contestara y todo será un error de la policía— me ibas a hacer la cena ¿Recuerdas?Mie
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